Encuentro del Papa con monaguillos organizado por el “Coetus Internationalis Ministrantium”
"El camino hacia la santidad no es un sendero fácil, pero tampoco imposible de recorrer. Para lograrlo es fundamental transformar el mundo, viviendo el amor de Cristo", con estas palabras Francisco alentó a los más de 60 mil monaguillos y acólitos que se dieron cita en la Plaza de San Pedro, la tarde del martes 31 de julio, con motivo de la XII Peregrinación Internacional que organiza el "Coetus Internationalis Ministrantium" (CIM), organismo internacional que reúne a los diversos grupos nacionales y diocesanos de "los servidores del altar" de Europa.
Queridos monaguillos, buenas tardes. Me da alegría veros tan numerosos aquí en la Plaza de San Pedro, adornada con los colores de vuestras banderas. Ya he tenido la alegría de veros al mediodía, con este calor: ¡sois valientes! ¡Bravo! Me habéis entregado los signos distintivos de vuestra peregrinación: gracias de todo corazón. Soy peregrino con vosotros que venís de tantos países del mundo. Estamos unidos en la fe en Jesucristo, estamos en camino con Él que es nuestra paz. Agradezco a vuestro Presidente Monseñor Nemet el saludo que me ha dirigido en vuestro nombre. Me ha pedido que os anime, ha dicho: Ermutigen Sie sie, Heiliger Vater! (¡Anímelos, Santo Padre!). Así que debo animaros. Por eso os dejo a vosotros que hagáis las preguntas.
Pregunta n. 1 - De Luxemburgo (área lingüística francesa)
Santo Padre, como monaguillos y también como creyentes nos damos mutuamente la paz dándonos la señal de la paz durante la Santa Misa. ¿Cómo podemos contribuir a hacer salir esa paz también fuera de los muros de nuestras iglesias y así ser constructores de paz en nuestras comunidades, en nuestros países, en nuestras familias y en el mundo?
Lo has dicho muy bien: la paz y la Santa Misa van juntas. Antes de la señal de la paz pedimos al Señor que dé paz y unidad a la comunidad de la Iglesia. La paz es su don que nos transforma para que nosotros, como miembros de su cuerpo, podamos tener los mismos sentimientos de Jesús, podamos pensar como Él piensa −¡los mismos sentimientos de Jesús, y pensar como Jesús piensa!−, amar como Él ama. Y eso da paz. Y al final de la Misa somos enviados con las palabras: «Podéis ir en paz», es decir: llevad la paz con vosotros, para darla a los demás, darla con vuestra vida, con la sonrisa, con las obras de caridad.
El compromiso concreto por la paz es la prueba de que somos de verdad discípulos de Jesús. La búsqueda de la paz comienza por las cosas pequeñas. Por ejemplo, en casa, después de una pelea entre hermanos, ¿me encierro en mí mismo −pregunto− sintiéndome ofendido, o intento dar un paso hacia el otro? ¿Sé hacer las paces con pequeños gestos? ¿Estoy dispuesto a preguntarme en toda situación: “qué haría Jesús en mi lugar?”. Si hacemos esto, y procuramos ponerlo en práctica con decisión, llevaremos la paz de Cristo a la vida de cada día y seremos constructores e instrumentos de paz.
Pregunta n. 2 - De Portugal (área lingüística portuguesa)
Santo Padre, somos monaguillos, servimos al Señor en el altar y lo contemplamos en la Eucaristía. ¿Cómo podemos vivir la contemplación espiritual como María y el servicio práctico como Marta de modo concreto, intentando saber qué quiere Jesús de nosotros en nuestra vida?
Como monaguillos seguís, en efecto, un poco la experiencia de Marta y María. Es bueno si, además de vuestros turnos de servicio litúrgico, sabéis por una parte comprometeros en la vida parroquial y por otra estar en silencio en la presencia del Señor: las dos cosas. Y así, en ese cruce de acción y de contemplación, se conoce también el designio de Dios sobre nosotros: se ve cuáles son los talentos y los intereses que Dios nos pone en el corazón y cómo desarrollarlos; pero sobre todo nos ponemos humildemente delante de Dios, tal como somos: como somos, sin maquillarse, sin disfrazarse, tal como somos, ante Dios, con los pros y los contras, pidiéndole a Él cómo poder servir mejor a Él y a nuestro prójimo. Y no tengáis miedo de pedir un buen consejo cuando os preguntéis cómo poder servir a Dios y a las personas que necesitan ayuda en el mundo. Acordaos de que cuanto más os deis a los demás, tanto más recibiréis en plenitud vosotros mismos y seréis felices.
