Es una decisión en la que hay mucho en juego precisamente porque está en juego el futuro de los hijos
Diario de Navarra
Un primer principio básico que conviene tener presente en la elección de Centro es que la misión y tarea de un Centro Educativo, del tipo y ropaje que fuese, es “ayudar a crecer”, porque eso es educar
Un año más los padres se encuentran con la grata, pero no fácil tarea de elegir qué Centro Educativo es mejor para el proyecto de vida de sus hijos. Grata porque es buscar lo mejor para el hijo, cuestión que cualquier familia tiene presente sin gran esfuerzo cuando se presenta la situación. Difícil porque primero hay que discernir lo que es bueno, y segundo porque, aunque se discierna, no necesariamente la burocracia permite que se logre. Parece evidente que, en muchos casos, para aquellos que no disponen de un poder adquisitivo resulta una elección condicionada. Y en estos casos se manifiesta hasta qué punto un condicionamiento puede resultar tan gravoso, y eso que la vida nos enseña que hemos de vivir continuamente con condicionamientos.
Es una decisión en la que hay mucho en juego precisamente porque está en juego el futuro de los hijos. Ante una decisión de tal calado, los padres buscan la mejor receta.
A este respecto, señala Gustave Thibon que «a menudo se me reprocha, después de una conferencia o de un artículo en la prensa, no aportar soluciones lo bastante “concretas” para los problemas que expongo». Salvando las distancias, sinceramente tengo la misma impresión.
La respuesta que da Thibon a una situación tan compleja, como es la de aconsejar a unos padres qué Centro Educativo debieran elegir para sus hijos, es de una sencillez y simplicidad que arroja mucha luz. «Aporto principios, no doy recetas. Y sólo a usted es a quien corresponde encontrar, a la luz de estos principios, la solución adaptada a las circunstancias en las que se encuentre y al fin que persigue».
La respuesta por su obviedad no necesita mayor comentario, pero sí es pertinente incidir en que uno de los mayores signos de la pereza intelectual y afectiva de nuestra época es el perder de vista los principios, remplazándolos por recetas prefabricadas que puedan aplicarse indistintamente a cualquier circunstancia y que dispensen del esfuerzo de pensar, de escoger y de crear. Es el momento de recordar que tan importante es el continente como el contenido.
Cada familia es un mundo totalmente distinto. Cada hijo, dentro de cada familia, es otro mundo distinto. Cada Centro Educativo es otro mundo distinto. Teniendo presente la diversidad que enriquece, quizá sea el momento de aportar algunos principios que pueden ayudar a encontrar la solución adaptada a las circunstancias en las que se encuentre.
Un primer principio básico que conviene tener presente en la elección de Centro es que la misión y tarea de un Centro Educativo, del tipo y ropaje que fuese, es “ayudar a crecer”, porque eso es educar. De este modo, la educación que deseamos para nuestros hijos no es para el mundo en que vivimos, sino para el que quisiéramos que vivieran, y para ello hay que darles los medios ya que serán los protagonistas de los cambios sociales en los que vivan. El crecimiento personal en esta etapa de los hijos es clave.
Otro principio básico, sería tener una idea clara sobre el proyecto educativo del Centro, y conocer de primera mano lo más posible el equipo de profesores que llevará a cabo esa misión y tarea. De este modo nos percataremos si realmente esas personas podrán ayudar a nuestros hijos o no, de acuerdo con el futuro que les espera.
Si queremos asegurar que la educación es ayudar a crecer, otro principio irrenunciable es que el Centro Educativo lleve a cabo una educación personalizada que permita el descubrimiento, desarrollo y consolidación de la propia identidad en edades tan tempranas, clave para el desarrollo de la personalidad donde la evolución es la constante.
Estos principios no dependen de la titularidad del centro sino del equipo humano que conforma ese centro educativo. Conocer de primera mano la realidad en la que nuestros hijos van a asentar los años claves de su desarrollo intelectual, moral, humano y afectivo es tarea indelegable para unos padres.
La clave parece clara: se trata de ser firme e intransigente en los principios y muy flexible y muy matizado en el arte de aplicarlos. El verdadero realismo —el que se apoya en el amor— exige que se forje una llave para cada cerradura.
Alfredo Rodríguez Sedano Profesor de Sociología de la Educación Universidad de Navarra