El Papa ha continuado hoy con su ciclo de catequesis sobre los Mandamientos: “son el camino a la libertad porque son la palabra del Padre que nos hace libres en este camino”
Queridos hermanos y hermanas:
El pasado miércoles iniciamos la catequesis sobre los diez mandamientos. Los mandamientos son parte de una relación, aquella de la Alianza entre Dios y su Pueblo. La Sagrada Escritura los llama también «las diez Palabras». ¿Qué diferencia hay entre un mandamiento y una palabra? El mandamiento es un precepto, una orden. En cambio, la palabra es el medio esencial de la relación como diálogo fundamentado en el amor.
Dos personas que no se aman, no logran comunicar. Sin embargo, cuando alguien habla a nuestro corazón, termina nuestra soledad y comienza una comunicación que da vida.
Así, desde el principio, el Tentador, quiso engañar al hombre y a la mujer, haciéndoles creer que Dios no los amaba y que era un déspota que les imponía leyes y normas para someterlos.
Lo mismo quiere hacernos creer también hoy a nosotros. Pero sabemos que Dios es un padre, que nos quiere y sale a nuestro encuentro. Con los mandamientos, que contienen sus palabras, Él nos cuida y protege de la autodestrucción, porque somos sus hijos, no sus súbditos. Vivir como cristianos es pasar de la mentalidad de esclavos a la mentalidad de hijos.
Buenos días. Gracias por esta visita. Antes de ir a la Plaza, he querido saludaros. Podréis seguir con la pantalla gigante la Audiencia de la Plaza; estaremos todos unidos. Gracias por la visita. Os aseguro que rezo por vosotros y os pido que recéis por mí. Ahora os invito a rezar juntos a la Virgen: Dios te salve, María…
Esta Audiencia se realiza en dos lugares: nosotros, aquí en la Plaza, y en el Aula Pablo VI, donde hay más de 200 enfermos que siguen la Audiencia por una pantalla gigante. Todos juntos formamos una comunidad. Con un aplauso saludamos a los que están en el Aula.
El miércoles pasado comenzamos un nuevo ciclo de catequesis sobre los mandamientos. Y vimos que el Señor Jesús no vino a abolir la Ley sino a darle cumplimiento. Pero tenemos que entender mejor esta perspectiva.
En la Biblia los mandamientos no viven para sí mismos, sino que forman parte de un trato, de una relación. El Señor Jesús no vino a abolir la Ley, sino a darle cumplimiento. Y está esa relación de la Alianza[1] entre Dios y su Pueblo. Al inicio del capítulo 20 del libro del Éxodo leemos −y esto es importante−: «Dios pronunció todas estas palabras» (v. 1). Parece un comienzo como cualquier otro, pero nada en la Biblia es banal. El texto no dice: “Dios pronunció estos mandamientos”, sino “estas palabras”. La tradición judía llamará siempre al Decálogo “las diez Palabras”. Y el término “decálogo” quiere decir precisamente eso[2]. Pero tienen forma de ley, son objetivamente mandamientos. ¿Por qué, pues, el Autor sagrado usa aquí el término “diez palabras”? ¿Por qué no dice “diez mandamientos”?
¿Qué diferencia hay entre un mandato y una palabra? El mandato es una comunicación que no requiere diálogo. La palabra, en cambio, es el medio esencial de la relación como diálogo. Dios Padre crea por medio de su palabra, y su Hijo es la Palabra hecha carne. El amor se nutre de palabras, y también la educación o la colaboración. Dos personas que no se aman, no consiguen comunicarse. Cuando alguien habla a nuestro corazón, nuestra soledad se acaba. Recibe una palabra, se da la comunicación, y los mandamientos son palabras de Dios: Dios se comunica con esas diez Palabras, y espera nuestra respuesta.
Otra cosa es recibir una orden y otra es advertir que alguien intenta hablar con nosotros. Un diálogo es mucho más que la comunicación de una verdad. Yo puedo deciros: “Hoy es el último día de primavera, calurosa primavera, pero hoy es el último día”. Eso es una verdad, no es diálogo. Pero si yo os digo: “¿Qué pensáis de esta primavera?”, comienzo un diálogo. Los mandamientos son un diálogo. La comunicación se realiza por el gusto de hablar y por el bien concreto que se comunica entre los que se quieren por medio de palabras. Es un bien que no consiste en cosas, sino en las mismas personas que mutuamente se dan en el diálogo» (cfr. Evangelii gaudium, 142).
