Entrevista al responsable de ‘Braval’ −una ONG que atiende a jóvenes inmigrantes en el barrio barcelonés de El Raval−, por donde han pasado 1.240 chavales en 20 años
Energía, vida y futuro. En Braval tal vez no sobre dinero. Ni un euro. Pero no falta energía. Ni vida. Pasearse por las salas, las de estudio y de juego, de Braval −en el Raval barcelonés− proporciona una inmediata inyección de optimismo y fe en nuestro futuro. Estos chicos han venido aquí con ganas de progresar y están dispuestos no sólo a sudar la camiseta en la pista, sino también en la sala de estudios, preparando asignaturas con profesores jubilados admirables que les enseñan matemáticas por el placer de enseñarlas. Algún día todos estos chavales −algunos, me cuenta Josep Masabeu, llegaron en patera− nos pagarán nuestras pensiones, sí; pero, sobre todo, llenarán nuestras calles de color, diversidad, alegría, niños y esperanza. Gracias, Braval.
¿Qué ha aprendido de los adolescentes de Braval?
Los adolescentes son inseguros, y los inmigrantes, más. Pero eso no es un problema, es una oportunidad para ayudarles a formarse, porque quieren progresar. Su lección es su fe en que pueden llegar más lejos que sus padres.
¿Cómo?
Tienes que marcarles límites y exigirles: tirar de ellos, pero sin avasallar. Al principio, tienen sus reservas, claro, pero cuando empiezan a ver los resultados de la colaboración en sus notas, se abren y se apuntan al carro del esfuerzo. Entonces es cuando puedes tirar de ellos.
¿Obtienen buenos resultados?
Por Braval han pasado 1.240 chavales en estos 20 años que cumplimos ahora. Trece han acabado sus carreras universitarias...
En La Contra entrevisté a Dani, ingeniero por la UPC con el apoyo de Braval.
Y luego fue voluntario aquí. Hemos conseguido que 96 aprobaran el bachillerato y 142 la formación profesional. Y a 366 los tenemos con contrato indefinido.
Enhorabuena. Son buenas estadísticas.
Y digo “hemos”, porque eso no lo he conseguido solo. Además del equipo, hemos tenido a 160 voluntarios que han dedicado más de 15.000 horas de su tiempo a los chicos: entrenándolos, dándoles clases particulares y apoyándolos en todo.
¿Y de dónde salen tantos jóvenes?
Somos un país que pasó de golpe de vivir de los emigrantes a temer a los inmigrantes. En 1998 fundamos Braval, porque tuvimos un boom migratorio y en España los inmigrantes llegaron a ser el 1% de la población, pero es que aquí, en el Raval de Barcelona, llegaron a ser el 10%. Y muchos llegaban aquí en patera.
Siguen llegando.
Entonces nos dimos cuenta de que ya no se trataba de ayudarles con ropa y comida, que también, sino de apoyarles en la integración. Y eso con los chavales significa ayudarles a estudiar, aprobar y encontrar un buen trabajo después.
Eso ya es difícil para los de aquí.
Pero no subestime los recursos de estos chicos: tienen ganas de triunfar y pelean por cada pelota y por su futuro. Y hasta ahora no lo han tenido fácil. Saben gramática parda. La aprenden cada día en la calle.
¿Y sus familias también les apoyan?
Cuando ven que salen adelante en los estudios y que mejoran con nuestro apoyo, colaboran mucho.
¿Cómo consiguen que estudien?
El deporte es la mejor escuela y el modo más rápido y fácil de integrar a 250 chavales de 30 países, diez lenguas y nueve religiones.
¿A qué juegan?
Tenemos seis equipos de baloncesto y seis de fútbol sala. Estamos en todas las ligas.
¿No se pelean?
La clave es que todos los equipos sean multiétnicos. Todos juegan con todos y sólo se diferencian por su posición en el campo. Si no los integras así, fomentas los guetos.
¿Con quién compiten?
Con otros 120 equipos de toda Barcelona en las ligas de deporte base.
¿Y cómo pasan del campo a la sala de estudios y a las buenas notas?
Muy fácil: si no estudian y no sacan buenas notas, no les dejamos jugar.
El banquillo da mucho miedo.
Ni banquillo. Si no sacas buenas notas, es que no juegas. No llegas ni al campo.
¿Cuánto les hacen estudiar?
Al menos dos días a la semana, pero los buenos vienen cada día. Y si van cumpliendo en sus centros, pueden entrenarse un día a la semana.
Y los voluntarios ¿de dónde salen?
De todas partes. Desde los propios chavales que han pasado por aquí y luego quieren devolver el favor entrenando a los nuevos o enseñándoles matemáticas o catalán o castellano o inglés, hasta profesionales de la enseñanza ya jubilados que disfrutan echándonos una mano. Son estupendos. Gracias a todos.
¿Quiénes son los mejores voluntarios?
Mire, nuestro gran descubrimiento han sido los jubilados. Este año tenemos a 10 universitarios, algunos de carreras técnicas de alta exigencia, a los que ayudan a preparar las clases profesores de universidad ya jubilados. Son un gran equipo.
¿Por qué los jubilados rinden tanto aquí?
Tal vez porque ocupan la figura familiar del abuelo, que los jóvenes inmigrantes no tienen aquí porque sus abuelos se han quedado en sus países de origen. Eso les permite conseguir una complicidad casi inmediata con los chicos.
¿Y quién paga todo esto?
Tenemos subvenciones, claro, de la Diputación, la Generalitat y el Ayuntamiento, pero si sólo contáramos con ellas tendríamos que cerrar. Esto es una entente público-privada y hay un millar de socios que aportan mil euros al año, y también tenemos donativos puntuales.
¿Los chavales pagan?
Si no pagasen, no lo valorarían. Pagan una cuota de 10 euros al mes. Piense que tenemos 250 chavales aquí y que cada uno nos sale por unos 500 euros. Haga números y verá.
¿Les afectó la recesión?
Los chicos estaban más nerviosos.
¿Y la gentrificación del Raval?
Viene más gente con dinero, sí, pero los inmigrantes no se van. Donde antes vivían tres familias, ahora viven cuatro.
Entrevista de Lluis Amiguet, en lavanguardia.com.
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