Fidalgo insiste en la importancia de la libertad del hombre y en la idea de que Dios nos va preparando un camino, acorde con nuestras posibilidades y nuestros deseos de amor de Dios
Es de todos sabido que el Papa ha convocado un Sínodo especial para tratar sobre el asunto peliagudo de las vocaciones dentro de la Iglesia. Entre el 3 y el 28 de octubre obispos de todo el mundo se reunirán para trabajar sobre “Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional”. Una reunión de este estilo debe llevar a conclusiones válidas para todos los cristianos, pero quizá lo más importante es todo el trabajo que se realiza como preparación. El ambiente presinodal que afecta a toda la Iglesia es de gran utilidad para la reflexión sobre el tema que se trata.
En este ambiente ha surgido recientemente un librito publicado por Rialp, escrito por José Manuel Fidalgo, que supone una reflexión muy interesante sobre el concepto que nos ocupa. Es de imaginar que en la asamblea sinodal surgirán reflexiones teóricas y, quizá, sobre todo, de tipo práctico. La preocupación que se extiende a grandes estratos de la vida de la Iglesia es la disminución de vocaciones en todos los órdenes de la vida eclesiástica, y, quizá de modo especial, vocaciones sacerdotales, por la necesidad que la comunidad cristiana tiene de ellas.
El libro de Fidalgo se adentra en una consideración teórica de gran interés, aun siendo un libro no extenso, poco más del centenar de páginas. Puntualiza con bastante acierto sobre lo que deberíamos entender por vocación en la Iglesia. El peligro presente en muchos ambientes desde hace tiempo es ver en el tema de la vocación una especie de maleficio que le puede caer a cualquiera, en la medida que la voluntad de Dios se cierne sobre un pobre chaval que no ve otra salida que contestar positivamente. La consideración un tanto negativa del tema tiene lugar sobre todo cuando hay personas que no perseveran en su decisión inicial, o cuando hay muchachos que se han visto presionados de alguna manera.
Fidalgo, en este breve y claro libro, profundiza, advierte, que, porque somos libres, todos tenemos un camino para encontrarnos con Cristo, un sentido en la vida que vamos descubriendo. Insiste en la importancia de la libertad del hombre y en la idea de que Dios nos va preparando un camino, acorde con nuestras posibilidades y nuestros deseos de amor de Dios. Y eso dentro de una llamada general a la santidad, es decir, una llamada universal a encontrarse con Dios, porque ese es el fin último del hombre.
Cada uno debe descubrir el camino. En los tiempos que corren vemos con preocupación que hay pocos jóvenes dispuestos a entrar en el seminario, que hay congregaciones religiosas que prácticamente se extinguen, por falta de vocaciones. Pero también vemos lugares donde hay muchas vocaciones al sacerdocio, sobre todo fuera del mundo occidental, en el norte de Europa, en África, en Sudamérica. ¿Qué es lo que cambia?
Parece bastante evidente que un ambiente hedonista, materialista, dificulta la vida de oración. Es mucho más difícil que un muchacho se puede encontrar con Dios en medio de la frivolidad propia de los jóvenes en Occidente. Descubrir qué es lo que Dios quiere de cada uno presupone madurez. Hace 40 o 50 años había muchos jóvenes de 14 o 16 años con bastante madurez. La egolatría del consumismo impide ese proceso y nos encontramos con adolescentes caprichosos con 30 años.
La vida de oración, la intimidad con Dios precisa generosidad, capacidad de entrega, virtudes humanas y, desde luego, virtudes sobrenaturales. Hay pocos ambientes en nuestro mundo occidental que faciliten esas actitudes.