El Papa ha concluido hoy, durante la Audiencia general, su serie de catequesis sobre los Diez Mandamientos con una recapitulación
Queridos hermanos:
Este chico no puede hablar, es mudo, pero sabe comunicar sabe expresarse. Y tiene una cosa que me hizo pensar: es libre, indisciplinadamente libre. Pero es libre. Y me hizo pensar a mí, ¿yo soy también libre así delante de Dios?
Cuando Jesús dice que tenemos que hacernos como niños, nos dice que tenemos que tener la libertad que tiene un niño delante de su padre. Creo que nos predicó a todos este chico.
Y pidamos la gracia de que pueda hablar.
Hoy concluimos nuestro itinerario a través del decálogo y lo hacemos a modo de recapitulación. En primer lugar, brota en nosotros un sentimiento de gratitud a Dios, que nos ha amado primero, y se ha dado totalmente sin pedirnos nada a cambio.
Ese amor invita a la confianza y a la obediencia, y nos rescata del engaño de las idolatrías, del deseo de acaparar cosas y dominar a las personas, buscando seguridades terrenales que en realidad nos vacían y nos esclavizan. Dios nos ha hecho sus hijos, ha colmado nuestro anhelo más profundo, siendo él, él mismo, nuestro descanso.
Al liberarnos de la esclavitud de los deseos mundanos, podemos así recomponer nuestra relación con las personas y con las cosas siendo fieles, generosos y auténticos. Es un nuevo corazón, inhabitado por el Espíritu Santo, que se nos da a través de su gracia, el don de unos deseos nuevos que nos impulsa a una vida auténtica, adulta, sincera.
Cristo da cumplimiento a la ley, porque, desde la perspectiva de la carne, el decálogo con sus prohibiciones es una condena, un titánico esfuerzo para ser coherentes con la norma. Sin embargo, esa ley vista desde el Espíritu nos muestra el camino que nos conduce a la vida verdadera. Una feliz simbiosis entre nuestra alegría de ser amados y el gozo de Dios que nos ama.
En la catequesis de hoy, que concluye el recorrido sobre los Diez Mandamientos, podemos utilizar como tema clave el de los deseos, que nos permite recorrer el camino hecho y resumir las etapas efectuadas leyendo el texto del Decálogo, siempre a la luz de la plena revelación en Cristo.
Partimos del agradecimiento como base de la relación de confianza y de obediencia: y vimos que Dios no pide nada antes de habernos dado mucho más. Él nos invita a la obediencia para rescatarnos del engaño de las idolatrías que tanto poder tienen sobre nosotros. Pues buscar la propia realización en los ídolos de este mundo nos vacía y nos esclaviza, mientras que lo que da estatura y consistencia es el trato con Él que, en Cristo, nos hace hijos a partir de su paternidad (cfr. Ef 3,14-16).
Esto implica un proceso de bendición y de liberación, que son el verdadero y auténtico descanso. Como dice el Salmo: «Solo en Dios descansa mi alma: Él es mi salvación» (Sal 62,2).
Esa vida liberada se convierte en acogida de nuestra historia personal y nos reconcilia con lo que, desde la infancia hasta el presente, hemos vivido, haciéndonos adultos y capaces de dar el peso justo a las realidades y a las personas de nuestra vida. Por esa senda entramos en la relación con el prójimo que, a partir del amor que Dios muestra en Jesucristo, es una llamada a la belleza de la fidelidad, de la generosidad y de la autenticidad.
