En el vuelo que lo llevaba de regreso a Roma, procedente de Dublín, con motivo de la Jornada Mundial de las Familias, el Papa respondió a las preguntas de los periodistas
Concluido su Viaje apostólico a Irlanda con motivo de la Jornada Mundial de las Familias, el Papa respondió a las preguntas de los periodistas en el avión que le llevaba de regreso a Roma.
Greg Burke: Gracias por este tiempo que nos dedica, tras dos días tan intensos. Ciertamente ha habido momentos difíciles en Irlanda –siempre está la cuestión de los abusos–, pero también momentos muy bonitos: la fiesta de las familias, sus testimonios, el encuentro con las jóvenes parejas y también la visita a los Capuchinos que ayudan tanto a los pobres. Pasamos la palabra a los periodistas, empezando por los irlandeses… Pero quizá Usted quiera decir algo antes…
Agradeceros, porque si yo me he cansado, pienso en vosotros, que tenéis trabajo, trabajo, trabajo… Os agradezco mucho vuestro esfuerzo, vuestro trabajo. Muchas gracias.
Tony Connelly, RTÉ (Radio Tv Irlanda): Santidad, el sábado habló del encuentro que tuvo con la Ministra para la infancia; dijo lo mucho que le impresionó lo que la Señora le contó sobre las casas para las madres y los niños. ¿Qué le dijo exactamente? ¿Le impresionó tanto porque era la primera vez que oía Usted hablar de esas casas?
La Ministra me dijo antes una cosa que no tenía que ver con madres e hijos; me dijo –pero fue breve–: “Santo Padre, hemos encontrado fosas comunes de niños, niños enterrados. Lo estamos investigando. ¿La Iglesia tiene algo que ver en todo esto?”. Me lo dijo con mucha educación, de verdad, y con mucho respeto. Yo se lo agradecí, me impresionó eso, hasta tal punto que quise repetirlo en el discurso. No fue en el aeropuerto –me he equivocado–, fue en el encuentro con el Presidente. En el aeropuerto había otra Señora –Ministra, creo– y me he confundido. Pero ella me dijo: “Luego le enviaré un informe”. Me lo envió, pero no he podido leerlo aún. He visto que me lo había enviado. Fue muy equilibrada al decirme: “hay un problema, pero aún no ha terminado la investigación”, y me dio a entender que la Iglesia tenía algo que ver en eso. En mi opinión, esto ha sido un ejemplo de colaboración constructiva, antes de… no quiero decir la palabra “protesta”, pero de lamento, de lamento por lo que en un tiempo pasado quizá la Iglesia había favorecido. Aquella Señora era de una dignidad que me impresionó. Y ahora tengo ese informe, que estudiaré cuando vuelva a casa. Gracias a usted.
Paddy Agnew, “Sunday Independent” (Irlanda): Santo Padre, gracias y buenas tardes. Ayer, Marie Collins, la víctima Marie Collins que Usted conoce bien, contó que Usted no es favorable a la institución de nuevos tribunales vaticanos para el problema de los abusos sexuales, y en particular de los llamados tribunales para obispos, sobre la responsabilidad por parte de los obispos. ¿Por qué considera que no son necesarios?
