Conversación sobre cuál debería ser el rol del filósofo en el siglo XXI
Jaime Nubiola, profesor de la Universidad de Navarra (España), autor de doce libros −entre ellos El taller de la filosofía: una introducción a la escritura filosófica−, así como más de 120 artículos académicos y con una extensa carrera como docente de filosofía, que incluye visitas a universidades como Harvard y Stanford, estuvo recientemente en Panamá para participar durante el XI Congreso Centroamericano de Filosofía, que tuvo lugar esta semana en el Campus Octavio Méndez Pereira.
Durante su estancia, esta referencia para el mundo hispánico de la filosofía del lenguaje, metodología filosófica, historia de la filosofía analítica, filosofía norteamericana y pragmatismo, así como una voz experta del pensamiento del científico y filósofo norteamericano Charles S. Peirce, conversa con La Estrella de Panamá sobre cuál debería ser el rol del filósofo en el siglo XXI.
¿Cuál fue su primer contacto con la filosofía y qué lo llevó a profundizar en su estudio?
Cuando estudié Historia de la Filosofía en la secundaria, quedé deslumbrado por las vidas de aquellos que se habían dedicado a pensar, a comprender los problemas que afectaban a la sociedad de su tiempo. De ahí arranca mi vocación filosófica: “quiero ser uno de esos”, me dije, porque −en expresión de Hannah Arendt− “lo que quiero es comprender”.
¿Cuáles fueron sus primeras áreas de interés en la filosofía y cuáles son las que más ocupan su interés en este momento?
En mis años de estudiante en la Universidad de Valencia, el marxismo era el discurso dominante, junto con algo de fenomenología y una creciente recepción de la filosofía analítica en el ámbito de la lógica y del lenguaje. El marxismo me resultó siempre aburrido, mientras que el estudio del lenguaje en la tradición de John L. Austin y de L. Wittgenstein me resultaba un atractivo espacio de libertad. Por eso me dediqué durante años a la filosofía del lenguaje.
Posteriormente, mi atención se centró en el estudio del pragmatismo norteamericano que está detrás (Charles S. Pierce, William James y John Dewey) y sus representantes actuales más relevantes, entre los que destacaría a Susan Haack. Nadie ha hecho más que ella para volver a traer el pragmatismo clásico al foco de la atención de la filosofía actual. Ha renovado en profundidad el pragmatismo como una genuina filosofía −fructífera y potente− capaz de acometer los acuciantes problemas a los que nos enfrentamos los seres humanos en el siglo XXI.
¿En qué consiste para usted la actividad del filosofar?
En un mundo como el nuestro, en el que la vida de tantas personas y organizaciones se encuentra −casi siempre− alejada del examen inteligente de uno mismo y de lo que acontece en la sociedad, una filosofía que se aparte de los genuinos problemas humanos −tal como ha hecho buena parte de la filosofía moderna− me parece un lujo que no podemos permitirnos. Cuántas veces habré citado la afirmación de Husserl de que quienes nos dedicamos a cultivar el pensamiento somos los “funcionarios” de la humanidad: tenemos como misión propia el mantener vivos la libertad de espíritu, el afán por la justicia y la paz, el cultivo de las ansias de comprender que albergan los corazones humanos.
¿Cuál es el valor de la filosofía, a su consideración, y el rol del filósofo en la sociedad actual?
Algunos de mis colegas creen que basta con que los filósofos despertemos a los demás ciudadanos, invitándoles a reflexionar, pero para mí eso no es suficiente. Pienso que debemos enseñar la cuestión decisiva que es siempre la de cómo vivir. Los filósofos no debemos renunciar a la pretensión de influir en la sociedad en la que vivimos. Un buen filósofo de estirpe socrática ha de sentirse vocacionalmente llamado a velar por la ciudad −como el tábano sobre el caballo− para que no se amodorre. Hoy en día se hará esto a través de la prensa, la televisión, un blog en internet. Habrá, por tanto, que escribir artículos superespecializados en revistas de alta consideración académica y a la vez empeñarse por estar en los medios de comunicación respondiendo lo mejor que podamos a las inquietudes de nuestros conciudadanos.
