Tomando las manos de su abuela y mirándola a los ojos, Harouna Garba le espetó estas palabras para explicarle por qué había decidido marcharse de Togo: “Seré delincuente o moriré”
Tenía 14 años y la seguridad de que solamente alcanzaría un futuro mejor fuera de las fronteras africanas. En Togo el horizonte al que los jóvenes miraban era un desierto donde la vida se esfumaba y en el que la violencia y el trapicheo eran la única salida.
Han pasado casi dos décadas de aquello. Las manos de Garba ya no son las de un adolescente. Ahora las mueve con agilidad sobre la pantalla de su tableta, teclea comandos indescifrables para un profano, despieza las tripas de los ordenadores con la precisión de un cirujano. Garba se ha convertido en un experto mantenedor informático. Está casado y tiene tres hijos. Vive en Valencia, y dedica parte de sus ingresos a ayudar en la formación de otras personas de su familia y a enviar dinero a África para sostener a su madre.
Las manos con las que Garba abrazó a su abuela y con las que ahora repara ordenadores son las mismas con las que sobrevivió, aferrado a una roca, al naufragio de la patera que le traía a Fuerteventura. Las mismas manos con las que evitó ser devorado por una boa cuando dormía en la selva durante su largo viaje hacia Marruecos. Las mismas con las que trabajó como barbero y zapatero durante varios años en el norte de África para pagar a las mafias que le facilitaron su viaje en patera hacia el futuro. Pero algo ha cambiado por completo.
Su vida podría haber sido muy distinta. Cuando llegó a Valencia solo tenía siete euros en el bolsillo y una idea en la cabeza. “Mi intención era vender droga y ganar mucho dinero”, admite. Dinero rápido para salir adelante. Pero sus planes cambiaron. Dos sucesos los cambiaron. El primero fue la visión de un yonqui tirado en la calle con los síntomas del mono. “Parecía un desecho humano”, recuerda. El segundo fue topar con la gente de Xabec.
“No soy cristiano pero se me apareció la Virgen”, explica Garba con ojos alegres. Xabec es una escuela de Formación Profesional de Valencia dirigida a personas con escasos o nulos recursos, y promovida por el Opus Dei. “En Xabec empezó todo. Allí te enseñan formación profesional y formación humana: cómo ser persona. Son gente sencilla, dispuesta a ayudar, a decirte cómo se hacen las cosas; eso es lo que se llama humanidad”, asegura.
Garba es musulmán y es cooperador del Opus Dei. “Intento hacer las cosas bien. Ese mensaje del Opus Dei lo he captado. Y aquí nunca nadie me ha pedido que cambie mi religión para ser católico. Por eso me he quedado y coopero con ellos”, explica.
En Xabec sólo encontró amigos y respeto hacia sus creencias. Baltasar, el sacerdote de la escuela, cocinaba suculentas paellas, pero tenía el cuidado de comprar pollo halal para que Garba pudiera comerlas junto con el resto. “Son detalles de respeto”, recuerda agradecido.
“El Opus Dei es muy sencillo de entender. Su mensaje es trabajar y hacer las cosas bien. Y cuidar a los demás”, subraya. “Pero a veces todos tenemos prejuicios y hay algunos que creen que ‘Opus Dei’ es igual ‘arriba las manos que te atraco’. Yo he comprobado que están muy equivocados”.
Como buen musulmán, Garba reza varias veces al día y en sus oraciones están Valencia, España y Xabec, un lugar tan especial para él que desearía llevarlo “a todo el mundo”. A Garba le gustaría que hubiera muchos Xabec, especialmente en el continente africano. “Yo quiero algo como esto. Porque si estudias, sales adelante. Lo importante es que la gente se forme, y que con su esfuerzo y trabajo pueda mejorar”.
Por ese motivo cree que iniciativas como las de la ONG Harambee son necesarias para el futuro de África. “Lo que necesita mi tierra no es comida −sostiene con rotundidad−. Es educación, proyectos como éste, para mejorar las condiciones de vida y para que la gente se forme y aprenda oficios. Si tuviéramos oportunidades y hubiera menos corrupción, a todos nos gustaría seguir en nuestra tierra. Nadie querría salir huyendo en una patera”.
Mientras conversa, Garba agita las manos. Quisiera más manos como las suyas para resucitar África. Llevar Xabec a su país, y a muchos otros del continente africano. Llenarlo de oportunidades. Ése es su deseo: evitar que sus compatriotas pierdan la vida entre las olas del océano para alcanzar una vida como la que él ha conseguido. Que nunca nadie más tenga que huir de su tierra en una patera.