Los niños han sido siempre el símbolo de la ternura, del afecto, de la fragilidad o de la inocencia
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El final de este anuncio sería desastroso si el niño −prácticamente un bebé− no actuara movido por su innata generosidad y su compasión sin límites
Los niños han sido siempre el símbolo de la ternura, del afecto, de la fragilidad o de la inocencia. Y así aparecen también en los anuncios: cariñosos, tiernos, frágiles...
Pero hay una característica que −sobre todo en la publicidad− los hace especialmente atractivos para los adultos: los niños son el símbolo vivo de la sinceridad. Dicen lo que piensan, sin dobleces, sin hipocresía; y aman con sinceridad de corazón, con un alma pura y todavía inocente.
La " target="_blank">escena de este anuncio transcurre en el salón de un hogar. Todo debería ser paz y tranquilidad, porque es un ambiente protegido y afectuoso. Pero el niño está viendo la televisión, y por ella entran −en ese espacio de inocencia− horrores sin cuento para los que el menor no está preparado: violencia, hambre, sufrimiento, lloros, pena, desamparo… Todo aquello que sus padres han tratado de dejar fuera de su casa irrumpe con fuerza, de repente, a través de la pantalla gris. Y todo eso golpea con dureza en el alma del chico.
El final de este anuncio sería desastroso si el niño —prácticamente un bebé— no actuara movido por su innata generosidad y su compasión sin límites. Es esa bondad natural, esa sinceridad de corazón que los adultos hemos olvidado en el camino... y que tenemos que recuperar, con ayuda de los pequeños. Porque siempre nos enseñan a saber vivir y a saber amar. Maestros del amor y de la solidaridad: las grandes lecciones de la vida.