Durante la Audiencia general de hoy, el Papa ha recordado que reconocer la propia debilidad es la condición para abrirse a Dios y para rechazar a los ídolos de nuestro corazón
Queridos hermanos:
Hoy continuamos la reflexión sobre el primer mandamiento del Decálogo, profundizando en la idolatría con la escena bíblica del becerro de oro, que representa el ídolo por excelencia. El Pueblo de Israel estaba en el desierto, donde experimentaba una angustia vital, no tenía agua, ni alimento y esperaba a Moisés que había subido al monte para encontrar al Señor.
El pueblo quería certezas y se construyó un ídolo hecho a su medida y mudo, que no le exigiera salir de sus propias seguridades. Veían en la imagen del becerro un signo de fecundidad y de abundancia y a la vez de energía y fuerza, que se adaptaba perfectamente a sus necesidades. Además, lo fabricaron de oro, como símbolo de riqueza, éxito y poder, que son las tentaciones de siempre.
Los ídolos nos prometen libertad pero, en cambio, nos hacen sus esclavos. La idolatría nace de nuestra incapacidad de fiarnos de Dios, de reconocerlo como el Señor de nuestra vida, él único que nos puede dar la verdadera libertad. Jesucristo se hizo pobre por nosotros, abriendo la puerta de nuestra salvación, que pasa por aceptar nuestra fragilidad y rechazar los ídolos de nuestro corazón.
Que el Señor los bendiga. Muchas gracias.
Continuamos hoy meditando el Decálogo, profundizando en el tema de la idolatría, del que ya hablamos la semana pasada. Ahora retomamos el tema porque es muy importante conocerlo. Y partimos del ídolo por excelencia, el becerro de oro, del que habla el Libro del Éxodo (32,1-8) −lo acabamos de escuchar−. Ese episodio tiene un preciso contexto: el desierto, donde el pueblo espera a Moisés, que ha subido al monte para recibir instrucciones de Dios.
¿Qué es el desierto? Es un lugar donde reinan la precariedad y la inseguridad −en el desierto no hay nada−, donde falta agua, falta comida y falta refugio. El desierto es una imagen de la vida humana, cuya condición es incierta y no tiene garantías inviolables. Esa inseguridad genera en el hombre ansias primarias, que Jesús menciona en el Evangelio: «¿Qué comeremos? ¿Qué beberemos? ¿Con qué nos vestiremos?» (Mt 6,31). Son las ansias primarias. Y el desierto provoca esas ansias.
Y en aquel desierto sucede algo que desencadena la idolatría. «Moisés tardaba en descender del monte» (Ex 32,1). Estuvo allí 40 días y la gente se impacientó. Les falta el punto de referencia, que era Moisés: el líder, el jefe, el guía seguro, y aquello se vuelve insostenible. Entonces el pueblo pide un dios visible −esa es la trampa en la que cae el pueblo− para poderse identificar y orientar. Y dicen a Aarón: «Haznos dioses que vayan delante de nosotros» (Ex 32,1), “haznos un jefe, haznos un líder”. La naturaleza humana, para huir de la precariedad −la precariedad es el desierto− busca una religión a su medida: si Dios no se deja ver, nos hacemos un dios a medida. «Ante el ídolo, no hay riesgo de una llamada que haga salir de las propias seguridades, porque los ídolos “tienen boca y no hablan” (Sal 115,5). Vemos entonces que el ídolo es un pretexto para ponerse a sí mismo en el centro de la realidad, adorando la obra de las propias manos» (Lumen fidei, 13).
Aarón no sabe oponerse a la petición de la gente y hace un becerro de oro. El becerro tenía un sentido doble en el antiguo oriente próximo: por una parte, representaba fecundidad y abundancia, y por otra, energía y fuerza. Pero sobre todo es de oro, por eso es símbolo de riqueza, éxito, poder y dinero. Esos son los grandes ídolos: éxito, poder y dinero. ¡Son las tentaciones de siempre! Eso es el becerro de oro: el símbolo de todos los deseos que crean la ilusión de la libertad y en cambio esclavizan, porque el ídolo siempre esclaviza. ¡Ves el encanto y vas! Ese encanto de la serpiente, que mira al pajarillo, y el pajarillo se queda sin poderse mover y la serpiente lo atrapa. Aarón no supo oponerse.
Pero todo nace de la incapacidad de confiar principalmente en Dios, de abandonar en Él nuestras seguridades, de dejar que sea Él quien dé verdadera profundidad a los deseos de nuestro corazón. Porque eso permite también sostener la debilidad, la incertidumbre y la precariedad. La referencia a Dios nos hace fuertes en la debilidad, en la incertidumbre y también en la precariedad. Sin primado de Dios se cae fácilmente en la idolatría y nos contentamos con míseras tranquilidades. Y es una tentación que leemos siempre en la Biblia. Pensad bien esto: liberar al pueblo de Egipto, a Dios no lo costó tanto trabajo: lo hizo con señales de poder, de amor. En cambio, el gran trabajo de Dios fue sacar Egipto del corazón del pueblo, o sea quitar la idolatría del corazón del pueblo. Y todavía sigue Dios trabajando para quitarla de nuestros corazones. Ese es el gran trabajo de Dios: quitar “ese Egipto” que llevamos dentro, que es el encanto de la idolatría.