No, no, no es así. No es así. Marie Collins está un poco fijada con esa idea… –yo estimo mucho a Marie Collins, a veces la llamamos al Vaticano para que dé una conferencia–, pero se ha quedado fija en la idea de ese escrito “Como una madre amorosa”, en el que se decía que para jugar a los obispos sería bueno hacer un tribunal especial. Luego se ha visto que eso no era practicable y no era tampoco conveniente por las diferentes culturas de los obispos que deben ser juzgados. Se toma la recomendación de “Madre amorosa” y se hace un juzgado para cada obispo, pero no es el mismo. Ese obispo es juzgado y el Papa hace un juzgado que sea más capaz de llevar aquel caso. Es algo que funciona mejor, también porque, para un grupo de obispos, dejar la diócesis por eso no es posible. Así los tribunales, los juicios cambian. Y así lo hemos hecho hasta ahora. Ya han sido juzgados bastantes obispos: el último es el de Guam, el Arzobispo de Guam, que está en recurso de apelación y yo he decidido –porque era un caso muy, muy complejo– usar un derecho que tengo, de llevar la apelación y no mandarlo al tribunal de apelación que hace su trabajo con todos los curas, pero este lo he tomado yo. He hecho una comisión de canonistas que me ayuda y me han dicho que, en breve, un mes como máximo, se hará la “recomendación” para que yo haga el juicio. Es un caso complicado, por una parte, pero no difícil, porque las evidencias son clarísimas; del lado de las evidencias, son claras. Pero no puedo prejuzgar. Espero el informe y luego juzgaré. Digo que las evidencias son claras porque son las que llevaron al primer tribunal a la condena. Este ha sido el último caso. Ahora hay otro en curso, veremos cómo acabará. Pero está claro, yo dije a Marie: el espíritu y también la recomendación de “Como una madre amorosa” se sigue: un obispo es juzgado por un tribunal, pero no es siempre el mismo tribunal, porque no es posible. Ella no ha entendido bien esto, pero cuando la vea –porque viene a veces al Vaticano, la llamamos– se lo explicaré más claramente. Yo la aprecio mucho.
Stefania Falasca, “Avvenire”: Buenas tardes, Santo Padre. Ha dicho Usted, también hoy, que siempre es un reto acoger al inmigrante y al extranjero. Justo ayer se resolvió un tema doloroso, el de la nave “Diciotti”. ¿Está su “mano” detrás de esa solución? ¿Se ha involucrado o implicado? Además, muchos ven un chantaje a Europa en la piel de estas personas. ¿Qué piensa Usted?
¡La “zarpa” es del diablo, no la mía! Acoger a los inmigrantes es tan antiguo como la Biblia. En el Deuteronomio, en los mandamientos, Dios manda esto: acoger al inmigrante, “al extranjero”. Es algo antiguo, que está en el espíritu de la revelación divina y también en el espíritu del cristianismo. Es un principio moral. Sobre esto ya he hablado, pero luego he visto que tenía que explicarme un poco más, porque no se trata de acoger “a la buena de Dios”, no, sino de acoger razonablemente. Y eso vale para toda Europa. ¿Cuándo me di cuenta de cómo debe ser esa actitud razonable? Cuando el atentado de Zaventem (Bélgica): los chicos, los guerrilleros que hicieron el atentado en Zaventem eran belgas, pero hijos de inmigrantes no integrados, aislados. O sea, habían sido acogidos por el país, pero dejados ahí, e hicieron un gueto: no fueron integrados. Por eso he subrayado esto, es importante. Luego recordé, cuando fui a Suecia –y Franca Giansoldati en un artículo hizo mención de esto y de que yo expliqué ese pensamiento–, hablé de integración, y lo sabía porque durante la dictadura, en Argentina, del 1976 al 1983, muchos, muchos argentinos y también uruguayos huyeron a Suecia. Y allí, enseguida el gobierno los tomaba, les hacía estudiar la lengua y les daba trabajo, los integraba. Hasta el punto de que –y esto es una anécdota interesante– la Señora Ministra que vino a despedirme en el aeropuerto de Lund era hija de una sueca y de un inmigrante africano; pero ese inmigrante africano se integró hasta el punto de que su hija llegó a ser Ministra del país. Suecia fue un modelo. Pero, en aquel momento, Suecia comenzada a tener dificultades: no porque no tuviese buena voluntad, sino porque no tenía posibilidades de integración. Ese fue el motivo por el que Suecia se ha parado un poco, ha dado ese paso. ¡Integración! Y luego, hablé aquí, en una conferencia de prensa con vosotros, de la virtud de la prudencia, que es la virtud del gobernante, y hablé de la prudencia de los pueblos sobre el número o las posibilidades: un pueblo que puede acoger, pero no tiene posibilidad de integrar, mejor que no acoja. Ahí está el problema de la prudencia. Y creo que ese es el punto clave del diálogo hoy en la Unión Europea. Hay que seguir hablando: las soluciones se encuentran…
