Entrevista al autor del libro “Escondidos. El Opus Dei en la zona republicana durante la Guerra Civil española (1936-1939)”, escrito por el historiador José Luis González Gullón
“San Josemaría repetía que debían perdonar y rezar por los asesinos y los violentos”
Durante la segunda semana de mayo tuvo lugar en Madrid la presentación del libro “Escondidos. El Opus Dei en la zona republicana durante la Guerra Civil española (1936-1939)”, que cuenta los sucesivos refugios del Fundador de Opus Dei en cinco casas de distintas familias, en un sanatorio psiquiátrico y en una sede diplomática extranjera. En el acto intervinieron los historiadores Julio Montero Díaz, Ángel Baamonde, Javier Cervera, Mercedes Montero y Julio de la Cueva.
El historiador y sacerdote José Luis González Gullón en 2016 ya había publicado “DYA. La Academia y Residencia en la historia del Opus Dei (1933-1939)” y en «Escondidos» se dispone a analizar, desde un carácter académico, la historia del Opus Dei durante los tres años de la Guerra Civil española (1936-1939) en la llamada zona republicana.
“Se trata de una biografía colectiva. Narra la vida de los miembros del Opus Dei en esa zona, donde el fundador, los primeros que le siguieron y otros conocidos comparten una microhistoria en el gran drama colectivo de la guerra”, señala el autor.
¿Qué motivos le han llevado a adentrarse en esta investigación?
Quería conocer de qué modo Josemaría Escrivá transmitió el mensaje del Opus Dei en un contexto bélico y represivo con la religión católica. Además, tenía un interés particular porque hace meses publiqué un libro sobre esta institución de la Iglesia Católica en la Segunda República española (1931-1936), la etapa precedente. He querido detenerme particularmente en la vida de las personas que, después de la Guerra Civil, colaborarían con Josemaría Escrivá en el rápido desarrollo del Opus Dei, tanto en España como en Europa y América. Los escritos y las referencias documentales me han permitido realizar un retrato de cada persona.
Durante la presentación, Julio Montero Díaz, Catedrático de Comunicación de la Universidad Internacional de La Rioja, resaltó el valor de la microhistoria, realizada con documentos y fuentes primarias. ¿Con qué fuentes ha podido contar para este trabajo?
En primer lugar era importante entender bien los motivos y las formas de la represión revolucionaria que se dieron en la zona republicana desde el estallido de la Guerra. En Madrid residían unos dos mil sacerdotes, un tercio fueron asesinados. Por fortuna, en los últimos años han aparecido los estudios brillantes de investigadores como Julius Ruiz y Javier Cervera, que analizan el alcance de la represión y los modos de vida en la retaguardia de la República durante la guerra.
En este contexto pude situar la vida de Josemaría Escrivá y de los demás de la Obra. Después, revisé las fuentes del archivo de la Prelatura, en Roma. Descubrí que había documentos inéditos de gran valor, como diarios de los primeros del Opus Dei y sus epistolarios. Esta documentación me permitió bajar al terreno de lo cotidiano. Vi los temores y esperanzas de hombres y mujeres que sufrían la separación de su fundador y se alegraban cuando lograban contactar, que vivían clandestinamente la recepción de sacramentos y las prácticas cristianas y padecían la tensión e incertidumbre por el futuro.
Destacó Javier Cervera el grave peligro que sufrió la vida del fundador del Opus Dei, diciendo que “la institución pudo morir si hubiese muerto el fundador”. ¿Cómo fue la vivencia de Josemaría Escrivá en esos primeros años de la Guerra Civil?
Como ocurrió a tantas personas y familias, la contienda militar fue un tiempo de purificación para Josemaría Escrivá. Durante los tres primeros meses de guerra, el fundador se refugió en cinco casas de distintas familias para evitar una muerte segura, dada la dura represión revolucionaria desatada contra el clero. Después se escondió durante meses en un sanatorio psiquiátrico y en una sede diplomática extranjera.
Estos sucesos le marcaron físicamente: estuvo muchos días enfermo y perdió más de treinta kilos. Pero, sobre todo, sufrió interiormente. Le preocupaba la suerte de los veintiún varones y cinco mujeres del Opus Dei, y de amigos y conocidos. Y se dolía porque pensaba que no era fiel a Dios, que no cumplía bien la misión que había recibido.