Pero para vivir así −es decir, en la belleza de la fidelidad, de la generosidad y de la autenticidad− necesitamos un corazón nuevo, habitado por el Espíritu Santo (cfr. Ez 11,19; 36,26). Yo me pregunto: ¿cómo se hace ese “trasplante” de corazón, del corazón viejo al corazón nuevo? A través del don de deseos nuevos (cfr. Rm 8,6) que son sembrados en nosotros por la gracia de Dios, de modo particular a través de los Diez Mandamientos llevados a cumplimiento por Jesús, como Él enseña en el “sermón de la montaña” (cfr. Mt 5,17-48). En la contemplación de la vida descrita en el Decálogo, o sea una existencia agradecida, libre, auténtica, bendecidora, adulta, protectora y amante de la vida, fiel, generosa y sincera, nosotros, casi sin darnos cuenta, nos encontramos ante Cristo. El Decálogo es su “radiografía”, lo describe como un negativo fotográfico que deja aparecer su rostro, como en la Sábana Santa. Y así el Espíritu Santo fecunda nuestro corazón metiendo en él los deseos que son un don suyo, los deseos del Espíritu. Desear según el Espíritu, desear al ritmo del Espíritu, desear con la música del Espíritu.
Mirando a Cristo vemos la belleza, el bien, la verdad. Y el Espíritu genera una vida que, secundando esos deseos suyos, dispara en nosotros la esperanza, la fe y el amor.
Así descubrimos mejor qué significa que el Señor Jesús no vino a abolir la ley sino a darle cumplimiento, a hacerla crecer, y mientras que la ley según la carne era una serie de prescripciones y prohibiciones, según el Espíritu esa misma ley se convierte en vida (cfr. Jn 6,63; Ef 2,15), porque ya no es una norma sino la misma carne de Cristo, que nos ama, nos busca, nos perdona, nos consuela y en su Cuerpo recompone la comunión con el Padre, perdida por la desobediencia del pecado. Y así la negatividad literaria, la negatividad en la expresión de los mandamientos −“no robar”, “no insultar”, “no matar”−, ese “no” se transforma en una actitud positiva: amar, dejar sitio a los demás en mi corazón, todos deseos que siembran positividad. Y esa es la plenitud de la ley que Jesús vino a traernos.
En Cristo, y solo en Él, el Decálogo deja de ser condena (cfr. Rm 8,1) y se convierte en la auténtica verdad de la vida humana, es decir, deseo de amor −ahí nace un deseo del bien, de hacer el bien−, deseo de alegría, deseo de paz, de magnanimidad, de benevolencia, de bondad, de fidelidad, de mansedumbre, dominio de sí. De esos “noes” se pasa a este “sí”: le actitud positiva de un corazón que se abre con la fuerza del Espíritu Santo.
Para eso sirve buscar a Cristo en el Decálogo: para fecundar nuestro corazón para que sea grávido de amor, y se abra a la obra de Dios. Cuando el hombre secunda el deseo de vivir según Cristo, entonces está abriendo la puerta a la salvación, la cual no puede sino llegar, porque Dios Padre es generoso y, como dice el Catecismo, «tiene sed de que el hombre tenga sed de Él» (n. 2560).
Si hay malos deseos que arruinan al hombre (cfr. Mt 15,18-20), el Espíritu pone en nuestro corazón sus santos deseos, que son el germen de la vida nueva (cfr. 1Jn 3,9). La vida nueva no es el titánico esfuerzo para ser coherentes con una norma, sino que la vida nueva es el Espíritu mismo de Dios que comienza a guiarnos hasta sus frutos, en una feliz sinergia entre nuestra alegría de ser amados y su alegría de amarnos. Se encuentran las dos alegrías: la alegría de Dios de amarnos y nuestra alegría de ser amados.
Eso es el Decálogo para los cristianos: contemplar a Cristo para abrirnos a recibir su corazón, para recibir sus deseos, para recibir su Santo Espíritu.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua francesa, en particular al grupo de enfermos y discapacitados venidos de Lyon. Hermanos y hermanas, dejemos que el Espíritu Santo haga germinar en nosotros el santo deseo de una vida nueva, que es el verdadero deseo de Dios, el de amarnos y ser amados por Él. ¡Dios os bendiga!
