Un nuevo documento muestra a cada cristiano el camino para una santidad encarnada en el contexto actual, “con sus riesgos, sus desafíos y sus oportunidades”
En el quinto año de pontificado, el Papa Francisco ha entregado a la Iglesia una nueva exhortación apostólica, la tercera, sobre la llamada a la santidad en el mundo contemporáneo. Un documento ágil y concreto, que quiere dar una respuesta a los muchos límites de la cultura actual.
La tercera exhortación apostólica del Papa Francisco se presenta como un documento un poco atípico, siendo el primero −después de mucho tiempo− que trata una temática que no ha sido debatida precedentemente en el curso de un Sínodo de los Obispos. Cosa que había sucedido, en cambio, para la Evangelii gaudium (Sínodo sobre la evangelización, convocado por Benedicto XVI en 2012), para la Amoris laetitia (Sínodos sobre la familia de 2014 y de 2015) y para las cuatro exhortaciones del Pontífice emérito (Eucaristía, Palabra de Dios, África, Medio Oriente).
Es cierto que con Francisco las exhortaciones han abandonado el título de “postsinodal” también cuando han sido fruto de las asambleas de los obispos, como para subrayar la convicción de que no se trata de algo administrativo o burocrático (una especie de resumen de la asamblea), sino de la síntesis de un verdadero movimiento del Espíritu Santo, que solicita a toda la Iglesia en su misión al servicio del hombre.
Otro aspecto que resalta en esta ulterior iniciativa del Papa es la continuidad del concepto de “alegría” con las otras exhortaciones (“gaudium”, “laetitia”), típico de las predicaciones y del vocabulario del Pontífice argentino desde su elección. Son frecuentes sus invitaciones a no tener una cara triste, ceñuda, porque el Amor de Dios que salva no admite “tristezas”.
Y ahora una curiosidad: el documento lleva la fecha del 19 de marzo, solemnidad de san José, día en que en 2013 el Santo Padre iniciaba su ministerio episcopal. Pero es también el mismo día en que hace dos años Francisco publicó la Amoris laetitia, exhortación que ha tenido sin duda mayor resonancia respecto a la primera y a esta última.
Pero hay que decir que esta concomitancia concuerda bien con la esencia del documento, dado que en una lectura atenta parece como si el Papa quiere proponer un balance de su primer lustro de pontificado, llamando a una verificación de lo que ya había propuesto a la Iglesia universal con la Evangelii gaudium.
El común denominador de todos los documentos es, en efecto, el contexto actual. Permaneciendo inmutable la doctrina, la misma que la Iglesia transmite desde hace siglos, y confirmándola explícitamente, Francisco propone caminos concretos para el mundo contemporáneo, a fin de que cada cristiano pueda encarnar concretamente su llamada a la santidad. Se sitúa así en continuidad con la tarea general de evangelizar (primera exhortación) y con la de mostrar la belleza del Evangelio de la familia (segunda exhortación).
Ha llamado la atención también el hecho de que, a diferencia de otros documentos pontificios, quien ha presentado este último a la prensa no ha sido un cardenal o algún oficial de Curia romana, sino un simple obispo −Mons. De Donatis, desde hace poco vicario de Su Santidad para la diócesis de Roma− y dos laicos, el periodista Gianni Valente y la pedagoga Paola Bignardi, involucrada desde hace tiempo en el ámbito del asociacionismo católico, y que fue presidenta nacional de la Acción Católica.
Para quien, en los diversos viajes papales al extranjero, haya seguido las conversaciones que en cada ocasión el Papa ha mantenido con las comunidades locales de sus hermanos jesuitas, notará también una cierta familiaridad respecto a los contenidos propuestos en la Gaudium et exsultate. No es casualidad que haya sido precisamente la Civiltà Cattolica, dirigida por el jesuita Antonio Spadaro −omnipresente en todos los viajes pontificios y encargado de transcribir los diálogos con el Papa− quien ha difundido, en el mismo momento en que era dada a conocer a todos los demás la exhortación, un análisis circunstanciado de ella, presentando sus “raíces, estructura y significado”, demostrando por tanto conocer desde hace tiempo su génesis.