¿Qué ha pasado con la “Diciotti”? Yo no he metido la mano. El que ha hecho el trabajo con el Ministro del Interior ha sido el padre Aldo, el bueno del padre Aldo, que es el que sigue la Obra de Don Benzi, que los italianos conocen bien, que trabajan para la liberación de las prostitutas, de las que son explotadas, y tantas cosas… Y entró también la Conferencia Episcopal Italiana, el Cardenal Bassetti, que estaba aquí, pero al teléfono seguía toda la mediación, y uno de los dos subsecretarios, Mons. Maffeis, negociaba con el Ministro. Y creo que entró Albania… Han acogido un cierto número de inmigrantes Albania, Irlanda y Montenegro, creo, no estoy seguro. De los demás se ha encargado la Conferencia Episcopal, no sé si bajo “el paraguas” del Vaticano o no…, no sé cómo se ha negociado el tema; pero van al Centro “Mundo mejor”, en Rocca di Papa, donde serán acogidos. El número creo que son más de cien. Y allí empezarán a aprender la lengua y a hacer la labor que se hace con los inmigrantes integrados. Yo tuve una experiencia muy gratificante. Cuando fui a la Universidad Roma III estaban los estudiantes que querían hacerme preguntas, y vi a una estudiante… “Yo esa cara la conozco”: era una que vino conmigo entre los 13 que traje de Lesbos. ¡Esa chica estaba en la universidad! ¿Por qué? Porque la Comunidad de San Egidio, desde el día siguiente a su llegada, la llevó a la escuela a estudiar: venga, venga… Y la integró a nivel universitario. Ese es el trabajo con los inmigrantes. Está la apertura del corazón para todos, y sufrir; pero luego, la integración como condición para acoger; y la prudencia de los gobernantes para hacerlo. Yo he visto en un vídeo clandestino, qué les pasa a los que son enviados de vuelta y caen presos de los traficantes: es horrible las cosas que hacen a los hombres, a las mujeres y a los niños…, los venden, pero a los hombres les hacen las torturas más sofisticadas. Había uno allí que fue capaz, un espía, de hacer ese vídeo, que he enviado a mis dos subsecretarios de las migraciones. Por eso, antes de mandarlos de vuelta hay que pensárselo muy bien… Y una última cosa. Están los inmigrantes que vienen; pero hay otros que vienen engañados, en Fiumicino los engañan: “No, te daremos trabajo…”. Les quitan los papeles a todos, y acaban en la calle esclavizados, amenazados por los traficantes de mujeres… Eso es.
Anna Matranga, NBC: Buenas tardes, Santo Padre. Volveré al tema “abusos”, del que ya ha hablado. Esta mañana muy temprano ha salido un documento del Arzobispo Carlo Maria Viganò, donde dice que en 2013 tuvo un coloquio personal con Usted en el Vaticano y que en esa charla le habló explícitamente del comportamiento y abusos sexuales del ex-cardenal McCarrick. Quería preguntarle si eso es cierto. Y también quería pedirle otra cosa: el Arzobispo también ha dicho que el Papa Benedicto había sancionado a McCarrick, que le había dicho que no podía vivir en el seminario, no podía celebrar Misa en público, no podía viajar; estaba sancionado por la Iglesia. ¿Le puedo preguntar si estas dos cosas son ciertas?
Una cosa: yo preferiría –aunque responderé a su pregunta– que antes hablásemos del viaje y luego de otros temas…, pero respondo. He leído, esta mañana, el comunicado. Lo he leído y sinceramente debo deciros esto, a usted y a todos los que estéis interesados: leed vosotros, atentamente, el comunicado y sacad vuestro juicio. Yo no diré una palabra sobre esto. Creo que el comunicado habla por sí mismo, y vosotros tenéis la capacidad periodística suficiente para sacar las conclusiones. Es un acto de confianza: cuando pase un poco de tiempo y hayáis sacado las conclusiones, quizá yo hable. Pero querría que vuestra madurez profesional haga ese trabajo: os hará bien, de verdad. Es suficiente.
