Dicen los ponderaditos que la ideología de género será flor de un día y terminará descomponiéndose, refutada por la tozuda realidad de millones de años de evolución biológica
Pero no nos dicen cuánto daño más puede causar antes de caer.
Quienes arriesgan sus carreras por enfrentarse a la ideología de género son tratados de homófobos y machistas por los “progresistas” que dominan la cultura oficial. Supongo que eso va en el (inexistente) sueldo. Más dolorosa resulta la incomprensión de los afines, “los nuestros”. De ellos llegan a menudo acusaciones de alarmismo, de paranoia y de subversión del orden de prioridades: “¡No es para tanto! Una teoría tan reñida con la naturaleza no llegará muy lejos; y, en todo caso, nuestra sociedad tiene problemas más urgentes”.
Uno de los méritos del libro de Alicia Rubio es la lucidez con que pone de manifiesto la concatenación entre la ideología de género stricto sensu (es decir, la negación de la relevancia de la binariedad sexual humana y la conceptuación del género como construcción cultural) y otras patologías sociales a primera vista diferentes, como la desestructuración familiar, el declive de la natalidad, la sexualización prematura de la infancia o la normalización del aborto (Vid. capítulo 12: “El mapa ideológico-evolutivo del género”). Si la atracción entre los sexos o la especialización preferente de la mujer en el rol maternal (y la del varón en el de proveedor-protector de la prole) son constructos culturales arbitrarios y herramientas de dominación patriarcal, las demás consecuencias se van siguiendo con lógica aplastante. La familia padre-madre-hijos cae inmediatamente bajo sospecha, y todas las innovaciones que impliquen su superación (de la disociación de la sexualidad y el amor a la prevención de la natalidad; del fomento de los “nuevos modelos de familia” homo o monoparentales al rechazo del “amor romántico”; de la educación “no heteronormativa” de los niños a la maternidad subrogada y la inseminación artificial; de la criminalización de la masculinidad a la invención del concepto de “violencia de género” y la consiguiente destrucción de la igualdad de hombres y mujeres ante la ley) serán fomentadas, cuando no impuestas, por un Estado que ha hecho de la ideología de género su nueva religión oficial. Rubio ha rastreado con mano maestra los vínculos lógicos entre todos esos aspectos, resultando al final una acepción amplia de la ideología de género como doctrina omniabarcante o “hidra de mil cabezas”.
Dicen los ponderaditos que la ideología de género será flor de un día y terminará descomponiéndose, refutada por la tozuda realidad de millones de años de evolución biológica. Pero no nos dicen cuánto daño más puede causar antes de caer. También el comunismo debía terminar derrotado, pues contradecía resortes básicos de la economía y de la naturaleza humana. Y sí, se hundió. Pero con él cayeron cien millones de víctimas.
La ideología de género no producirá las “riadas” de homicidios y encarcelamientos de las que habla Solzhenitsin en Archipiélago Gulag (salvo que contabilicemos a los fetos abortados, o los que no llegaron a ser engendrados, más unas decenas de varones suicidados por la desesperación en que les sumen las injusticias de las nuevas leyes de género). Pero sí está lesionando principios básicos del Estado liberal, como la igualdad ante la ley, la libertad de expresión o el derecho de los padres a educar a sus hijos según sus propios principios. Y destruyendo la inocencia de los niños. Y hundiéndonos en un invierno demográfico del que será muy difícil salir. Y arruinando las oportunidades de felicidad de millones de mujeres a las que se pone en guerra contra la verdad biológica inscrita en sus cuerpos, empujándolas a una sexualidad bonoba que contradice la de nuestra especie, mucho más próxima a la de los chimpancés (perplejos lean el libro de Rubio).
En cuanto a la resistencia de la realidad −nuestros cuerpos y cerebros sexuados− a sus postulados delirantes… no cantemos victoria tan rápido, pues precisamente esa refractariedad se convierte en excusa para un intervencionismo estatal constante. Si los chicos juegan al fútbol en el recreo mientras las chicas prefieren secretear y charlar sin pausa, no es porque la testosterona que inunda sus cuerpos les pida a gritos agresividad y competición física, cualidades esenciales en los cazadores paleolíticos (y los estrógenos de las segundas las lleven a evitar los juegos violentos, protegiendo instintivamente sus vientres para la futura maternidad), sino porque “aún no hemos avanzado lo suficiente en la erradicación de los estereotipos de género”. Seguirá una nueva dosis de lavado de cerebro y gasto público: charlas contra el sexismo en el ocio, subvenciones a los equipos femeninos de fútbol… cuando no reglamentos que obliguen a las niñas a practicar el rugby y a los chicos a saltar a la comba (todo se andará: lean, si no, lo que cuenta Rubio sobre los premios que recibieron sus hijos en el concurso de dibujo infantil).
Y así todo. El Estado progre-generista no cejará en su empeño de conseguir ratios de 50/50 en las ingenierías, el ejército, el cuerpo de bomberos y el boxeo, o de fomentar una sexualidad “no heteronormativa” en las chicas (la infame campaña contra “el amor romántico”, presentado como antesala de la “violencia de género”), o de distorsionar demagógicamente la violencia intrafamiliar (magnificando y convirtiendo en categoría la de los hombres contra las mujeres mientras se oculta la de signo inverso, y buscando su causa en una situación estructural de dominación patriarcal). Sí, la ideología de género tiene perdida a largo plazo su guerra contra la realidad. Pero, antes de rendirse, va a arrastrar a la sociedad a absurdos y coacciones sin cuento.
Cuando le explicas que en Nueva York ya están trayendo drag queens a adoctrinar a parvularios sobre el “género fluido”, el moderadito contesta que “aquí no puede pasar” (nunca queda claro si “aquí” es España o sólo el prohibitivo colegio privado). Cuando te refieres a la ideología de género como un nuevo totalitarismo soft envuelto en el celofán de la tolerancia y la inclusividad, el centradito contesta “¡ya será menos!”. Pero entonces acuden en nuestro auxilio las hordas de fanáticos que han impedido sistemáticamente con altercados las presentaciones del libro de Alicia Rubio, o conseguido su cancelación preventiva. Y que la han acosado en el instituto en el que trabajaba hasta conseguir su baja. No sé si Alicia había previsto que podía terminar confirmando la gravedad de sus advertencias con su propia inmolación profesional. Pero lo cierto es que Cuando os persiguieron…, tanto por su calidad como por el valor simbólico que le han añadido los ataques de los liberticidas, no debe faltar en la biblioteca de todo español amante de la libertad.