Pero esa diferencia no es algo artificial. Miremos qué pasó al inicio. El Tentador, el diablo, quiere engañar al hombre y a la mujer en este punto: quiere convencerlos de que Dios le ha prohibido comer el fruto del árbol del bien y del mal para tenerlos sometidos. El reto es este: la primera norma que Dios dio al hombre, ¿es la imposición de un déspota que prohíbe y obliga, o el amor de un padre que está cuidando a sus pequeños y los protege de la autodestrucción? ¿Es una palabra o un mandato? La más trágica, entre las distintas mentiras que la serpiente dice a Eva, es la sugestión de una divinidad envidiosa −“No, Dios os tiene envidia”−, de una divinidad posesiva −“Dios no quiere que tengáis libertad”. Los hechos demuestran dramáticamente que la serpiente mintió (cfr. Gen 2,16-17; 3,4-5), hizo creer que una palabra de amor fuera un mandato.
El hombre está ante esta encrucijada: ¿Dios me impone las cosas o cuida de mí? ¿Sus mandamientos son solo una ley o contienen una palabra para cuidar de mí? ¿Dios es dueño o Padre? Dios es Padre: nunca olvidéis esto. Hasta en las situaciones más malas, pensad que tenemos un Padre que nos ama a todos. ¿Somos súbditos o hijos? Este combate, dentro y fuera de nosotros, se presenta continuamente: miles de veces debemos escoger entre una mentalidad de esclavos y una mentalidad de hijos. El mandamiento es del dueño, la palabra es del Padre.
El Espíritu Santo es un Espíritu de hijos, es el Espíritu de Jesús. Un espíritu de esclavos no puede más que acoger la Ley de modo opresivo, y puede producir dos resultados opuestos: o una vida hecha de deberes y obligaciones, o bien una reacción violenta de rechazo. Todo el cristianismo es el paso de la letra de la Ley al Espíritu que da la vida (cfr. 2Cor 3,6-17). Jesús es la Palabra del Padre, no es la condena del Padre. Jesús vino a salvar, con su Palabra, no a condenarnos.
Se ve cuando un hombre o una mujer han vivido ese paso o no. La gente se da cuenta si un cristiano razona como hijo o como esclavo. Y nosotros mismos recordamos si nuestros educadores cuidaron de nosotros como padre y madres, o si solo nos impusieron reglas. Los mandamientos son el camino a la libertad, porque son la palabra del Padre que nos hace libres en ese camino.
El mundo no necesita legalismo, sino cuidado. Necesita cristianos con corazón de hijos[3]. Necesita cristianos con corazón de hijos: no os olvidéis de esto.
Saludo cordialmente a los francófonos, en particular a los peregrinos de Haití, a los jóvenes de Chablais, de Suiza y de Nouméa, en Nueva Caledonia, así como a los peregrinos de Saint Brieuc, acompañados por su obispo, Monseñor Denis Moutel. Hermanos y hermanas, recordemos que el mundo necesita el testimonio de cristianos con espíritu filial y no esclavos de la ley. Demos ese ejemplo con nuestro comportamiento durante toda nuestra vida. Dios os bendiga.
Saludo a los peregrinos de lengua inglesa presentes en la Audiencia de hoy, especialmente a los provenientes de Inglaterra, Suecia, Suiza, Ghana, India, Indonesia, Malasia y Estados Unidos de América. Sobre todos vosotros y vuestras familias invoco la alegría y la paz de nuestro Señor Jesucristo. Dios os bendiga.
Con alegría saludo a los peregrinos provenientes de países de lengua alemana. El Decálogo de los mandamientos es don de la alianza de Dios con los hombres. Vivamos como hijos nuestra relación con el Señor, siguiendo su palabra y el Espíritu Santo que da vida. Rezad por mí y por mi peregrinación ecuménica a Ginebra mañana. El Señor os proteja a vosotros y a vuestros seres queridos.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española venidos de España y Latinoamérica. Nuestro mundo no tiene necesidad de legalismo, sino de sentirse amado y cuidado. Pidámosle con confianza al Señor el don de su Espíritu Santo, para que nos conceda acoger sus mandamientos con espíritu filial, y vivir como hermanos en la libertad de los hijos de Dios. Muchas gracias.
Queridísimos peregrinos de lengua portuguesa, bienvenidos. Al saludaros a todos, en particular a los fieles de la parroquia Nossa Senhora Medianeira, de Paraná, os deseo que viváis y crezcáis en la amistad con Dios Padre, dejando que su amor siempre os regenere como hijos y os reconcilie con Él y con los hermanos. Descienda sobre vosotros y vuestras familias la abundancia de sus bendiciones.
