Audiencia del Papa a los Directivos y Personal de la Jefatura de Policía de Roma y de la Dirección Central de Sanidad del Departamento de Seguridad Pública, y a sus familias
El jefe de la policía recordó también que debajo del uniforme de policía hay seres humanos y precisamente de eso habló el Papa. Dijo que la familia es el lugar donde se aprende qué es el amor, el lugar donde uno busca refugio y donde se reponen fuerzas para afrontar las dificultades de la vida.
Señor Jefe de la Policía, distinguidas Autoridades, queridos familiares de las Víctimas del terrorismo y del deber, queridos Funcionarios, Agentes y Personal civil de la Policía del Estado. Os doy la bienvenida y agradezco al Jefe de la Policía sus palabras. A él y a todos vosotros renuevo la expresión de mi reconocimiento a la Policía del Estado por el servicio que hacen al Papa y a la Iglesia.
Cuando vuestro Capellán me pidió audiencia para el Personal de la Policía del Estado de la Jefatura de Roma y la Dirección Central de Sanidad del Departamento de Seguridad Pública junto a sus familias, en seguida me alegré. Recibiros a vosotros, con los hijos, las mujeres, los maridos, los padres, ¡me da alegría! Miraros a los ojos, estrecharos la mano, acariciar a vuestros niños dilata los corazones, nos acerca y nos une en alabanza y agradecimiento al Señor. ¡Gracias por haber venido con las familias, gracias!
La familia es la primera comunidad donde se enseña y se aprende a amar. Y es el ámbito privilegiado donde se enseña y se aprende también la fe, se aprende a hacer el bien. Y estas cosas, la fe, el amor, hacer el bien, se aprenden solo “en dialecto”, el dialecto de la familia. En otra lengua no se entienden. Se aprenden en dialecto, el dialecto de la familia. La buena salud de la familia es decisiva para el futuro del mundo y de la Iglesia, considerando los múltiples desafíos y dificultades que hoy se presentan en la vida de cada día. Cuando se encuentra una realidad amarga, cuando se deja sentir el dolor, cuando irrumpe la experiencia del mal o de la violencia, es en la familia, en su comunión de vida y de amor donde todo puede ser comprendido y superado.
La familia misma, como toda realidad humana, está marcada por el sufrimiento; lo atestiguan tantas páginas de la Biblia: la violencia fratricida de Caín sobre Abel, las peleas entre los hijos y las esposas de Abraham, Isaac y Jacob, las tragedias que afectan a David, el sufrimiento de Tobías, el dolor de Job. También la vida de la Sagrada Familia conoció contradicciones dolorosas, como la huida de María y José que fueron exiliados en Egipto con el pequeño Jesús. María meditaba todas esas experiencias en su corazón; y Jesús, Hijo de Dios e Hijo de María, a su vez ve, escucha, sufre y se goza, experimentando en su propio corazón las vicisitudes de las personas que encuentra: la suegra de Pedro que está enferma en cama, Marta y María que lloran la muerte del hermano Lázaro, la viuda de Naim que ha perdido a su único hijo, el centurión que sufre la grave enfermedad de un ser querido... Jesús siempre es capaz de medirse con las personas que le imploran por la salud o que lloran inconsolables.
Con el ejemplo de Jesús, también la Iglesia, en su camino diario, conoce las ansias y las tensiones de las familias, los conflictos generacionales, las violencias domésticas, las dificultades económicas, la precariedad del trabajo… Reflejándose cada día en el Evangelio, la Iglesia es conducida por el Espíritu Santo a estar cerca de las familias, como compañera de viaje, sobre todo para las que atraviesan alguna crisis o pasan algún dolor, y también para indicar la meta final, donde la muerte y el dolor desaparecerán para siempre.
En el camino de la vida Jesús nunca nos abandona: sigue y acompaña con misericordia a todos los seres humanos; en particular a las familias, que santifica en el amor. Su presencia se manifiesta a través de la ternura, las caricias, el abrazo de una madre, de un padre, de un hijo. La familia es el lugar de la ternura. ¡Por favor, no perdáis nunca la ternura! Y a esta época le falta ternura, hay que recuperarla, y la familia puede ayudarnos ahora. Por eso, en las Escrituras Dios se muestra padre y también madre que cuida y se inclina con el gesto de amamantar y dar de comer.
La Iglesia, como madre amorosa, nos enseña a permanecer firmes en Dios, ese Dios que nos ama y nos sostiene. A partir de esa experiencia interior fundamental es posible llegar a soportar todas las contrariedades y vicisitudes de la vida, las agresiones del mundo, las infidelidades y los defectos nuestros y de los demás. Solo partiendo de esa sólida experiencia interior podemos ser santos perseverando en el bien, que con la gracia de Dios vence todo mal.
También la fe se trasmite en familia. Aquí se aprende a rezar: la oración humilde, sencilla y, al mismo tiempo, abierta a la esperanza, acompañada de la alegría, la verdadera, que viene de una armonía entre las personas, de la belleza de estar juntos y sostenernos mutuamente en el camino de la vida, incluso siendo conscientes de todas nuestras limitaciones.
La época en que vivimos está recorrida por profundos cambios. Lo experimentáis continuamente en vuestro trabajo, ya sea en las investigaciones o en las calles, especialmente en una ciudad como Roma. Y la experiencia familiar os ayuda también en esto, porque os da equilibrio humano, sabiduría, valores de referencia. Una buena familia trasmite también los valores civiles, educa a sentirse parte del cuerpo social, a comportarse como ciudadanos leales y honestos. Una nación no puede regirse si las familias no cumplen ese deber. La primera educación cívica se recibe −también está “en dialecto”− en la familia.
Queridos hermanos y hermanas, os agradezco esta visita y os acompaño con mi grato recuerdo en la oración. Que la Familia de Nazaret y San Miquel Arcángel, vuestro Patrón, ayuden a todas vuestras familias y a la gran familia de la Policía del Estado. Gracias.
Recemos a la Virgen nuestra Madre, para que bendiga a todos los policías, a las familias de los policías y les ayude a seguir adelante con valentía, mansedumbre y ternura: Dios te salve, María…
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Fuente: vatican.va / romereports.com.
Traducción de Luis Montoya.
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