Saludo a los peregrinos de lengua inglesa presentes en la audiencia de hoy, especialmente a los que vienen de Inglaterra, Australia y Estados Unidos de América. Sobre vosotros y sobre vuestras familias invoco la alegría y la paz del Señor. ¡Dios os bendiga!
Dirijo un caluroso saludo a los peregrinos de lengua alemana. El deseo de Dios nos hace encontrar nuestra verdadera identidad. Preguntémonos cuál es la aspiración más profunda de nuestro corazón y si llevamos de verdad la alegría del Espíritu Santo a nuestros vecinos. Que el Señor os acompañe en vuestro camino.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española provenientes de España y América Latina, y además veo ahí un grupo de jóvenes mexicanos, que también saludo. Y también en modo particular al grupo de Obispos y sacerdotes de la República Dominicana que celebran sus 40 años de sacerdocio. Animo a todos a descubrir a Cristo en el Decálogo, a dejar que nuestro corazón, lleno de amor, se abra a su acción y podamos acoger así el deseo de vivir la vida que Él nos propone. Muchas gracias.
Dirijo un cordial saludo a los peregrinos de lengua portuguesa aquí presentes. Al concluir el Año litúrgico, somos invitados a salir al encuentro de Jesús que nos espera cada día en los sacramentos, en la oración y en el prójimo, sobre todo en los necesitados. ¡Dios os bendiga!
Dirijo una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua árabe, en particular a los provenientes del Medio Oriente. Queridos hermanos y hermanas, el Espíritu Santo fecunda nuestro corazón metiendo en él los deseos que son un don suyo, y genera una vida que, secundando esos deseos, desencadena en nosotros la esperanza, la fe y el amor. Invoquémoslo mas a menudo, para que nos guíe por la senda de los verdaderos discípulos de Jesús. ¡El Señor os bendiga!
Saludo cordialmente a los peregrinos polacos y de modo particular a los organizadores de la muestra, abierta ayer en la Pontificia Universidad Urbaniana, dedicada a la Familia polaca Ulma, fusilada por los nazis alemanes durante la II guerra mundial, por haber escondido y dado ayuda a los judíos. En el contexto de las meditaciones sobre el Decálogo, esa numerosa Familia de Siervos de Dios, que espera la beatificación, sea para todos un ejemplo de fidelidad a Dios y a sus mandamientos, de amor al prójimo y de respeto a la dignidad humana. Os bendigo a todos de corazón.
Me alegra saludar a los peregrinos de Lituania, venidos junto a sus obispos en acción de gracias por mi reciente viaje a aquel país. Saludo también a la comunidad del Pontificio Colegio lituano de San Casimiro, que celebra el 70° aniversario de fundación. Queridos hermanos y hermanas, está vivo en mí el recuerdo de la visita a Lituania. Os doy las gracias a todos por la acogida. ¡Que el Señor sea vuestra valentía y os bendiga!
Dirijo una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua italiana. Me alegra recibir a los Sacerdotes del Sagrado Corazón de Jesús (Dehonianos); a los Sacerdotes que participan en el “Proyecto segundo anuncio”, con el obispo de Albano, Mons. Marcello Semeraro y a los miembros de la Familia Claretiana. Saludo a las parroquias, sobre todo a las de Canosa de Puglia y de Barletta; a la Asociación italiana esclerosis múltiple; al Grupo Nova Facility, de Treviso; a la Asociación nuevos talentos especiales, de Verona, y a la Asociación por la lucha contra los tumores de mama.
Un pensamiento particular a los jóvenes, ancianos, enfermos y recién casados. El domingo que viene iniciaremos el tiempo litúrgico de Adviento. Preparemos nuestros corazones para recibir a Jesús Salvador; reconozcamos en la Navidad el encuentro de Cristo con la humanidad, sobre todo la que todavía hoy vive a los márgenes de la sociedad, en la necesidad y el sufrimiento, y en tantas guerras.
Fuente: vatican.va / romereports.com.
Traducción de Luis Montoya.
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