En la festividad de San Josemaría, un experto en la santidad de las cosas pequeñas de cada día
El 26 de junio, se celebra la festividad de San Josemaría Escrivá, el “santo de lo ordinario”, quien nos recuerda una vieja receta suya para estos complicados momentos: «estas crisis mundiales son crisis de santos»
Al canonizar a Josemaría Escrivá, el Papa Juan Pablo II le llamó "el santo de lo ordinario". Ofrecemos al final de este artículo un resumen de la ceremonia de canonización, celebrada en la Plaza de san Pedro el 6 de octubre de 2002.
Cuando explico a los niños y a los mayores quienes son los santos que adornan las paredes de mi parroquia, voy resaltando lo más llamativo de la vida de cada uno de ellos. Del Beato Diego Ventaja (mártir) destaco que murió perdonando a sus fusiladores; de la Beata Teresa de Calcuta destaco su servicio lleno de cariño a los leprosos y enfermos de sida; del Beato Juan Pablo II, que amó tanto a todos que incluso fue a la cárcel a darle un abrazo al que le pegó tres tiros. Y cuando llego al cuadro de San Josemaría Escrivá, pienso en algo espectacular y lo que se me ocurre siempre es que vivió cada momento y circunstancia de su vida ordinaria de “cura raso” con la novedad del que está muy enamorado de Dios y de toda la gente a la que tiene delante, y quería convertir en algo santo, para Dios, todo lo que hacía por pequeño que fuera.
Es el santo experto en la santidad de las cosas pequeñas de cada día. Su santidad consistió en: pedirle perdón a la persona a la que había hablado bruscamente, echarle piropos a una imagen de la Virgen por la calle, no quejarse del dolor de cabeza cuando estaba atendiendo a una persona, sonreír y ser muy cariñoso aunque estuviera muy cansado, limpiarse muy bien cada día los zapatos viejos para que sigan durando y parezcan nuevos, dejar cada cosa en su sitio después de su trabajo para no dar más trabajo y que todos encuentren un lugar agradable, ofrecer a Dios todas las molestias, sufrimientos, contratiempos, enfermedades, sin quejarse y sin molestar a los demás, dejarse corregir por los que ven sus defectos y darles las gracias, cuidar muy bien sus tiempos de oración y la preparación y celebración de la Santa Misa, ser siempre positivo y alegre, no hablar mal de nadie y comprender siempre los fallos de los demás… intentar ver en cada persona al mismo Cristo, tratar con cariño a los que le habían calumniado, terminar sus trabajos con esmero y hasta el último detalle, atender como una madre a los enfermos, ser amigo de todo el mundo…
La novedad de su mensaje está en que “lo de siempre” se puede hacer nuevo y apasionante si se hace, se dice, se sufre, con la novedad del amor de Dios. Su receta anticrisis era «estas crisis mundiales son crisis de santos». Y su receta para la nueva evangelización era que nuestra misión de cristianos consiste en «hacer felices a los demás» con la Verdad del Evangelio y con la Vida nueva y divina de los sacramentos. Repetía siempre que lo nuestro es «sembrar paz y alegría». Este es el gran secreto del Opus Dei y lo verdaderamente nuevo de su mensaje: vivir la vida diaria apasionadamente y ponerse a ser santo en las cosillas de cada día, como hizo Santa María, como hizo San José, como hizo Jesús. ¡Qué sencillo! ¿verdad?
Antonio Cobo, sacerdote diocesano de Almería.
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