Respecto de la vida del que está por nacer, Chiara Corbella ha colocado la vara de la exigencia donde Dios quiere que esté: si es necesario, en el heroísmo
Chiara Corbella tenía 28 años cuando murió de cáncer el 13 de junio del 2012, en una casa familiar a las afueras de Roma.
Casada desde hacía casi cinco años con Enrico Petrillo, dejó a su marido con un hijo de apenas un año, Francesco, y ella fue a encontrarse con otros dos −la primera, María Grazia Letizia y el segundo, Davide Giovanni− muertos ambos con un año de diferencia y los dos antes de la primera hora de vida posterior a su nacimiento.
María Grazia fue diagnosticada de anencefalia y Davide de malformación visceral en la pelvis con ausencia de miembros inferiores. No había relación alguna entre los problemas con que ambos niños vivieron su gestación. Pero hubo, sí, una vinculación completa entre las dos decisiones que Chiara y Enrico tomaron al conocer los sucesivos diagnósticos: ambos niños nacerían para ser bautizados, para “nunca más morir”. Las presiones que sufrieron para practicar los abortos −especialmente en el caso de María Grazia− fueron desechadas con energía por la joven pareja. Incluso, algunas amistades se terminaron en esa fase de sus vidas.
Y justamente así se llama el conmovedor libro sobre la vida de Chiara, Nacemos para no morir nunca, obra escrita por el matrimonio de sus mejores amigos −Simone y Cristiana− y traducida ya al castellano, francés, portugués e inglés.
En esa obra aprendemos que, poco después de enterrar al segundo de sus hijos, Chiara vuelve a quedar embarazada. La gestación del tercero, Francesco, es normal, pero al poco tiempo la joven madre tiene que someterse a una operación en la lengua. El diagnóstico es lapidario: carcinoma. Y si no se actúa rápido, el tratamiento será ineficaz. Pero ella, consciente de los riesgos que correría el hijo que espera, se niega a terapias u operaciones antes del nacimiento de Francesco. Incluso más, logra sintonizar con un equipo médico que le consiente esperar al máximo la maduración del niño, antes de inducir el parto.
Dos días después del feliz nacimiento de Francesco, Chiara se somete a la operación postergada. Los resultados sugieren que parece que habría esperanzas… pero no. Cuando Francesco tiene ya casi un año, Chiara es diagnosticada como enferma terminal y muere apenas 8 semanas después. Alcanzan los tres, con Enrico y el inocente Francesco, a visitar al papa Benedicto XVI, quien conmovido oye del marido un brevísimo resumen de esta historia, cuyo final −la muerte santa de Chiara− estaba apenas a seis semanas de producirse.
Respecto de la vida del que está por nacer, Chiara Corbella ha colocado la vara de la exigencia donde Dios quiere que esté: si es necesario, en el heroísmo.
Conocer y divulgar su historia, hoy en Chile, ayudará muchos a involucrase, paso a paso, hacia las alturas que en cada caso requiera la defensa de la vida.