Después de la pausa estival, el Santo Padre ha vuelto a celebrar la Audiencia general, y ha continuado su ciclo de catequesis sobre los Mandamientos
Queridos hermanos y hermanas:
El primer mandamiento del decálogo, que dice: “No tendrás otros dioses frente a mí” (Ex 20,3), nos lleva a reflexionar sobre el tema de la idolatría, que es de gran actualidad. Al dar este mandamiento, Dios añade: “No te fabricarás ídolos ni figura alguna, [...] no te postrarás ante ellos, ni les darás culto” (Ex 20,4-5).
El ser humano, sea creyente o no, es propenso a crearse ídolos. La palabra “ídolo” en griego viene del verbo “ver”. Un ídolo es una “visión” que llega a ser una fijación, una obsesión sobre algo que pudiera responder a las propias necesidades y, por tanto, se busca y se hace todo por alcanzarla, pensando que en ella está la felicidad.
Sin embargo, los ídolos exigen un culto y a ellos se sacrifica la propia vida con tal de alcanzarlos. Se antepone el dinero, la fama o el éxito a la familia, a los hijos y a la integridad de la vida. Los ídolos son mentirosos, prometen felicidad, pero no la dan, sino que esclavizan y terminan haciéndose dueños de nuestra existencia. En cambio, el verdadero Dios no nos ofrece ilusiones ficticias ni hace despreciar el momento presente, sino que enseña a amar a los demás y a vivir la realidad de cada día.
Hemos escuchado el primer mandamiento del Decálogo: «No tendrás otro dios fuera de mí» (Ex 20,3). Es bueno detenerse en el tema de la idolatría, que tiene gran alcance y actualidad.
El mandamiento prohíbe hacer ídolos[1] o imágenes[2] de cualquier cosa[3], pues todo puede ser usado como ídolo. Estamos hablando de una tendencia humana, que no distingue ni creyentes ni ateos. Por ejemplo, los cristianos podemos preguntarnos: ¿cuál es verdaderamente mi Dios? ¿Es el Amor Uno y Trino o bien es mi imagen, mi éxito personal, quizá dentro de la Iglesia? «La idolatría no se refiere sólo a los cultos falsos del paganismo. Es una tentación constante de la fe. Consiste en divinizar lo que no es Dios» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2113).
¿Qué es un “dios” a nivel existencial? Es lo que está en el centro de la propia vida y de quien depende lo que se hace y se piensa[4]. Se puede crecer en una familia nominalmente cristiana pero centrada, en realidad, en puntos de referencia extraños al Evangelio[5]. El ser humano no vive sin centrarse en algo. Por eso el mundo ofrece el supermercado de los ídolos, que pueden ser objetos, imágenes, ideas, roles. Por ejemplo, incluso la oración. Tenemos que rezar a Dios, nuestro Padre. Recuerdo una vez que fui a una parroquia en la diócesis de Buenos Aires para celebrar una Misa y luego tenía que administrar la confirmación en otra parroquia a un kilómetro de distancia. Fui caminando y atravesé un bonito parque. Pero en aquel parque había más de 50 mesitas cada una con dos sillas y la gente sentada una enfrente de la otra. ¿Qué hacían? Echaban el tarot. Iba allí “a rezar” al ídolo. En vez de rezar a Dios que es providencia del futuro, iban allí porque leían las cartas para ver el futuro. Eso es una idolatría de nuestros tiempos. Yo os pregunto: ¿cuántos de vosotros habéis ido a haceros leer las cartas para ver el futuro? ¿Cuántos de vosotros, por ejemplo, habéis ido a que os lean las manos para ver el futuro, en vez de rezar al Señor? Esa es la diferencia: el Señor está vivo; los demás son ídolos, idolatrías que no sirven.
¿Cómo se desarrolla una idolatría? El mandamiento describe unas fases: «No te harás escultura ni imagen […]. No te postrarás ante ellos, ni les servirás» (Ex 20,4-5).
La palabra “ídolo” en griego deriva del verbo “ver”[6]. Un ídolo es una “visión” que tiende a convertirse en una fijación, una obsesión. El ídolo es en realidad una proyección de uno mismo en los objetos o en los planes. De esa dinámica se sirve, por ejemplo, la publicidad: no veo el objeto en sí, sino que percibo aquel automóvil, aquel móvil, aquella posición −u otras cosas− como un medio para realizarme y responder a mis necesidades esenciales. Y lo busco, hablo de eso, pienso en eso; la idea de poseer aquel objeto o realizar aquel proyecto, alcanzar aquella posición, parece una vía maravillosa para la felicidad, una torre para llegar al cielo (cfr. Gen 11,1-9), y todo se hace en función de aquella meta.
