Videomensaje del Santo Padre a los participantes en el Congreso internacional sobre “El catequista, testigo del misterio”, organizado por el Consejo Pontificio para la promoción de la nueva evangelización
Desde Vilna (Lituania), donde el Santo Padre se encuentra realizando su Viaje apostólico a los Países Bálticos, “aprovecho estos instrumentos eficaces de la tecnología para estar con vosotros y dirigiros algunos pensamientos que me preocupan, para que vuestra vocación a ser catequistas asuma cada vez más una forma de servicio que se realiza en la comunidad cristiana y requiere ser reconocido como un verdadero y genuino ministerio de la Iglesia, del que tenemos especial necesidad”.
Texto del videomensaje del Santo Padre
Queridísimos catequistas, me hubiera gustado mucho compartir con vosotros en persona este momento importante de vuestro encuentro para reflexionar sobre la segunda parte del Catecismo de la Iglesia Católica, que toca contenidos importantes y básicos para la Iglesia y para cada cristiano, como la vida sacramental, la acción litúrgica y su impacto en la catequesis. Mons. Fisichella me ha informado de que sois muchos, casi 1.500 catequistas, y que venís de 48 países distintos, en muchos casos acompañados por vuestros Obispos, a los que saludo cordialmente. Gracias por vuestra presencia. Gracias por el entusiasmo con que vivís vuestro ser catequistas en la Iglesia y para la Iglesia.
Recuerdo con gusto el primer encuentro que tuve con vosotros en el Año de la Fe, en 2013, y cómo os pedí «¡ser catequistas!, no trabajar como catequistas: ¡eso no sirve! “Yo trabajo como catequista porque me gusta enseñar”. Pues si no eres catequista, no sirve. ¡No serás fecundo! Catequista es una vocación: ser catequista, esa es la vocación, no trabajar como catequista. Mirad que no he dicho hacer de catequistas, sino serlo, porque implica la vida. Se guía al encuentro con Jesús con las palabras y con la vida, con el buen ejemplo».
Hoy estoy en Vilnius para el viaje apostólico a los Países Bálticos que estaba programado desde hace tiempo. Aprovecho estos instrumentos eficaces de la tecnología para estar con vosotros y dirigiros algunos pensamientos que me preocupan, para que vuestra vocación a ser catequistas asuma cada vez más una forma de servicio que se realiza en la comunidad cristiana y requiere ser reconocido como un verdadero y genuino ministerio de la Iglesia, del que tenemos especial necesidad.
Pienso a menudo en el catequista como el que se ha puesto al servicio de la Palabra de Dios, que frecuenta esa Palabra diariamente para convertirla en su alimento y así poderla participar a los demás con eficacia y credibilidad. El catequista sabe que esa Palabra está «viva» (Hb 4,12) porque constituye la regla de la fe de la Iglesia (cfr. Dei Verbum, 21; Lumen gentium, 15). El catequista, en consecuencia, no puede olvidar, sobre todo hoy en un contexto de indiferencia religiosa, que su palabra es siempre un primer anuncio. Pensad bien esto: en este mundo, en esta área de tanta indiferencia, vuestra palabra siempre será un primer anuncio, que llega a tocar el corazón y la mente de tantas personas que están esperando encontrar a Cristo. Incluso sin saberlo, lo están esperando.
Y cuando digo primer anuncio no lo hago solo en sentido temporal. Cierto, eso es importante, pero no siempre es así. Primer anuncio equivale a subrayar que Jesucristo muerto y resucitado por amor al Padre, da su perdón a todos sin distinción de personas, solo son abrir su corazón y dejarse convertir. A menudo no percibimos la fuerza de la gracia que, también a través de nuestras palabras, toca en profundidad a nuestros interlocutores y los forma para permitirles descubrir el amor de Dios. El catequista no es un maestro o un profesor que piensa en dar una clase. La catequesis no es una clase; la catequesis es la comunicación de una experiencia y el testimonio de una fe que enciende los corazones, porque mete el deseo de encontrar a Cristo. Ese anuncio en varios modos y con diferentes lenguajes es siempre el “primero” que el catequista está llamado a realizar.
Por favor, en la comunicación de la fe no caigáis en la tentación de cambiar el orden con que siempre la Iglesia ha anunciado y presentado el kerigma, y que así se encuentra también en la estructura del mismo Catecismo. No se puede, por ejemplo, anteponer la ley, aunque sea la moral, al anuncio tangible del amor y de la misericordia de Dios. No podemos olvidar las palabras de Jesús: “No he venido a condenar, sino a perdonar...” (cfr. Jn 3,17; 12,47). De la misma manera, no se puede intentar imponer una verdad de la fe prescindiendo de la llamada a la libertad que esta comporta.
Quien tiene experiencia del encuentro con el Señor se halla siempre como la samaritana que desea beber un agua que no se agota, pero al mismo tiempo corre enseguida a los habitantes del pueblo para llevarlos a Jesús (cfr. Jn 4,1-30). Es necesario que el catequista comprenda, pues, el gran reto que tiene por delante sobre cómo educar en la fe, en primer lugar, a los que tienen una identidad cristiana débil y, por eso, necesitan cercanía, acogida, paciencia, amistad. Solo así la catequesis se convierte en promoción de la vida cristiana, apoyo en la formación global de los creyentes e incentivo para ser discípulos misioneros.
Una catequesis que pretenda ser fecunda y en armonía con el conjunto de la vida cristiana encuentra en la liturgia y en los sacramentos su linfa vital. La iniciación cristiana requiere que en nuestras comunidades se realice cada vez más un camino catequético que ayude a experimentar el encuentro con el Señor, el crecimiento en su conocimiento y el amor por seguirle. La mistagogia ofrece oportunidades fuertemente significativas para realizar ese trayecto con valentía y decisión, favoreciendo la salida de una fase estéril de la catequesis, que a menudo aleja sobre todo a nuestros jóvenes, porque no hallan la frescura de la propuesta cristiana y la incidencia en su vida.
El misterio que la Iglesia celebra encuentra su expresión más bonita y coherente en la liturgia. No olvidemos hacer que la gente capte, con nuestra catequesis, la contemporaneidad de Cristo. En la vida sacramental, que encuentra su culmen en la sagrada Eucaristía, Cristo se hace contemporáneo con su Iglesia: la acompaña en los avatares de su historia y nunca se aleja de su Esposa. Es Él quien se hace cercano y próximo con cuantos lo reciben en su Cuerpo y en su Sangre, y los hace instrumentos del perdón, testigos de la caridad con los que sufren, y partícipes activos en crear la solidaridad entre los hombres y los pueblos. Qué útil sería para la Iglesia si nuestras catequesis estuvieran marcadas por hacer captar y vivir la presencia de Cristo que actúa y obra nuestra salvación, permitiéndonos experimentar desde ahora la belleza de la vida de comunión con el misterio de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Espero que viváis estos días con intensidad, para llevar luego a vuestras comunidades la riqueza de cuanto hayáis vivido en este encuentro internacional. Os acompaño con mi bendición y, por favor, no os olvidéis de rezar por mí. Gracias.