Anna Matranga: Marie Collins ha dicho, tras haberle visto durante el encuentro con las víctimas, que ha hablado directamente con Usted precisamente del ex-cardenal McCarrick; ha dicho que Usted fue muy duro en su condena a McCarrick. Le quería preguntar: ¿cuándo fue la primera vez que Usted oyó hablar de los abusos que había cometido el ex-cardenal?
Eso forma parte del comunicado sobre McCarrick: estudiadlo y luego diré. Pero como yo ayer no lo había leído, me permití hablar claro con Marie Collins y el grupo de víctimas, en el encuentro que duró una hora y media, algo que me hizo sufrir mucho. Pero creo que era necesario escuchar a esas ocho personas; y de esa reunión salió la propuesta –que hice yo, y ellos la aceptaron y me ayudaron a realizarla– de pedir perdón hoy en la Misa, pero sobre cosas concretas. Por ejemplo, la última, que yo jamás había oído: esas madres… –se llamaba el “lavado de las mujeres”– cuando una mujer se quedaba encinta sin estar casada, iba a un hospital o no sé cómo se llamada, instituto…, y allí estaban las monjas que lo regentaban, y luego daban el niño en adopción a la gente. Y había hijos, en aquel tiempo, que quería encontrar a sus madres, por si estaban vivas, no sabían…, y les decían que eso era pecado mortal; y también a las madres que buscaban a sus hijos les decían que era pecado mortal. Por eso he terminado hoy diciendo que eso no es pecado mortal, sino el cuarto mandamiento. Y las cosas que hoy he dicho, algunas no las sabía, y ha sido para mí doloroso, pero también con el consuelo de poder ayudar a aclarar estas cosas. Y espero su comentario a aquel documento: ¡me gustaría! Gracias.
Cecile Chambraud, “Le Monde”: Buenas tardes, Santo Padre. Espero que no le moleste que haga mi pregunta en español y le ruego que responda en italiano para todos los colegas. En su discurso a las Autoridades de Irlanda, usted se refirió a su reciente Carta al Pueblo de Dios. En aquella Carta, usted llama a todos los católicos a tomar parte en la lucha contra los abusos en la Iglesia. ¿Puede detallarnos lo que concretamente los católicos pueden hacer cada uno en su sitio para luchar contra los abusos? Y en este tema, en Francia, un sacerdote ha iniciado una petición llamando a que renuncie el Card. Barbarin, acusado por víctimas ¿Le parece adecuada esta iniciativa, o no?
