Madre. Brisa, brasero, ventilador. Discretamente volcán. Deliciosa compañera de vida…
La fe mueve montañas. Aunque no siempre destruya tumores. Jesucristo, en Getsemaní. Ella, en su casa, con su gente y con un cáliz como un cáncer anarca diseminado por su cuerpo enjuto, en lucha pacífica con un alma XXL.
Ayer se cerró un capítulo, pero nunca se apagará la luz que dejan las personas que han pasado por aquí sembrando paz y alegría, uniendo, animando, construyendo. Haciendo felices a los demás con la discreción de la que habla el Papa. La de los santos de la puerta de al lado. Del 2º C, en concreto.
Duele que se muera una madre. Pero queda el consuelo de contemplar la suerte inmerecida de que un buen día fuera ella precisamente la que te regalara aterrizar en este mundo.
Duele, claro, pero puede más la memoria limpia de recuerdos agradables, el placer de constatar la misión cumplida cum laude y el cariño de tanta gente que aplaude con agradecimiento hoy. En estéreo y en diferido. En muchos rincones del planeta.
Todas las obras de arte se enmarcan después de cortar, lijar, sudar, pegar, atornillar, embellecer, pulir, quitar lo que sobra, buscar el equilibrio, contemplar y disfrutar. Porque la vida, con sus cruces, puede ser maravillosa si cuando se cierra el telón la crítica es unánime: ¡Cielo!
Una madre buena como tantas. Exclusiva como todas. Nuestra y de muchos, porque un corazón así de grande es patrimonio de la humanidad.
Un marido. Siete hijos. Once nietos. Dos nueras y dos nueros como cuatro hijos más. Tres hermanos. Veintiséis sobrinos-amigos. Cuñadas y cuñados en el bolsillo. Primos. Decenas de amigos. Compañeras y algo más. Miles de alumnas de Entreolivos. Vecinos. Gente. Millones de oraciones unánimes desde hace tanto tiempo. Sin exagerar.
Artista de la naturalidad. Firme como una bóveda de cañón. Pilar. Contrafuerte y mareas. Columna con su base, su fuste y su capitel de hojas de acanto. Clave de un arco. Victoria de Samotracia de la familia. Libertad guiando al pueblo con la bandera del optimismo. Aguadora de Sevilla.
Cirenea y Verónica. Sin paso. Con marcha. Suenan los tambores sencillos del homenaje sincero. De boca en boca. Licenciada en cruces y experta en limpiar el rostro de Jesús con el oro en paño de una vida sin espectáculo, pero llamativamente fértil.
Ser útil. Dejar poso. Dar la vida por los demás. Jesucristo. Hace justo 50 años encontró el tesoro que ha iluminado su biografía. La Obra le ayudó a ser joya entre calvarios urbanos y alegría de fondo.
A quienes la queréis también por más que pasen los años: rezadle cada vez que miréis al cielo. Pedidle cosas grandes a la que pasó por la tierra tejiéndonos una gloria asequible a la medida de su fe. Que mueve montañas. Que cercena tumores de pena con la quimioterapia de una santidad contagiosa y como fácil. Tened presencia de Dios con ella. Convertid sus recuerdos en diálogo de oración.
Madre. Brisa, brasero, ventilador. Discretamente volcán. Deliciosa compañera de vida.
Fina era un nombre estéticamente mejorable, pero es profético. Fina por fuera. Fuerte por dentro. Seda y mármol.
Que la pena que envuelve cada letra y las lágrimas que bañan cada punto te lleguen al cielo como flores de mayo, de colores, de orgullo, de meta y de paz. Disfruta como siempre. Quiérenos y ayúdanos como nunca
Virgen de las Paradojas, que eres feliz en el cielo con la llegada de mi madre y entiendes perfectamente nuestra pena en la tierra: hazte especialmente Madre de los que te necesitamos, a partir de ahora, mucho más.
Álvaro Sánchez León, en asanleo.com.
(Homenaje-obituario a mi madre publicado en ABC de Sevilla el 26 de junio de 2018).
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