En el libro he tratado de resumir esas experiencias. No ha sido tarea fácil porque me encontraba ante un sacerdote que era fundador de una institución y que daba a su relación con Dios una prioridad absoluta de manera que marcaba su modo de entender todo lo que le acontecía. Si tuviera que resumir en una palabra qué es lo que más me ha llamado la atención diría que su fe. Escrivá solo puede explicarse desde “dentro”, desde su convencimiento de que vivía para llevar adelante una misión en la Iglesia. Sus movimientos durante la guerra me recordaban a los de otros santos contemporáneos que tenían un compromiso radical con su misión, como Juan Pablo II o la Madre Teresa.
¿Qué opinión tenía el fundador del Opus Dei sobre la Guerra?
He revisado con atención todos los escritos de Josemaría Escrivá en los que manifiesta cómo entendía la Guerra Civil en esos momentos. Y he visto que deseaba la victoria del bando sublevado por motivos religiosos −la Iglesia católica sufría la represión en el bando republicano−, pero que se abstenía de manifestar en público su pensamiento. Cuando los que estaban a su alrededor celebraban las victorias del Ejército nacional, permanecía callado. Y repetía que debían perdonar y rezar por los asesinos y los violentos. Se esforzó por no hacer política, pues deseaba vivir ese periodo también como sacerdote: abierto a las necesidades de todos, fueran de un bando o del otro.
Dentro de los “escondites” de Escrivá antes de su paso a la zona nacional, hay uno en particular que destacan sus biógrafos: la Legación de Honduras, ¿por qué?
En 1937, Josemaría Escrivá pasó cinco meses y medio refugiado en la legación de Honduras en España, situada en el Paseo de la Castellana. Ese tiempo tiene un interés particular en la historia del Opus Dei porque el fundador convivió con otros cuatro miembros de la Obra y se puso en contacto epistolar con el resto de personas conocidas.
Se conservan cientos de cartas de estos meses, diarios, apuntes de meditaciones que Escrivá daba a quienes le acompañaban y otros documentos. La lectura de estas fuentes muestra la reacción del fundador y del resto de personas ante situaciones de gran nerviosismo y tensión. Escrivá era un hombre preocupado por cumplir la voluntad de Dios y por cuidar de las personas que le seguían en el camino del Opus Dei.
El libro se detiene también en nombres propios de católicos en el Madrid republicano. Algunos amigos de Escrivá, como el Padre Poveda, fueron asesinados. ¿Cómo era la relación clandestina de los católicos en ese ambiente contrario a la práctica de la fe? ¿Qué papel juega Josemaría Escrivá?
Pasados los seis primeros meses de Guerra Civil, en los que el culto desapareció, la vida religiosa en el Madrid de la retaguardia renació. Los católicos establecieron una red clandestina formada por más de un centenar de sacerdotes que atendían a los fieles, generalmente en apartamentos de familias conocidas.
Escrivá formó parte de esta red en los meses de septiembre y octubre de 1937. Sabemos, por ejemplo, que en esas semanas impartió los sacramentos a teresianas −Pedro Poveda, buen amigo de Escrivá, había sido asesinado al inicio de la guerra− y también a comunidades de terciarias capuchinas y de reparadoras; celebró Misa en varios pisos particulares, que confesó en varios lugares, bautizó a una niña, predicó unos ejercicios espirituales en varias casas…
Una figura que llama la atención en el libro es Isidoro Zorzano, ahora siervo de Dios, que repartió la comunión a cientos de personas.
Isidoro Zorzano es una figura singular en mi libro. Amigo de juventud de Escrivá, ingeniero de ferrocarriles y hombre señalado en la Acción Católica, durante la contienda militar puso al servicio del fundador todas sus energías. Fue enlace entre unos y otros, coordinó la distribución de alimentos a las familias de los miembros de la Obra y de otras personas, colaboró en la salvaguardia de los primeros documentos del Opus Dei. En la lectura del texto se ve cómo Zorzano se consumió físicamente en un Madrid falto de abastecimientos y sujeto al cañoneo diario de la artillería franquista.
Zorzano se convirtió en custodio y distribuidor de la Eucaristía a católicos de Madrid. Algunos sacerdotes le daban la Comunión para que la repartiera de modo clandestino a personas de confianza. Esta circunstancia le marcó profundamente.
Otro hombre singular fue Juan Jiménez Vargas. Al inicio de la Guerra Civil, este médico de veintitrés años tomó una resolución radical: dedicarse a salvar la vida del fundador del Opus Dei. Escrivá fue salvado en varias ocasiones por Jiménez Vargas. Sin este hombre el fundador hubiese desaparecido en una checa en el verano de 1936.
Fuente: opusdei.org.
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