Si hay sospechas o pruebas o medias pruebas, no veo nada de malo en hacer una investigación, siempre que se haga sobre el principio jurídico fundamental: Nemo malus nisi probetur, nadie es malo si no se demuestra. Y muchas veces está la tentación no solo de hacer la investigación, sino de publicar que se ha hecho la investigación y porqué es culpable…, y así algunos medios –no los vuestros, no lo sé– empiezan a crear un clima de culpabilidad. Y me permito decir una cosa que pasó en estos tiempos, que podrá ayudar en esto, porque para mí es importante cómo se procede y cómo los medios pueden ayudar. Hace tres años, más o menos, comenzó en Granada el problema de los llamados curas pedófilos, un grupo de siete, ocho o diez curas, que fueron acusados de abuso de menores y también de hacer fiestas, orgías y esas cosas. La acusación la recibí yo, directamente: una carta escrita por un joven de 23 años; según él, había sido abusado, daba nombres y todo. Un joven que trabajaba en un colegio religioso de Granada, de mucho prestigio; la carta, perfecta… Y me pedía qué hacer para denunciar esto. Yo le dije: “Ve al Arzobispo, el Arzobispo sabe lo que debes hacer”. El Arzobispo hizo todo lo que debía hacer, y la cosa llegó al tribunal civil. Hubo dos procesos. Los medios del lugar comenzaron a hablar, a hablar… Tres días después, escrito en la parroquia, “curas pedófilos” y cosas del estilo, y así se creó la conciencia de que esos curas eran criminales. Siete fueron interrogados, y no se ha encontrado nada; sobre tres siguió adelante la investigación y estuvieron en la cárcel cinco días, dos, y uno –el padre Román, que era el párroco– siete días. Durante casi otros tres años han sufrido el odio, las bofetadas de todo el pueblo: criminalizados, no podían salir fuera, y han sufrido las humillaciones hechas por el jurado para probar las acusaciones del chico, que yo no me atrevo a repetir aquí. Después de tres años y pico, el jurado declara inocentes a los curas, inocentes todos, pero sobre todo a esos tres: los demás ya estaban fuera de la causa, y culpable al denunciante. Porque vieron que aquel joven era un fantasioso, pero era una persona muy inteligente y trabajaba en un colegio católico y tenía prestigio, que daba la impresión de decir la verdad. Fue condenado, él, a pagar las costas y todas esas cosas, y ellos inocentes. Esos hombres fueron condenados por los medios del lugar antes que la justicia. Y por eso, el trabajo vuestro es muy delicado: debéis acompañar, debéis decir las cosas, pero siempre con esa presunción legal de inocencia, y no la presunción legal de culpabilidad. Y hay diferencia entre el informador que informa sobre un caso, pero no juega con una condena previa, y el investigador que hace de Sherlock Holmes, que va con la presunción de culpabilidad. Cuando leemos la técnica de Hércules Poirot: para él, todos eran culpables. Pero ese es el oficio del investigador. Son dos posiciones diversas. Pero los que informan deben siempre partir de la presunción de inocencia, diciendo sus impresiones, sus dudas…, pero sin dar condenas. Este caso sucedido en Granada para mí es un ejemplo que nos hará bien a todos, en nuestro respectivo oficio.
Cuando se ve algo, hablar enseguida. Yo diré otra cosa un poco fea. A veces, son los padres quienes tapan un abuso de un cura. Muchas veces. Se ve en las sentencias. “Pero, no…”. No creen, o se convencen de que no es verdad, y el chico o la chica se quedan así. Yo tengo por método recibir cada semana una o dos personas, pero no es matemático; y recibí a una persona, una señora, que desde hace 40 años sufría esta plaga del silencio, porque los padres no la creyeron. Fue abusada a los ocho años. Hablar, esto es importante. Es verdad que, para una madre, ver eso..., sería mejor que no fuese cierto, y entonces piensa que el hijo quizá tiene fantasías... ¡Hablar! Y hablar con las personas correctas, hablar con los que pueden iniciar un juicio, al menos la investigación previa. Hablar con el juez o con el obispo, o si el párroco es bueno hablar con el párroco. Eso es lo primero que puede hacer el pueblo de Dios. Estas cosas no se tapan, no se tapan. Me decía una psiquiatra hace tiempo –pero esto no quiero que sea una ofensa a las mujeres– que, por el sentido de maternidad, las mujeres están más inclinadas a tapar las cosas del hijo que los hombres. Pero no sé si es verdad o no… Pero es eso: hablar. Gracias.
