Para muchos la fidelidad es un contrasentido, pues consideran que la libertad personal no puede tener ningún límite
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En el fondo, afirmar que la fidelidad conyugal no es posible equivale a no confiar en el ser humano, ni en su capacidad de superar las adversidades o el egoísmo
A pesar de semanas turbulentas por el escándalo vaticano de la filtración de documentos, el Papa alemán llevó a cabo un evento al que le apostó todo: el VII Encuentro Mundial de las Familias, en Milán. Y de nuevo Benedicto XVI hizo una declaración muy provocadora: que hoy es posible la fidelidad matrimonial. ¿Acaso este reto a la cultura contemporánea no suena como una utopía?
Aunque los Vatileaks siguen en los medios, Benedicto XVI continúa con su programa pastoral, ahora mediante este Congreso en la capital lombarda (2 y 3 junio). Como observa Sandro Magister, en Milán, «lejos de la curia vaticana, aparece el auténtico perfil de Benedicto XVI. Nada actúa como pantalla opaca. Su coloquio con la multitud es directo. Su palabra llega intacta a quien lo escucha».
Hemos visto a un Papa recibido y ovacionado por un millón de personas. Hemos escuchado con interés a un Joseph Ratzinger que cuenta espontáneamente recuerdos sobre su infancia y su familia, y nos dice que su vida familia era para él un “paraíso”.
Este Congreso nos ha permitido conocer el corazón del Pastor de la Iglesia Católica, que cree en Dios y cree también en el hombre. En el tema de la fidelidad conyugal es donde se puede ver con suma claridad que el Papa tiene una gran confianza en el ser humano.
Hoy día, para muchos la fidelidad es un contrasentido, pues consideran que la libertad personal no puede tener ningún límite, ni siquiera ése. Para otros tantos, cuando el amor se va, ya no tendría caso que los cónyuges sigan unidos.
Un conocido autor católico, Vittorio Messori, ilustra las grandes dificultades del amor fiel. Sostiene que «desde el punto de vista sólo humano, defender este tipo de familia es imposible: por naturaleza, es difícil que un hombre sea fiel a la misma mujer hasta la muerte. (…) La nuestra es una apuesta por la fe que, para los no creyentes resulta justificadamente “insensata”».
Ante este panorama contemporáneo, la apuesta de Benedicto XVI por el hombre resulta gigante. Durante el Encuentro, una pareja de novios de Madagascar manifestó su temor ante el “para siempre” que implica el matrimonio, y el Papa les explicó que es el enamoramiento el que no permanece para siempre.
En cambio, «el sentimiento del amor ha de ser purificado, debe recorrer un camino de discernimiento, esto es, deben entrar en juego también la razón y la voluntad. (…) En el rito del matrimonio, la Iglesia no pregunta: “¿Estás enamorado?”, sino: “¿Quieres, estás decidido?”. Es decir, el enamoramiento debe convertirse en amor verdadero, (…) de tal modo que realmente todo el hombre, con todas sus capacidades, con el discernimiento de la razón y la fuerza de voluntad dice: “Sí, ésta es mi vida”».
El Santo Padre está convencido de que las facultades superiores —la razón y la voluntad— son capaces de sostener con firmeza un sí durante toda la vida. Y esto es posible «porque el amor es absoluto, quiere todo y, en consecuencia, también la totalidad del tiempo: es “para siempre”».
¿Quién cree más en el hombre de hoy? ¿El Papa o aquéllos que sostienen que el ser humano está sometido a la fuerza ciega de la pasión amorosa, la cual aparece y desaparece? ¿Benedicto XVI o aquéllos que afirman que la libertad no es capaz de comprometerse “para siempre”?
En el fondo, afirmar que la fidelidad conyugal no es posible equivale a no confiar en el ser humano, ni en su capacidad de superar las adversidades o el egoísmo. Por eso, esta llamada del Romano Pontífice al amor fiel lo convierte en un auténtico defensor del hombre.