En el fondo, el documento tampoco es demasiado largo, y seguramente no ha sido concebido, como el mismo Papa Francisco escribe en la introducción, como un tratado sobre la santidad con definiciones o análisis. Más bien es como una caricia de padre, que quiere estimular en cada uno el deseo de ejercitar la santidad. Un acicate, en suma, para que el mundo pueda cambiar su rostro y experimentar la alegría que viene del Señor.
Sus 177 puntos están organizados en 5 capítulos. El primer aspecto a destacar es el de los “santos de la puerta de al lado”, la “clase media de la santidad”, imágenes que Francisco utiliza para explicar que se trata de una llamada universal para todos y de un camino que, no obstante las dificultades que encuentra, es absolutamente practicable. Lo importante es no tener miedo de experimentarlo.
En el segundo capítulo son presentados los dos enemigos enmascarados de la santidad, que son una reproposición en nuestro tiempo del gnosticismo y del pelagianismo. Es decir, de aquellas actitudes que, por una parte, pretenden reducir la enseñanza cristiana “a una lógica fría y dura que busca dominarlo todo” y, por la otra, quieren hacer creer que el hombre puede salvarse solo, y solamente con las obras, sin la vida de la Gracia.
El remedio es presentado en la tercera parte, donde se desgranan, leídas a la luz de la historia contemporánea, las bienaventuranzas contenidas en el 5 capítulo del Evangelio de Mateo, que el Papa ya en otras ocasiones ha definido como “el carnet de identidad del cristiano”. Pobres de corazón, mansos y humildes, saber llorar con los otros, estar de parte de la justicia, mirar y obrar con misericordia, mantener el corazón limpio de lo que lo mancha, sembrar paz en nuestro entorno, aceptar también las persecuciones más sutiles, todo “esto es santidad”, escribe Francisco.
Junto a eso el Papa evidencia, en el capítulo sucesivo, cinco grandes manifestaciones del amor a Dios y al prójimo, combatiendo los riesgos y los límites que la cultura de hoy lleva consigo. Aguantar, paciencia y mansedumbre contra la ansiedad nerviosa y violenta “que nos dispersa y nos debilita”; alegría y sentido del humor contra negatividad y tristeza; audacia y fervor para superar “la acedia cómoda, consumista y egoísta”; la vida comunitaria como dique ante el individualismo y tantas formas de falsa espiritualidad; la oración constante.
El protagonista del último capítulo es el diablo, al cual el Santo Padre se ha referido con reiteración como a un peligro constante en la vida del cristiano. Y escribe expresamente a propósito de Satanás −también haciendo callar falsas especulaciones que había aparecido en algunos medios de comunicación en este sentido−: “entonces, no pensemos que es un mito, una representación, un símbolo, una figura o una idea”, porque esto es sólo un engaño que lleva a reducir nuestras defensas. Al contrario, hay que luchar, y hacerlo constantemente con “las armas poderosas que el Señor nos da”: oración, meditación de la Palabra, Misa, adoración eucarística, confesión, obras de caridad, vida comunitaria y compromiso misionero.
Para saber qué viene del Espíritu Santo y qué viene, en cambio, del espíritu del mal, el único modo, dice el Papa, es el discernimiento, que es también un don que hay que pedir y que se alimenta con las mismas “armas” de la oración y de los sacramentos.
La conclusión, evidentemente, está reservada a María, aquella que “ha vivido como ningún otro las bienaventuranzas”, “santa entre los santos, la más bendita”, que muestra el camino de la santidad y acompaña a sus hijos.
No queda sino leer este precioso documento y asimilarlo, poco a poco, para la vida de cada día.
Giovanni Tridente, en Revista Palabra.
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