Javier Romero, “Rome Reports TV”: Santidad, perdone que le haga dos preguntas. La primera es que el Primer Ministro de Irlanda, que ha sido muy directo en su discurso, está orgulloso de un nuevo modelo de familia diverso al que tradicionalmente propone la Iglesia hasta ahora: hablo del matrimonio homosexual. Y ese es quizá uno de los modelos que genera más desencuentros, en el caso especialmente de una familia católica, cuando hay una persona de esa familia que declara ser homosexual. Santidad, la primera pregunta que quería hacerle es: ¿Qué piensa Usted, qué le diría a un padre, a una madre, al que su hijo le dice que es homosexual y que quiere irse a convivir con su compañero? Esta es la primera. Y la segunda, que también Usted en el discurso con el primer ministro ha hablado del aborto; hemos visto que Irlanda ha cambiado tanto en los últimos años y parecía que el Ministro estuviese satisfecho de esos cambios: uno de esos cambios fue precisamente el aborto. Hemos visto que en los últimos meses, en los últimos años la cuestión del aborto sale en tantos países, entre otros Argentina, su país. ¿Cómo se siente cuando ve que ese es un argumento del que Usted habla a menudo y hay tantos países en que le ponen…
Está bien. Comienzo por lo segundo, pero son dos puntos –gracias por esto– porque están conectados a las cuestiones de las que estamos hablando. Sobre el aborto, sabéis cómo piensa la Iglesia. El problema del aborto no es un problema religioso: no estamos contra el aborto por la religión. No. Es un problema humano, y debe estudiarse por la antropología. Estudiar el aborto comenzando por el hecho religioso, es saltarse el pensamiento. El problema del aborto se estudia desde la antropología. Y siempre está la cuestión antropológica sobre la ética de eliminar un ser vivo para resolver un problema. Pero eso ya es discusión. Solo quiero subrayar esto: yo nunca permito que se empiece a discutir el problema del aborto desde el hecho religioso. No. Es un problema antropológico, es un problema humano. Ese es mi pensamiento.
Segundo. Siempre ha habido homosexuales y personas con tendencias homosexuales. Siempre. Dicen los sociólogos, pero no sé si es cierto, que en los tiempos de cambios de época crecen algunos fenómenos sociales y éticos, y uno de esos sería este. Esa es la opinión de algunos sociólogos. Tu pregunta es clara: qué diría yo a un padre que ve que su hijo o hija tiene esa tendencia. Yo le diría ante todo que rece: reza. No condenar, dialogar, comprender, dejar sitio al hijo o a la hija. Dejar sitio para que se exprese. Luego, ¿en qué edad se manifiesta esa inquietud del hijo? Es importante. Una cosa es cuando se manifiesta desde niño, cuando hay tantas cosas que se pueden hacer, para ver cómo son las cosas; y otra cosa es cuando se manifiesta después de los 20 años o cosas del estilo. Pero yo nunca diré que el silencio es el remedio: ignorar al hijo o a la hija con tendencia homosexual es una falta de paternidad y maternidad. Tú eres mi hijo, tú eres mi hija, tal como eres; yo soy tu padre y tu madre, hablemos. Y si vosotros, padre y madre, no sois capaces, pedir ayuda, pero siempre en el diálogo, siempre en el diálogo. Porque ese hijo o hija tienen derecho a una familia y la familia es la que es: no echarlo de la familia. Esto es un reto serio para la paternidad y la maternidad. Te agradezco la pregunta, gracias.
Y luego, yo quería decir una cosa para los irlandeses que están aquí: he visto tanta fe en Irlanda. Tanta fe. Es verdad, el pueblo irlandés ha sufrido mucho por los escándalos. Pero hay fe en Irlanda, y fuerte. Y además el pueblo irlandés sabe distinguir, y cito lo que hoy he oído a un prelado: “El pueblo irlandés sabe distinguir bien entre las verdades y las medias verdades: es una cosa que lleva dentro”. Es verdad que está en un proceso de elaboración, de curación de ese escándalo; es cierto que algunos se abren a posiciones que parecen alejarse de la fe. Pero el pueblo irlandés tiene una fe arraigada y fuerte. Lo quiero decir porque es lo que he visto, he oído y sobre lo que en estos dos días me he informado.
Gracias por vuestro trabajo, michas gracias. Y rezad por mí, por favor.
Greg Burke: Gracias a Usted. Que tenga buena cena y descanse.
Fuente: vatican.va / romereports.com.
Traducción de Luis Montoya.
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