Sería sabio por nuestra parte agarrar nuestra vida, como tesoro preciado, coger bien las riendas, que no se escapen, y emplearnos a fondo, para salir muy bien parados, campantes y felices, de nuestra propia existencia
El quid de la vida de cada persona está en aprender a vivir su propia vida. Y es en su propia vida donde ha de emplear toda su sabiduría. Cada uno es protagonista de lo que va aconteciendo en su peregrinaje y, ni nadie ha de decidir por él, ni él puede dejar escapar lo que por su vida va trascurriendo, como si una ola lo arrastrara a la orilla sin pedirle permiso.
Pero, ¿qué hay de los factores externos incontrolables? La actitud y la disposición que cada uno adquiera ante sus propios acontecimientos serán el termómetro que mida la libertad o esclavitud en la que esté sumido, el sentirse más sano o más enfermo, más rico o más pobre. Y la actitud que elija conllevará ir tomando decisiones, más y menos costosas, con mucha valentía, que le ayudarán a afrontar su día a día, no sin incorporar en su aprendizaje otro ingrediente, convivir con la incertidumbre, que tantos quebraderos de cabeza supone en cada uno de nosotros.
Hoy en día, el mundo laboral nos exige cursos, proyectos, MBA, PhD., y es fácil perder de vista que nuestro mejor proyecto somos nosotros mismos, adentrándonos y empleándonos en nuestra propia vida, dejándonos de pasados, y proyectándonos hacia el futuro, arriesgando y luchando, ganando y perdiendo, con entusiasmo y pasión, y a veces sin ellos. No obstante, le toca a cada uno, solo, ir descubriendo el camino que le lleve a una vida plena, feliz, satisfecha, aprendiendo a no mirarse y compararse con la vida que lleva el de al lado, que parece que ha nacido con estrellas, y también parece que ese no es nuestro caso.
Pero la comparación no cabe porque Dios tiene una Misión única e irrepetible para cada uno de nosotros, y el Espíritu Santo es tan sabio que no se repite. Descubrir esta Misión lleva mucho esfuerzo, mucho ejercicio diario, pero nuestra vida bien habrá valido la pena si nos hemos empleado en nosotros mismos, enfocando nuestra existencia hacia Dios Padre, que nos espera siempre, puesto que de Él venimos y a Él hemos de ir a parar. Por tanto, sería sabio por nuestra parte agarrar nuestra vida, como tesoro preciado, coger bien las riendas, que no se escapen, y emplearnos a fondo, para salir muy bien parados, campantes y felices, de nuestra propia existencia.
Un planteamiento de vida coherente es lo que no puede faltar en la vida de cada uno. Cuál es el norte que ha de seguir, cuáles son sus metas, hacia dónde apunta, cuáles son sus pilares, qué le ilusiona, qué le empuja hacia delante, han de ser cuestiones que formule y reformule según su circunstancia. Hasta que no solucione estas preguntas andará sin rumbo, sin sentido, arrastrado por la corriente de la sociedad, y ni pinchará ni cortará en su propio obrar. Y, si por el contrario, se ha cuestionado su peregrinaje, ha de preguntarse de qué metas se trata ¿Son pasajeras? ¿Dejan herencia, perduran? ¿Tienen visión de eternidad?
Qué costoso es luchar cuando la lucha no va dirigida hacia ninguna parte, qué anodino es pasar por la vida sin pena ni gloria y, por el contrario, qué rico es madurar cada aspecto que conforma nuestra vida, trillando una personalidad bien conjugada, alejada de una personalidad obsesiva, rencorosa, adicta, atrapada en el pasado, dependiente de la mirada de aprobación o aplauso del otro.
No hay mejor proyecto que el que se ocupa de nuestra propia vida, logrando que mejore, libre de ataduras tóxicas, que le haga feliz, contento consigo mismo, por su forma de ser, por su manera de vivir, encajando, como si de un puzle se tratara, todos los aspectos que lo identifican: sus relaciones con Dios, sus relaciones con los demás, su vida profesional, familiar, amigos, grupos de WhatsApp, su carácter, actitud, disposición, voluntad, pensamientos, afectos…, conformando una vida completa, armónica, bella, con cada pieza en su lugar.
