Solo hay libertad en la medida en que el hombre se empeña en conseguir el fin último. La libertad de elección se queda en algo muy pobre si no se busca esa libertad ontológica, libertad de adhesión, que supone un fin último sobrenatural
El transhumanismo es un concepto que preocupa, al menos a personas sensatas que tienen cierta idea de por dónde van los tiros. Es difícil, para un inexperto, hacerse cargo de lo que ocurre realmente, y hasta qué punto nos puede afectar. Se puede escribir desde un punto totalmente científico que será, normalmente, difícil para profanos. Se ha escrito sobre el transhumanismo desde la antropología, que interesa a aquellos con más conocimientos filosóficos. Pouliquen ha escrito un libro más divulgativo, para que cualquiera pueda internarse en ese mundo que produce, de entrada, un cierto vértigo. Al escribir en 115 apartados −que no capítulos−, encontramos, ya desde el índice, asuntos que pueden interesar a cualquiera.
El transhumanismo es entendido, de un modo general, como mejora-aumento de la persona humana. Esto, ya de por sí, produce una cierta extrañeza. ¿Cómo se aumenta a una persona? Desde un punto de vista moral tenemos claro lo que significa que una persona mejore. Es más, desde un punto de vista cristiano, sabemos que eso es lo importante, porque queremos prepararnos para la vida eterna.
Pero aquí viene otro de los retos de este planteamiento tecnológico: dicen que, a través de la tecnología, el hombre no morirá. Dicho así, sin más, nos suena a auténtica estupidez. Y lo es. Pero hay quien se lo cree. Esto es algo que puede resultar apetecible a un muchacho de veintitantos, pero seguro que le parece terrorífico a uno de sesenta y tantos. ¡Inmortales! Pero si llevo toda la vida pensando en ganarme el cielo, diría un creyente y practicante.
La eternidad es un estado trascendente, es decir, que nada tiene que ver con la tecnología, ni con los modos de vivir, ni con la salud. Es vivir junto a Dios, gozando de Él para siempre −o sufriendo su ausencia para siempre−, en una felicidad que no se puede ni imaginar en el tiempo actual. Este tiempo que se termina, pues llegará, en un momento que desconocemos, el juicio final. A esto podemos llegar los creyentes sin demasiado problema.
Si la eternidad fuera algo de aquí, si el hombre, por un perfeccionamiento técnico, no muriera, esa mejoría del hombre máquina impediría la mejoría moral. Si no hay un final y un juicio y una eternidad con Dios, de nada sirve la lucha contra nuestro egoísmo, la generosidad, el amor, en definitiva. Y sin amor y sin lucha se acabaría la libertad y la sociedad sería un desastre. Solo hay libertad en la medida en que el hombre se empeña en conseguir el fin último. La libertad de elección se queda en algo muy pobre si no se busca esa libertad ontológica, libertad de adhesión, que supone un fin último sobrenatural.
Veo, en el autor del libro, un cierto miedo a que la gente pierda la libertad si deja entrometerse a la tecnología en su vida sin orden. Es verdad que los diversos mecanismos que ya utilizamos muchas personas, y los que puedan venir en un futuro cercano, pueden llegar a esclavizarnos, pero es un problema que tendrán sobre todo quienes no saben bien para qué viven.
¿Sacará el transhumanismo de la pobreza al Tercer Mundo? ¿Es socialmente deseable? ¿Se puede llegar a crear un bebé sintético? Son preguntas que quedan en el aire, entre otras muchas cosas, ya que, por muy rápidos que vengan estos descubrimientos de la tecnología, realmente no sabemos hasta donde pueden llegar.