En la audiencia general, el Santo Padre explicó que en el Bautismo, el agua evoca la muerte y la vida: “el hombre viejo se sepulta para que renazca una criatura nueva”
De esta forma, “la Iglesia, en el Bautismo, nos regenera a la vida eterna, haciéndonos hijos de Dios para siempre”.
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy fijamos nuestra atención en el rito central del Bautismo: el lavacro santo acompañado de la invocación a la Santísima Trinidad, momento en el que somos bautizados y participamos en el Misterio pascual de Cristo: el hombre viejo se sepulta para que renazca una criatura nueva. Morimos y nacemos en el mismo instante, pues la fuente bautismal se convierte en sepulcro y en madre. Estas dos imágenes manifiestan la grandeza de lo que sucede por medio de los gestos sencillos del Bautismo.
Nuestros padres nos generaron a la vida terrena; la Iglesia, en el Bautismo, nos regenera a la vida eterna, haciéndonos hijos de Dios para siempre. Por eso, también sobre cada uno de nosotros, renacidos del agua y del Espíritu Santo, el Padre dice amorosamente: «Tú eres mi hijo amado» (cf. Mt 3,17). El bautismo no se repite porque imprime un sello sacramental indeleble que el pecado no puede borrar, pero sí impedir que dé frutos de salvación.
Luego, la unción crismal, nos conforma a Cristo “Sacerdote, Profeta y Rey”. Por eso, todo el Pueblo de Dios, animado por el Espíritu Santo, participa de esas funciones, y tiene la responsabilidad de misión y servicio que de ellas deriva.
La catequesis sobre el sacramento del Bautismo nos lleva a hablar hoy del santo lavatorio acompañado de la invocación de la Santísima Trinidad, o sea el rito central que propiamente “bautiza” −es decir, sumerge− en el Misterio pascual de Cristo (cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, 1239). El sentido de este gesto lo recuerda san Pablo a los cristianos de Roma, primero preguntando: «¿No sabéis que cuantos hemos sido bautizados en Cristo Jesús hemos sido bautizados para unirnos a su muerte?», y luego respondiendo: «Pues fuimos sepultados juntamente con él mediante el bautismo para unirnos a su muerte, para que, así como Cristo fue resucitado de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros caminemos en una vida nueva» (Rm 6,3-4). El Bautismo nos abre la puerta a una vida de resurrección, no a una vida mundana. Una vida según Jesús.
¡La fuente bautismal es el lugar donde se hace Pascua con Cristo! Se sepulta el hombre viejo, con sus pasiones engañosas (cfr. Ef 4,22), para que renazca una nueva criatura; en verdad lo viejo pasó, y ha nacido lo nuevo (cfr. 2Cor 5,17). En las “Catequesis” atribuidas a San Cirilo de Jerusalén se explica así a los recién bautizados lo que les ha sucedido en el agua del Bautismo. Es bonita esta explicación de San Cirilo: «En el mismo momento habéis muerto y habéis nacido, y aquella agua llegó a ser para vosotros sepulcro y madre» (n. 20, Mistagógica 2,4: PG 33, 1079-1082). El renacer del nuevo hombre exige que sea reducido a polvo el hombre corrompido por el pecado. Las imágenes de la tumba y del seno materno referidas a la fuente, son bastante incisivas para expresar lo mucho que sucede mediante los simples gestos del Bautismo. Me gusta citar la inscripción que se encuentra en el antiguo Baptisterio romano del Laterano, donde se lee, en latín, esta expresión atribuida al Papa Sixto III: «Virgineo fetu genitrix Ecclesia natos quos spirante Deo concipit amne parit. Caelorum regnum sperate hoc fonte renati»: La Madre Iglesia da a luz virginalmente mediante el agua a los hijos que concibe por el soplo de Dios. Cuantos habéis renacido de esa fuente, esperad el reino de los cielos. Es bonito: la Iglesia que nos hace nacer, la Iglesia que es seno, es madre nuestra por medio del Bautismo.
