Nuestra sociedad ha establecido la fina línea que separa la heroicidad del manicomio en el cuarto hijo, al que aún no he llegado y tampoco sé si llegaré, puesto que no está ni mucho menos en mis manos
Lo suelto a bocajarro para empezar y así voy al grano: esperamos felizmente nuestro tercer hijo para marzo del año que viene. No os preocupéis, que el tema del parto al menos de momento no lo voy a tocar. Después del parto hollywoodiense del año pasado simplemente espero conseguir llegar al hospital sana y salva y, con un poco de suerte, tener mi epidural. En cualquier caso este no es el tema del artículo de hoy.
El tema es en sí mismo el tercer hijo. Ese que pocos se atreven a tener y por el que la gente te mira como a una heroína, pero que simplemente te deja a un hijo menos de que la gente te mire como a una pirada, si ustedes me entienden. Nuestra sociedad ha establecido la fina línea que separa la heroicidad del manicomio en el cuarto hijo, al que aún no he llegado y tampoco sé si llegaré, puesto que no está ni mucho menos en mis manos. Pero es que tampoco lo estaba el tercero. El hombre propone y Dios dispone, y mientras la gente siga pensando que esto no funciona así, seguirá temiendo el tercer hijo y aborreciendo directamente el cuarto.
El caso es que ahora llega el momento de anunciar a diestro y siniestro que llega el tercero porque, si no lo hago, en un mes empezará a ser evidente y será peor. Y después de algunos comentarios que recibí con la segunda, me pregunto −porque no estoy segura de si lo que me imagino se quedará corto− qué pasará ahora.
¿Qué pasará con mi anciano vecino de garaje que, cuando me quedé embarazada por primera vez, me confesó que él a su hija le había recomendado no tener hijos porque “no valía la pena”? En el segundo embarazo decidió hablar con mi marido (se ve que pensó que conmigo no había resultado) sin mucho éxito, así que ¿con quién hablará ahora cuando vea despuntar el tercer bombo?
¿Qué pasará con los familiares que me dijeron que si pensaba formar un equipo de fútbol ya con mi segundo retoño?
¿Qué pasará con las madres del colegio que me mirarán con compasión y horror tal y como ha hecho la única a la que se lo he contado?
Pensando en todas estas cosas, de repente pensé también en las madres que se han enfrentado a su cuarto, quinto, sexto embarazo ante los ojos espantados de sus vecinos de escalera, sus familiares, conocidos e incluso los desconocidos de la calle. No debe ser fácil.Sin embargo, todas ellas, y creo que yo misma ya me puedo unir al club, comparten y compartimos algo que “los otros” no ven. Y es la alegría secreta de traer una nueva alma al mundo. Un ser humano único, que nadie ha conocido antes, que no habría podido existir si no hubiera sido por nuestro “fiat”, por nuestra apertura a la vida. Porque, ¿sabéis? un hijo es lo único que podemos ofrecer a Dios y que Él no puede tener sin nuestro “sí”. Incluso siendo Todopoderoso no puede conseguirlo si no es a través de nuestra confianza y nuestra aceptación. Todo un Dios que se rebaja a querer colaborar y crear con nosotros. Y conmigo, Sara Martín[1]. Ahí es nada.
Así que cuando empiezan mis dudas y ciertos temores, los disipo pensando que con mucho gusto estoy colaborando en la obra más alta y más excelsa que pueda existir. Una obra que cambiará el curso de la historia y cambiará vidas. Una nueva alma para el mundo y para la eternidad. Así que por favor, no me miréis como a una loca si algún día anuncio por aquí el cuarto hijo, ¿eh?
[1] Vivo en Italia con mi familia. Estudié Periodismo, aunque actualmente mis intereses se sitúan más alrededor de los libros, la organización, la cocina y sobre todo... de la maternidad, que me parece apasionante.