Entonces se entra en la segunda fase: «No te postrarás ante ellos». Los ídolos exigen un culto, rituales; ante ellos nos postramos y sacrificamos todo. En la antigüedad se hacían sacrificios humanos a los ídolos, y también hoy: por la carrera se sacrifican los hijos, descuidándolos o simplemente no engendrándolos; la belleza requiere sacrificios humanos. ¡Cuántas horas ante el espejo! Ciertas personas, ciertas mujeres, ¿cuánto gastan para maquillarse? Eso también es una idolatría. No es malo maquillarse; pero de modo normal, no para ser una diosa. La belleza pide sacrificios humanos. La fama pide la inmolación de uno mismo, de su inocencia y autenticidad. Los ídolos piden sangre. El dinero roba la vida y el placer lleva a la soledad. Las estructuras económicas sacrifican vidas humanas para útiles mayores. Pensemos en tanta gente sin trabajo. ¿Por qué? Porque a veces pasa que los dueños de esa empresa, de ese negocio, han decidido despedir gente para ganar más dinero. El ídolo del dinero. Se vive en la hipocresía, haciendo y diciendo lo que los demás esperan, porque el dios de la propia afirmación lo impone. Y se arruinan vidas, se destruyen familias y se abandonan jóvenes en manos de modelos destructivos, con tal de aumentar la ganancia. También la droga es un ídolo. Cuántos jóvenes arruinan la salud, incluso la vida, adorando a ese ídolo de la droga.
Aquí llega el tercer y más trágico estadio: «…ni les servirás», dice. Los ídolos esclavizan. Prometen felicidad, pero no la dan; y nos encontramos viviendo para esa cosa o para esa visión, presos en una vorágine auto-destructiva, en espera de un resultado que nunca llega.
Queridos hermanos y hermanas, los ídolos prometen vida, pero en realidad la quitan. El Dios verdadero no pide la vida, sino que la da, la regala. El Dios verdadero no ofrece una proyección de nuestro éxito, sino que enseña a amar. El Dios verdadero no pide hijos, sino que da a su Hijo por nosotros. Los ídolos proyectan hipótesis futuras y hacen despreciar el presente; el Dios verdadero enseña a vivir en la realidad de cada día, en lo concreto, no con ilusiones sobre el futuro: hoy y mañana y pasado mañana caminando hacia el futuro. La concreción del Dios verdadero contra la liquidez de los ídolos. Yo os invito a pensar hoy: ¿cuántos ídolos tengo o cuál es mi ídolo preferido? Porque reconocer las propias idolatrías es un inicio de gracia, y pone en el camino del amor. Pues el amor es incompatible con la idolatría: si algo se vuelve absoluto e intocable, entonces es más importante que un cónyuge, que un hijo, o que una amistad. El apegamiento a un objeto o a una idea nos hace ciegos al amor. Y así por ir tras los ídolos, a un ídolo, podemos incluso renegar del padre, de la madre, de los hijos, de la mujer, del esposo, de la familia…, de las cosas más queridas. El apegamiento a un objeto o a una idea nos vuelve ciegos al amor. Llevad esto en el corazón: los ídolos nos roban el amor, los ídolos nos hacen ciegos al amor, y para amar de verdad hay que estar libres de todo ídolo. ¿Cuál es mi ídolo? ¡Arráncalo y tíralo por la ventana!
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua francesa, en particular a los jóvenes de la parroquia Saint-Germain-des-prés, de París, acompañados por su Arzobispo. Queridos amigos, en este periodo de reposo, dedicad vuestro tiempo a encontrar los ídolos que os esclavizan y pedid al Señor que os libere de ellos. Dios os bendiga.
Saludo a los peregrinos de lengua inglesa presentes en la audiencia de hoy, especialmente a los grupos provenientes de Estados Unidos de América. Para todos vosotros y vuestras familias invoco la alegría y la paz de nuestro Señor Jesucristo. Dios os bendiga.