Pero, ¿es esto suficiente? Esto puede parecer más bien solo un parche o un remiendo. No puedo quitar de mi cabeza la tesis XI de Marx sobre Feuerbach: “Los filósofos hasta el momento no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata ahora es de transformarlo”. Estoy persuadido de que hay que pensar y encontrar nuevas maneras de hacerlo −o al menos intentarlo− en este mundo global: en todo caso, no basta con escribir libros que vayan a leer unos pocos. Siempre sueño con que entre mis alumnos, doctorandos o lectores en general, se encuentren aquellas personas jóvenes, inteligentes y con el corazón grande, capaces de llevar a cabo esa formidable y magnífica tarea.
¿Qué contacto ha tenido con la reflexión que se ha desarrollado en América latina? ¿cuál es su valoración?
Desde hace veinticinco años he visitado regularmente América Latina para impartir clases o participar en congresos, en especial en Argentina, Colombia y México, pero también en Brasil, Chile, Guatemala y Perú. Me he encontrado siempre con personas muy valiosas y con unas enormes ganas de aprender, en particular entre el profesorado joven de humanidades.
¿Cuál es la situación de la filosofía y los filósofos en España?
Es difícil ofrecer un diagnóstico general, pero la situación está −me parece a mí− muy vinculada al declive general de la enseñanza universitaria en Europa. Sin embargo, hay voces jóvenes cautivadoras que están generando un espacio nuevo. Por ejemplo, en las últimas semanas he leído sendos libros de Marina Garcés y de Josep Maria Esquirol maravillosamente escritos y que hacen pensar.
Uno de los grandes problemas −como apuntaba Kant− consiste en si es posible enseñar la filosofía, ¿qué considera usted al respecto?
Le contestaré con aquello que escribía Henry D. Thoreau en 1854: “Hoy hay profesores de filosofía, pero no filósofos. Y sin embargo, es admirable enseñarla porque en un tiempo no lo fue menos vivirla. El filósofo va por delante de su época, incluso en su forma de vivir”. Lo mismo pienso yo. Por ello, parafraseando a Charles Peguy, lo que defiendo es que la filosofía debe volver a las clases de filosofía, esto es, que los problemas que se aborden en las clases han de afectar a la vida real de los profesores y sus alumnos.
Como dije en la primera sesión del Congreso en Panamá, la filosofía debe partir de las conversaciones reales de la gente, de sus diferentes opiniones acerca de los problemas humanos, y no de ideas ajenas a la vida y al pensamiento de profesores y alumnos. Este punto de partida −las conversaciones efectivas y los problemas reales− nos libra ya de aquella tentación de soledad individualista tan bien representada por El pensador de Rodin.
¿Qué mensaje le podría enviar a las personas jóvenes que manifiestan interés por la filosofía?, ¿por dónde cree que deben comenzar?
Cada vez que un grupo de jóvenes se reúne para pensar, nace de nuevo la filosofía. Puede ser bebiendo unas cervezas al salir de clase; puede ser al terminar de ver una película en un cine, o quizás a altas horas de la madrugada esperando el amanecer. Cuando los jóvenes se ponen a pensar por su cuenta y riesgo, vuelve la filosofía a la vida. Muy probablemente el problema más grave que afecta a los jóvenes de hoy es una dolorosa experiencia de la separación entre su pensamiento y su vida. Para muchos es realmente un auténtico desgarramiento, más aún cuando comprueban que los mayores −sus padres, sus profesores, quienes lideran la sociedad− han renunciado casi siempre a pensar, al menos a pensar sobre las cosas realmente importantes para la vida.
Ambos mundos −el del pensamiento y el de la vida− permanecen casi siempre completamente separados, como si se tratara de universos distintos. Lo que pretendo con mis clases y mis libros es contagiar a los jóvenes la convicción de que es posible −y merece la pena intentarlo− articular unitariamente el pensamiento y la vida, porque el pensamiento ensancha y enriquece la vida y porque la vida potencia y alimenta el pensamiento.
Fernando Vásquez y Juan España, en laestrella.com.pa.
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