“El futuro de la Iglesia puede venir y vendrá también hoy sólo de la fuerza de quienes tienen raíces profundas y viven de la plenitud pura de su fe” (Joseph Ratzinger)
Todos somos conscientes de que la Iglesia Una, santa, católica y apostólica, fundada e instituida por Nuestro Señor Jesucristo está pasando por momentos difíciles, un poco oscuros. Es patente el abandono de la Fe de muchos bautizados, más allá de los escándalos por el comportamientos de algunos obispos y sacerdotes, y no solo en el campo sexual, sino, y es más grave, en las interpretaciones de puntos de Fe, que desorientan a muchos fieles.
Es de justicia, por otro lado, señalar que semejantes momentos también ayudan a muchos creyentes a reafirmar su Fe en Jesucristo, bien conscientes de que los cristianos no creemos por lo bien que lo pueda hacer algún santo, algún papa, algún obispo, o algún buen padre de familia o compañeros de trabajo. Nosotros creemos por Jesucristo Nuestro Señor.
En diciembre de 1969, el entonces sencillamente sacerdote y profesor Joseph Ratzinger dio una charla en la radio de Hesse, Alemania, en la que, hablando de la Fe y del futuro de la Iglesia señaló: “El futuro de la Iglesia puede venir y vendrá también hoy sólo de la fuerza de quienes tienen raíces profundas y viven de la plenitud pura de su fe”. Y, ¿qué futuro vislumbraba para la Iglesia?
“Será una Iglesia interiorizada, que no suspira por su mandato político y no flirtea con la izquierda ni con la derecha. Le resultará muy difícil. En efecto, el proceso de la cristalización y la clarificación le costará también muchas fuerzas preciosas. La hará pobre, la convertirá en una Iglesia de los pequeños. (…) El proceso será largo y laborioso, al igual que también fue muy largo el camino que llevó de los falsos progresismos, en vísperas de la Revolución francesa −cuando también entre los obispos estaba de moda ridiculizar los dogmas y tal vez incluso da a entender que ni siquiera la existencia de Dios era en modo alguno segura-, hasta la renovación del siglo XIX. Pero tras la prueba de estas divisiones surgirá, de una Iglesia interiorizada y simplificada, una gran fuerza, porque los seres humanos serán indeciblemente solitarios en un mundo plenamente planificado. Experimentará, cuando Dios ya haya desaparecido totalmente para ellos, su absoluta y horrible pobreza. Y entonces descubrirán la pequeña comunidad de los creyentes como algo totalmente nuevo. Como una esperanza importante para ellos, como una respuesta que siempre han buscado a tientas.
A mí me parece seguro que a la Iglesia le aguardan tiempos muy difíciles. Su verdadera crisis apenas ha comenzado todavía (estamos en 1969). Hay que contar con fuertes sacudidas. Pero también estoy totalmente seguro de lo que permanecerá al final: no la Iglesia del culto político, que fracasó ya en Gobel (arzobispo de París, que renegó de la Fe, “adoró” a la diosa razón; organizó la iglesia nacional constitucional; y que, al fin, bajo Robespierre, fue ajusticiado por ateo); sino la Iglesia de la fe. Ciertamente ya no será nunca más la fuerza dominante de la sociedad en la medida en que lo era hasta hace poco tiempo. Pero florecerá de nuevo y se hará visible a los seres humanos como la patria que les da vida y esperanza más allá de la muerte”.
En aquellos momentos, Ratzinger tenía presente la situación post-conciliar, y las contiendas entre “progresistas” y “conservadores” dentro de la Iglesia; entre la interpretación del Concilio como “ruptura” con el pasado; o “continuidad y reforma”; cómo él mismo subrayó al tomar posesión del Pontificado, afirmando que la verdadera hermenéutica del Concilia era la de “continuidad”.
Hoy, casi toda la corriente “progresista”, si se puede decir así, aunque habría que llamar “regresista”, porque implica una vuelta a la aceptación del pecado antes de ser redimido por Cristo, ha acabado −entre otras “rupturas”− en una aceptación teórica y práctica de la homosexualidad, que comporta una negación de la creación y de los planes redentores y salvíficos de Dios en Cristo Jesús; en definitiva, una pérdida de la Fe. También lo señaló el ya arzobispo Ratzinger el año 1986, y comentó que la “aceptación de la práctica de la homosexualidad, despojándola de su condición moral de pecado”, sería, junto a otras causas, el olvido de la vida eterna y el olvido del pecado y del infierno, un factos importante que provocaría una falta seria de Fe dentro de la Iglesia.
Los “profetas” siempre han sufrido mucho al anunciar la verdad.