Saludo cordialmente a las personas de lengua árabe, en particular a los provenientes del Líbano, Jordania y Medio Oriente. Dios nos ha dado su Santo Espíritu para que vivamos como hijos suyos, y veamos en su Palabra y en sus mandamientos, no reglas y prohibiciones que nos hacen esclavos, sino su amor de padre, que nos da la vida, la libertad e ilumina nuestro camino. El Señor os bendiga y os proteja del maligno.
Saludo cordialmente a los peregrinos polacos y de modo particular a los representantes de la juventud, que en la embarcación “Dar Młodzieży”, navegan por el mundo antes de llegar a Panamá, lugar de la JMJ del próximo enero. Saludo a los fieles de la Archidiócesis de Szczecin-Kamień, acompañados por el Arzobispo Metropolitano Andrea Dzięga, venidos aquí para bendecir las coronas papales que se pondrán a la imagen de la Virgen de Częstochowa, en la Basílica de San Juan Bautista. La Victoriosa Reina de Polonia interceda por nosotros y nos enseñe a vivir cada vez más fielmente los mandamientos de Dios. Sea alabado Jesucristo.
Dirijo una cordial bienvenida a los fieles de lengua italiana. Saludo a los artistas del Circo que nos han hecho ver cómo la belleza hace bien al alma y al cuerpo, y esa belleza que nos ha mostrado, no es una belleza que salga sola: es una belleza que ellos hacen con mucho trabajo, con horas y horas de entrenamiento. Y al final logran hacer esto que, como toda belleza, nos acerca a Dios. Muchas gracias a todos. Gracias. Me alegra recibir a los Padres Vincentinos; a las parejas de esposos de la Diócesis de San Marino-Montefeltro, acompañados por su Obispo, Monseñor Andrea Turazzi y a las de la Diócesis de Tivoli. Espero que la visita a las Tumbas de los Apóstoles sea ocasión para un renovado testimonio cristiano. Saludo al Grupo del Hospital pediátrico Meyer de Florencia; a la Asociación italiana esclerosis lateral amiotrófica; al Instituto Gioacchino da Fiore de San Giovanni in Fiore; a los Coros participantes en el Festival internacional “Roma en canto”; a la Banda cívica de Magenta.
Un pensamiento especial para los jóvenes, ancianos, enfermos y recién casados. En el mes de junio la piedad popular nos hace rezar con más fervor al Sagrado Corazón de Jesús. Que ese Corazón Misericordioso os enseñe a amar sin pedir nada a cambio y os sostenga en las decisiones más difíciles de la vida. Pedidlo también para mí y para mi ministerio, y también para todos los sacerdotes, para que refuerce la fidelidad a la llamada del Señor.
Fuente: vatican.va / romereports.com.
Traducción de Luis Montoya.
[1] El capítulo 20 del libro del Éxodo está precedido por la oferta de la Alianza del capítulo 19, donde es central el pronunciamiento: «Ahora, pues, si diereis oído a mi voz, y guardareis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos; porque mía es toda la tierra. Y vosotros me seréis un reino de sacerdotes y gente santa» (Ex 19,5-6). Esta terminología halla su síntesis emblemática en Lv 26,12: «andaré entre vosotros, y yo seré vuestro Dios, y vosotros seréis mi pueblo» y llegará hasta el nombre preanunciado del Mesías, en Isaías 7,14, o sea Emanuel, que recoge Mateo: «He aquí que una virgen concebirá y dará a luz un hijo, y se llamará Emanuel, que quiere decir Dios con nosotros» (Mt 1,23). Todo esto indica la naturaleza esencialmente relacional de la fe judía y, en grado máximo, de la cristiana.
[2] Cfr. también Ex 34,28b: «y escribió en tablas las palabras del pacto, los diez mandamientos».
[3] Cfr. San Juan Pablo II, Veritatis splendor, 12: «La entrega del Decálogo es promesa y signo de la alianza nueva, cuando la ley será escrita nuevamente y de modo definitivo en el corazón del hombre (cfr. Jr 31,31-34), para sustituir la ley del pecado, que había desfigurado aquel corazón (cfr. Jr 17,1). Entonces será dado «un corazón nuevo» porque en él habitará «un espíritu nuevo», el Espíritu de Dios (cfr. Ez 36,24-28)».
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