Pregunta n. 3 - De Antigua y Barbuda (área lingüística inglesa)
Santo Padre, haciendo de monaguillos nos entristece ver pocos coetáneos que participen en la Santa Misa y en la vida parroquial. La Iglesia, en algunos países, está perdiendo velozmente, por diferentes motivos, muchos jóvenes. ¿Cómo podemos nosotros y nuestras comunidades llegar a esas personas y hacerlas volver a Cristo y a la familia de la Iglesia?
Hoy vosotros, como jóvenes, podéis ser apóstoles que sepan atraer a los demás a Jesús. Eso sucede si vosotros mismos estáis llenos de entusiasmo por Él, por Jesús, si lo habéis encontrado, conocido personalmente, y si primero habéis sido vosotros “conquistados” por Él. Por eso os digo: procurad conocer y amar cada vez más al Señor Jesús −quiero repetirlo: procurad conocer y amar cada vez más al Señor Jesús−, encontrándolo en la oración, en la Misa, en la lectura del Evangelio, en el rostro de los pequeños y de los pobres.
Y procurad ser amigos, con gratuidad, de quien está a vuestro alrededor, para que un rayo de la luz de Jesús pueda llegarles a través de vuestro corazón enamorado de Él. Queridísimos, no hacen falta muchas palabras, son más importantes los hechos, la cercanía, el servicio, la mirada silenciosa delante del Santísimo Sacramento. Los jóvenes −como todos− necesitan amigos que den buen ejemplo, que hagan sin pretender, sin esperar nada a cambio. Y de ese modo hacéis sentir también lo buena que es la comunidad de los creyentes porque el Señor vive en medio de ellos, y lo bonito que es formar parte de la familia de la Iglesia.
Pregunta n. 4 - De Alemania (área lingüística alemana)
Santo Padre, tanta gente dice que no necesita a Dios, ni la religión ni la Iglesia en su vida. ¿Por qué debemos decidirnos precisamente por la fe católica? ¿Qué es lo más importante? ¿Y por qué la fe es tan importante para Usted?
La fe es esencial, la fe me hace vivir. Diría que la fe es como el aire que respiramos. No pensamos lo necesario que es el aire en cada respiración, sino cuando falta o no está limpio nos damos cuenta de lo importante que es. La fe nos ayuda a captar el sentido de la vida: hay alguien que nos ama infinitamente, y ese alguien es Dios. Él nos ama infinitamente. Podemos reconocer a Dios como nuestro creador y salvador; amar a Dios y acoger nuestra vida como don suyo.
Dios quiere entrar en una relación vital con nosotros; quiere crear relaciones, y nosotros estamos llamados a hacer lo mismo. ¡No podemos creer en Dios y pensar que somos hijos únicos! El Hijo Único que tiene Dios es Jesús. Único porque es Dios. Pero entre los hombres, no hay hijos únicos de Dios. Pensad en esto. Todos somos hijos de Dios. Estamos llamados a formar la familia de Dios, es decir la Iglesia, la comunidad de hermanos y hermanas en Cristo −somos «familiares de Dios» como dice San Pablo (Ef 2,19). Y en esta familia de la Iglesia el Señor nutre a sus hijos con su Palabra y sus Sacramentos.
Pregunta n. 5 - De Serbia (área lingüística húngara)
Santo Padre, nuestro servicio como monaguillos es bonito, nos gusta mucho. Queremos servir al Señor y al prójimo. Pero hacer el bien no es siempre fácil, todavía no somos santos. ¿Cómo podemos traducir nuestro servicio, en la vida ordinaria, en obras concretas de caridad y en un camino hacia la santidad?