Dirijo un saludo de corazón a los peregrinos de lengua alemana, en particular a los muchos jóvenes. Que el Espíritu Santo os acompañes en este tiempo de vacaciones, para que podáis llevar la alegría y la paz del Señor a cuantos encontréis en vuestro camino. Dios os bendiga a vosotros y a vuestras familias.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española venidos de España y Latinoamérica. Los animo a que entren en su interior para reconocer y erradicar los ídolos que los tienen esclavizados y, en su lugar, pongan al verdadero Dios, que los hará libres y plenamente felices. Que Dios los bendiga. Muchas gracias.
Queridos amigos de lengua portuguesa, que hoy formáis parte de este encuentro: gracias por vuestra presencia y sobre todo por vuestras oraciones. Saludo a todos, en particular a los miembros de los Equipos de Nuestra Señora de Mogi da Cruzes y a los acólitos portugueses con su Obispo José Cordeiro, animándoos a apostar a grandes ideales de servicio, que ensanchan el corazón y hacen fecundos vuestros talentos. Fiaos de Dios, a imitación de la Virgen María.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua árabe, en particular de Egipto y de Oriente Medio. El primer mandamiento se basa en el amor a Dios que nos libera de la esclavitud de los ídolos. Por eso, Dios nos pone en guardia contra la adoración de todo falso dios. El Dios verdadero es el que nos da la vida y es fiel a sus promesas. Pero los ídolos no pueden dar la vida y solo llevan al espejismo. Que el Señor os bendiga y os proteja del maligno.
Saludo cordialmente a los peregrinos polacos. Queridos hermanos y hermanas, el periodo de vacaciones es una ocasión no solo para descansar y reponer fuerzas físicas y psíquicas, sino también para fortalecer nuestra vida espiritual y nuestros lazos con Dios y con los hombres. Que sea un tiempo de paz, de alegría y de contemplación de la belleza de la creación y del arte que manifiesta la bondad de Dios por nosotros. Que os acompañe siempre su bendición.
Dirijo un cordial saludo a los peregrinos de lengua italiana, en particular a las Hijas de Nuestra Señora de la Piedad, que celebran el Capítulo general, y a las Hijas de Nazaret en su 125° aniversario de fundación. Queridas hermanas os aseguro mi orante recuerdo para que podáis renovar diariamente la dimensión oblativa de vuestra vida en el ejercicio fiel de las virtudes evangélicas. Saludo a la cooperativa Auxilium, que asiste a menores con problemas psíquicos, y animo a seguir ese importante servicio a la sociedad.
Saludo, finalmente, a los jóvenes, ancianos, enfermos y recién casados. Hoy se celebra la memoria litúrgica de San Alfonso María de Ligorio, celoso pastor que conquistó los corazones de la gente con mansedumbre y ternura, frutos del trato con Dios, que es bondad infinita. Que su ejemplo os ayude a vivir con alegría vuestra fe en las acciones sencillas de cada día. Gracias.
Fuente: vatican.va / romereports.com.
Traducción de Luis Montoya,
[1] El término Pesel indica «una imagen divina originariamente esculpida en madera o en piedra, y sobre todo en metal» (L. Koehler - W. Baumgartner, The Hebrew and Aramaic Lexicon of the Old Testament, vol. 3, p. 949).
[2] El término Temunah tiene un significado muy amplio, reconducible a “semejanza, forma”; por tanto, la prohibición es bastante amplia y esas imágenes pueden ser de todo tipo (cfr. L. Koehler - W. Baumgartner, Op. cit., vol. 1, p. 504).
[3] El mandamiento no prohíbe las imágenes en sí –Dios mismo mandará a Moisés realizar los querubines de oro sobre la tapa del arca (cfr. Ex 25,18) y una serpiente de bronce (cfr. Nm 21,8)– sino que prohíbe adorarlas y servirlas, es decir, todo proceso de deificación de algo, no la simple reproducción.
[4] La Biblia Hebrea se refiere a las idolatrías cananeas con el término Ba‛al, que significa “señorío, relación íntima, realidad de la que se depende”. El ídolo es lo que se adueña, toma el corazón y se convierte en el pivote de la vida (cfr. Theological Lexicon of the Old Testament, vol. 1, 247-251).
[5] Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2114: «La idolatría es una perversión del sentido religioso innato en el hombre. El idólatra es el que “aplica a cualquier cosa, en lugar de a Dios, la indestructible noción de Dios” (Orígenes, Contra Celsum, 2, 40)».
[6] La etimología del griego eidolon, derivada de eidos, es de la raíz weid que significa ver (cfr. Grande Lessico dell’Antico Testamento, Brescia 1967, vol. III, p. 127).
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