Ya no hay que discutir si cenamos fuera o no. Por supuesto: cenamos fuera. En el balcón
La Gaceta
Ya no hay que discutir si cenamos fuera o no. Por supuesto: cenamos fuera. En el balcón. Allí la brisa primaveral es una delicia. Y en casa uno se siente como en casa
Discrepo. La crisis es una bendición. Gracias a ella hemos vuelto a pasear por las calles sin prisa, a deleitarnos con cada puesta de sol, a juntar céntimos en un cerdito rosa y a reencontrarnos con el enorme placer de romperle la cabeza a martillazos a fin de mes. En casa reina la felicidad desde que se desató la galerna. En estos días grises volvemos a disfrutar del sabor de la cerveza con un buen amigo, especialmente si paga él, salimos al campo a comer de bocadillo cada domingo y, si logramos darle esquinazo a la guerrilla ecologista, hasta cazamos mariposas, como cuando éramos niños y los huevos de mariposa aún no eran los huevos más importantes del mundo después de los de Barack Obama.
No vamos tanto al cine pero escuchamos más música, rescatamos viejos vinilos sin sensación de pobreza sino de vanguardia, y hemos descubierto que en la estantería del trastero, debajo de esa capa de polvo tan rica en bacterias, había un montón de libros abandonados. Decenas de volúmenes que durante décadas sólo han servido para dar cobijo a la colección de ácaros más erudita del planeta. Ahora los abrimos y nos entretenemos durante horas, aunque sea pensando en lo aburrido que debió ser por momentos el siglo XIX, para que hubiera autores escribiendo cosas tan justamente condenadas al olvido.
La crisis nos simplifica la vida. Ya no hay que discutir si cenamos fuera o no. Por supuesto: cenamos fuera. En el balcón. Allí la brisa primaveral es una delicia. Y en casa uno se siente como en casa. Tampoco hay que patearse decenas de concesionarios en busca del coche perfecto, porque seguro que el coche perfecto es el que está aparcado en nuestra plaza de garaje. Y este año no hay debate posible sobre dónde pasar las vacaciones. ¿Qué vacaciones? Ahora los catálogos de cruceros de lujo los utilizamos para envolver los huevos de corral que nos trae la vecina, directamente de la gallina a la mesa. A veces son tan frescos que llegan piando, y entonces en vez de huevos fritos, cenamos chicken wings, que son alitas de pollo pero en pijo.
Ahora descubrimos las insospechadas propiedades alimenticias de la comida de ayer, aprovechamos hasta los ojos del cerdo para jugar a las canicas, y nos asombramos de lo reconfortante que puede resultar llegar a casa, cerrar la puerta, y dejar ahí fuera a la legión de expertos en economía que proliferan en los bares, tratando con tanta confianza a la prima de riesgo que parece la madre de sus hijos. Sabíamos que España era país de entrenadores frustrados, pero hasta esta crisis desconocíamos la de talentos que se han perdido las facultades de Economía.
Sí. No llegamos bien a fin de mes, pero ya nos apañaremos, como reza aquella canción de Siempre Así, tan llena de vida y optimismo que dan ganas de prenderle fuego al disco, de pura envidia. Quién pudiera disfrutar sólo con lo pequeño. Quién pudiera vivir con lo puesto sin sentir el agua al cuello. Quién supiera olvidarse de lo que no está en nuestras manos, confiarlo a la Providencia y, en última instancia, hacer entre risas la sopa de marisco con el agua de la pecera. Que mañana Dios dirá. Si hay mañana.