Las noticias de estos días confirman que las almas negras de hace treinta años siguen haciendo lo mismo hoy, y nadie tiene el alma tan negra como quien abusa de un niño
Me dijo alguien, hace ya muchos años, sobre cierta zona costera en la que abundaba el narcotráfico: «Aquí hay muchas almas negras». Me impresionó la expresión, tan gráfica, y le pregunté qué quería decir. Explicó que provenía, si no recuerdo mal ahora, del Códice Calixtino, pero no quiso abundar sobre su significado.
En el 2015 se estrenó Calabria, sobre una familia de narcos de esa región italiana: el título original de la película era, precisamente, Almas negras, y me sorprendió que se utilizara idéntica fórmula a la que había escuchado hace años para señalar a los narcos de otra parte del mundo.
«Almas negras» suena muy fuerte. Suena a persona endurecida en el mal, pervertida hasta un punto sin vuelta atrás, en el que ya no caben la conversión, el arrepentimiento, ningún bien. Las noticias de estos días confirman que las almas negras de hace treinta años siguen haciendo lo mismo hoy, sin que les importe el daño cada día mayor que producen para obtener unas ganancias que no necesitan.
Pablo Escobar, que había matado directamente a miles de personas y solo Dios sabe a cuántos indirectamente, enterraba el dinero por toda Colombia, porque no tenía cómo gastarlo ni dónde guardarlo. Tal vez no sea el dinero lo que les mueve, como tampoco les detiene la certeza de que acabarán de nuevo en la cárcel.
Quizá estén enganchados al despliegue de su propio poder y al riesgo, como el ludópata a las cartas, sin que les importe jugarse las vidas de tantos, incluidas las propias. Pues ni Escobar ni la lista completa de los de la fariña ni la casi infinita de los carteles y mafias del mundo ni... Nadie tiene el alma tan negra como quien abusa de un niño. Si es cura, no digamos.