Cuando se acoge al Dios de Jesucristo, que siendo rico se hizo pobre por nosotros (cfr. 2Cor 8,9), se descubre entonces que reconocer la propia debilidad no es la desgracia de la vida humana, sino la condición para abrirse a Aquel que es verdaderamente fuerte. Entonces, por la puerta de la debilidad entra la salvación de Dios (cfr. 2Cor 12,10); es por su propia insuficiencia como el hombre se abre a la paternidad de Dios. La libertad del hombre nace de dejar que el verdadero Dios sea el único Señor. Y eso permite aceptar la propia fragilidad y rechazar los ídolos de nuestro corazón.
Los cristianos dirigimos la mirada a Cristo crucificado (cfr. Jn 19,37), que es débil, despreciado y despojado de toda posesión. Pero en Él se revela el rostro del Dios verdadero, la gloria del amor y no la del brillante engaño. Isaías dice: «En sus llagas fuimos curados» (53,5). Hemos sido curados precisamente por la debilidad de un hombre que era Dios, por sus llagas. Y desde nuestras debilidades podemos abrirnos a la salvación de Dios. Nuestra curación viene de Aquel que se hizo pobre, que aceptó el fracaso, que tomó hasta el fondo nuestra precariedad para llenarla de amor y de fuerza. Él viene a revelarnos la paternidad de Dios; en Cristo nuestra fragilidad ya no es una maldición, sino lugar de encuentro con el Padre y fuente de una nueva fuerza de lo alto.
Me alegra saludar a los peregrinos provenientes de Francia, Costa de Marfil y de varios países francófonos. Espero que este periodo estival nos ayude a volver nuestra mirada a Cristo crucificado, que tomó a fondo nuestra precariedad para llenarla de amor y de fuerza. Que el Señor pueda ayudarnos a rechazar los ídolos de nuestro corazón. Dios os bendiga.
Saludo a los peregrinos de lengua inglesa presentes en esta audiencia, especialmente a los grupos provenientes de Malta e Indonesia. Sobre todos vosotros y vuestras familias invoco la alegría y la paz de nuestro Señor Jesucristo. Dios os bendiga.
Me alegra recibir a los peregrinos provenientes de países de lengua alemana. Este tiempo de vacaciones nos invita a admirar la belleza de la creación de Dios y a hacer crecer nuestra relación con el Señor en la oración. Solo Dios puede dar verdadera profundidad a los deseos de nuestros corazones. Que el Espíritu Santo os colme de su alegría. Buena estancia en Roma.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en modo particular a los grupos provenientes de España y América Latina. Los animo a mirar a Cristo crucificado. Él nos revela el verdadero rostro de Dios y nos enseña que la debilidad no es una maldición, sino un lugar de encuentro con Dios Padre y su amor la fuente de nuestra fuerza y alegría. Que el Señor los bendiga. Muchas gracias.
Queridísimos peregrinos de lengua portuguesa, una cordial bienvenida a todos, en particular a los grupos provenientes de Portugal y Brasil. Espero que esta peregrinación a Roma os confirme en el propósito de seguir al Señor con valentía, llevando a todos el luminoso testimonio de su amor. Dios os bendiga.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua árabe, en particular a los provenientes de Tierra Santa, Jordania y Medio Oriente. En el rostro de Cristo crucificado descubrimos la riqueza del Amor de Dios que se empobreció para enriquecernos, en cambio los ídolos nos empobrecen y nos hacen cada vez más esclavos. Ninguna libertad es verdadera sin liberarnos antes de la esclavitud de los ídolos, para acoger a Cristo que nos hace hijos del único Dios y hermanos entre nosotros. Que el Señor os bendiga y os proteja del maligno.
Saludo cordialmente a los peregrinos polacos. Hermanos y hermanas, en Cristo despojado y despreciado se revela el rostro del Dios verdadero, la gloria del amor y no la del engaño que brilla. «Por sus llagas fuimos curados» (Is 53,5). Siempre, y sobre todo cuando surgen dificultades y faltan perspectivas, acordaos de que en Cristo nuestra fragilidad ya no es una maldición, sino lugar de encuentro con el Padre y fuente de una nueva fuerza de lo alto. Que su bendición os acompañe siempre.
Queridos peregrinos de lengua italiana: ¡bienvenidos! Me alegra recibir a las Hermanas Terciarias Capuchinas de la Sagrada Familia. Saludo a los grupos parroquiales, al Instituto Buen Pastor de Piacenza, al Grupo Scout de Palermo, a los participantes en el Campo-escuela “Sagrado Corazón” de Padua, a la Asociación “Esperando un ángel” y a los Miembros de la “Antorcha por la paz” de Val Brembilla: a cada uno deseo que difunda con creíble entusiasmo la alegría del Evangelio.
Un particular saludo para los jóvenes, ancianos, enfermos y recién casados. Hoy se celebra la memoria litúrgica de Santo Domingo de Guzmán, fundador de la Orden de Predicadores. Que su ejemplo de fiel servidor de Cristo y de su Iglesia sirva de ánimo y estímulo para todos. Un saludo particular a quien lleve ese nombre. Y mañana, en Europa, se celebra la fiesta de Santa Teresa Benedicta de la Cruz (Edith Stein). Mártir, mujer de coherencia, mujer que busca a Dio con honradez, con amor, y mujer mártir de su pueblo judío y cristiano. Que ella, Patrona de Europa, rece y proteja a Europa desde el cielo. Dios os bendiga a todos.
Fuente: vatican.va / romereports.com.
Traducción de Luis Montoya.
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