Sí, hace falta esfuerzo para hacer siempre el bien y ser santos… Sabes, el camino para la santidad no es para los perezosos: se requiere esfuerzo. Veo que vosotros monaguillos os esforzáis en ese camino. El Señor Jesús nos ha dado un programa sencillo para caminar por la senda hacia la santidad: el mandamiento del amor de Dios y del prójimo. Intentemos estar bien arraigados en la amistad con Dios, agradecidos por su amor y deseosos de servirle en todo, y así no podemos hacer otra cosa que compartir el don de su amor con los demás.
Y para concretar el mandamiento del amor, Jesús nos ha indicado las obras de misericordia. Me gustaría preguntar aquí si todos sabéis las obras de misericordia. Estoy seguro de que vuestros obispos os las han enseñado. ¿Pero vosotros las conocéis bien, cuáles son las obras de misericordia? Si vosotros no las conocéis, ¿cómo podréis hacerlas?
Es importante: las obras de misericordia. Son un camino difícil, pero al alcance de todos. Para hacer una obra de misericordia, no es necesario ir a la universidad, sacar una licenciatura. Todos, todos podemos hacer obras de misericordia. Están al alcance de todos. Basta que cada uno empiece a preguntarse: “¿Qué puedo hacer yo, hoy, para ir al encuentro de las necesidades de mi prójimo?”, de este prójimo: de mis hermanos, de mi padre, de mi madre, de los abuelos, de mis amigos, de los pobres, de los enfermos…; pero uno, uno al día. ¿Qué puedo hacer yo para salir al encuentro de las necesidades de mi prójimo?
Y no importa si es amigo o desconocido, paisano o extranjero: es el prójimo. Creedme, haciendo eso podéis ser de verdad santos, hombres y mujeres que transforman el mundo viviendo el amor de Cristo. Es verdad, no es fácil, cuesta trabajo. Pero, acordaos, lo digo una vez más: la senda a la santidad no es para los perezosos. ¡Gracias por este coloquio!
«Haced todo para la gloria de Dios»: así nos exhorta San Pablo en la lectura recién escuchada. Servir a la gloria de Dios en cada cosa que hagamos es el criterio decisivo para nuestro obrar, la síntesis máxima de lo que significa vivir la amistad con Jesús. Es la indicación que nos orienta cuando no estamos seguros de qué es lo correcto hacer; nos ayuda a reconocer la voz de Dios dentro de nosotros, que nos habla en la conciencia para que podamos discernir su voluntad. La gloria de Dios es la aguja de la brújula de nuestra conciencia.
San Pablo nos habla también de otro criterio: esforzarse en agradar a todos en todo para que lleguen a la salvación. Somos todos hijos de Dios, tenemos los mismos deseos, sueños e ideales. A veces alguno queda desilusionado, y somos nosotros los que podemos volver a encender la luz, trasmitir un poco de buen humor. Así es más fácil estar de acuerdo y manifestar en la vida de cada día el amor de Dios y la alegría de la fe. Depende de nuestra coherencia que nuestros hermanos reconozcan a Jesucristo, el único salvador y la esperanza del mundo.
Quizá os preguntéis: “¿Cómo puedo hacerlo yo? ¿No es una tarea demasiado alta?” Es verdad, es una misión grande, pero es posible. De nuevo San Pablo nos anima: «Sed imitadores míos, como yo lo soy de Cristo». Sí, podemos vivir esta misión imitando a Jesús como han hecho el apóstol Pablo y todos los santos. Miremos a los santos, que son el Evangelio vivido, porque han sabido traducir el mensaje de Cristo a su propia vida. El santo de hoy, Ignacio de Loyola, que de joven soldado pensaba en su propia gloria, en el momento bueno fue atraído por la gloria de Dios, y descubrió que ahí está el centro y el sentido de la vida. Hagámonos imitadores de los santos; hagamos todo por la gloria de Dios y por la salvación de los hermanos. Pero, estad atentos y acordaos: en esa senda de seguir a los santos, en ese camino de la santidad, no hay sitio para los jóvenes perezosos. Gracias.
Fuente: vatican.va / romereports.com.
Traducción de Luis Montoya.
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