¿Qué tiene que ver el proyecto de nuestra propia vida con rezar? ¿Por qué la oración contemplativa sirve para algo?, ¿Por qué hablar cara a cara con Dios, con el corazón al desnudo, abierto de par en par, sin engaño ni apariencia, sin excusa ni justificación, sin doblez ni mentira, sirve para algo? Porque es imposible trabajar sobre uno mismo solos, sin Dios, sin Espíritu Santo, sin un Ser superior a nosotros, sin gritar al Cielo “ayudadme”.
Porque es difícil no rendirse ante las muchas dificultades, lidiar con este problema y el otro, esta cruz, contrariedad, sufrimiento, cansancio, con las solas y pobres fuerzas humanas. Porque cada uno necesita sentirse amado, abrazado, y nadie como Dios para hacerlo. Porque la persona necesita encontrar respuestas a sus preguntas, y programar y reprogramar el rumbo de su vida, y sólo Dios, que es Todopoderoso, y puede lo imposible, sabe reconducirnos. Porque Dios y cada ser humano tienen una historia de amor juntos, felices, que se va cosechando día a día, con la Misericordia y el Poder de Uno y el esfuerzo y disposición del otro.
Es en el silencio interior de nuestro corazón, a solas, Él y yo, donde Dios nos mete en un proceso de trabajo interior, en nuestro propio proyecto de vida, para que conociéndolo a Él y conociéndonos, enderecemos lo que no va bien, lo que empaña nuestra felicidad, nuestro ánimo, nuestra alegría, para que cuando nuestras fuerzas flaquean sea la Fuerza de Dios quien nos sostenga.
¿Por qué no oímos nada? Quizás estamos sucios y no nos atrevemos a suplicarle a Dios su perdón para llenarnos de paz. Quizás nos sobran muchas cosas en nuestra vida, materialismo y más materialismo. Quizás nos dejamos llevar por lo que no es de Dios: pérdidas de tiempo en las redes sociales, cuidado excesivo de nuestro propio cuerpo, olvidándonos de nuestro espíritu, quizás tenemos un cuerpo adicto y pegajoso, y no somos capaces de ponerlo en su sitio. Quizás no escuchamos la voz del Espíritu Santo, hablamos y nos enfrascamos en un monólogo donde no callamos, y entonces Dios no tiene entrada.
¿Qué hay de mis conflictos internos? ¿También se solucionan rezando? En la intimidad con Dios es donde debatimos lo que nos quita la paz, la incertidumbre que envuelve nuestros días, nuestro desasosiego, circunstancias que nos dominan, esclavitudes que no nos permiten volar alto, libres de equipaje. Pero hemos de esforzarnos en estar atentos a la Voz de Dios, que nos está pidiendo a gritos que cambiemos una actitud, un juicio, una mala interpretación de unos hechos, una envidia que nos corroe, y no queremos verlo; o bien estamos apegados a la comida, bebida, Facebook, Twitter, Instagram, WhatsApp, demasiado gimnasio o deporte excesivo, llamémosle como queramos, pero sin enmascarar lo que nos ocupa; o bien estamos sumidos en un aburguesamiento y comodidad que no es propia del cristiano, porque el cristiano, de Cristo, se complica la vida, ama hasta que le duele, se olvida de sí, porque los demás le importan, los mira con el cariño de hermano, y agarra sus cruces para unirlas a la Cruz de Jesús.
¿Y cuando las circunstancias arrecian? ¿Y cuando no entendemos nada sobre el funcionamiento de Dios? La oración nos enseñará que Dios quiere que crezcamos, que le regalemos pequeños detalles que cuestan, y nos meterá por caminos pedregosos sin que nos caigamos, porque Él ya se encargará de estar a nuestro lado. También nos enseñará que no es necesario entender a Dios para ser felices, porque si lo entendiéramos, lo empequeñeceríamos, cabría en nuestra cabeza, lo haríamos a nuestra medida, y entonces no le dejaríamos ser Dios.
Llegado ese momento, aprendamos a confiar en Él, dejándole tomar el control de nuestra vida. Está deseando tendernos su Mano y abrazarnos: “Mira que estoy a tu puerta y llamo” nos dice en el Apocalipsis (3, 20), déjame entrar en lo más profundo de tu corazón, quiero estar contigo, todo lo Mío es tuyo, Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Tu apuesta Conmigo gana siempre porque el Cielo es para siempre. ¿Quién da más?
Beatriz Ródenas Tolosa
Licenciada en Filología Anglogermánica y Doctora en Filología Inglesa, especialidad Inglés Científico-técnico médico en las Ciencias de la Salud. Universidad Católica de Valencia. Facultad de Medicina y Odontología.
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