Si nuestros padres nos han generado a la vida terrena, la Iglesia nos ha regenerado a la vida eterna en el Bautismo. Hemos sido hechos hijos en su Hijo Jesús (cfr. Rm 8, 15; Gal 4,5-7). También sobre cada uno de nosotros, renacidos del agua y del Espíritu Santo, el Padre celeste hace sonar con infinito amor su voz que dice: «Tú eres mi hijo amado» (cfr. Mt 3,17). Esa voz paterna, imperceptible al oído, pero bien audible por el corazón de quien cree, nos acompaña toda la vida, sin abandonarnos nunca. Durante toda la vida el Padre nos dice: “Tú eres mi hijo amado, tú eres mi hija amada”. Dios nos quiere mucho, como un Padre, y no nos deja solos. Esto desde el momento del Bautismo. ¡Renacidos como hijos de Dios, lo somos para siempre! El Bautismo de hecho no se repite, porque imprime un sello espiritual indeleble: «Este sello no es borrado por ningún pecado, aunque el pecado impida al Bautismo dar frutos de salvación» (Catecismo de la Iglesia Católica, 1272). ¡El sello del Bautismo nunca se pierde! “Padre, pero si una persona se convierte en bandido, de esos tan famosos, que mata gente, que hace injusticias, ¿el sello se va?” No. Para su propia vergüenza, el hijo de Dios que es ese hombre hace esas cosas, pero el sello no se va. Y sigue siendo hijo de Dios, que va contra Dios, pero Dios nunca reniega de sus hijos. ¿Habéis entendido esto último? Dios jamás reniega de sus hijos. ¿Lo repetimos todos juntos? “Dios nunca reniega de sus hijos”. Un poco más fuerte, que yo o soy sordo o no lo entiendo: [repiten más fuerte] “Dios nunca reniega de sus hijos”. Bueno, así mejor.
Incorporados a Cristo por el Bautismo, los bautizados son pues conformados a Él, «el primogénito entre muchos hermanos» (Rm 8,29). Mediante la acción del Espíritu Santo, el Bautismo purifica, santifica, justifica, para formar en Cristo, de muchos, un solo cuerpo (cfr. 1Cor 6,11; 12,13). Lo expresa la unción crismal, «por la que se significan el sacerdocio real del bautizado y su agregación al pueblo de Dios» (Rito del Bautismo de Niños, n. 73 c). Por tanto, el sacerdote unge con el santo crisma la cabeza de cada bautizado, tras haber pronunciado estas palabras que explican su significado: «Dios todopoderoso, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que os ha liberado del pecado y dado nueva vida por el agua y el Espíritu Santo, os consagre con el Crisma de la salvación para que entréis a formar parte de su pueblo y seáis para siempre miembros de Cristo, sacerdote, profeta y rey» (ibíd., n. 129).
Hermanos y hermanas, la vocación cristiana está toda aquí: vivir unidos a Cristo en la santa Iglesia, partícipes de la misma consagración para realizar la misma misión, en este mundo, dando frutos que duran para siempre. Animado por el único Espíritu, todo el Pueblo de Dios participa de las funciones de Jesucristo, “Sacerdote, Rey y Profeta”, y comporta las responsabilidades de misión y servicio que se derivan (cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, 783-786). ¿Qué significa participar del sacerdocio real y profético de Cristo? Significa hacer de sí una ofrenda agradable a Dios (cfr. Rm 12,1), dándole testimonio por medio de una vida de fe y de caridad (cfr. Lumen gentium, 12), poniéndola al servicio de los demás, según el ejemplo del Señor Jesús (cfr. Mt 20,25-28; Jn 13,13-17). Gracias.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua francesa, en particular a los fieles venidos de Canadá y de Francia. Hermanos y hermanas, recordemos cada día nuestra vocación bautismal haciendo de nuestra vida un ofrecimiento agradable a Dios y poniéndola al servicio de los demás. ¡Dios os bendiga!
Saludo a los peregrinos de lengua inglesa presentes en la Audiencia de hoy, especialmente a los provenientes de Inglaterra, Finlandia, Indonesia, Filipinas, Canadá y Estados Unidos de América. Dirijo un saludo particular a los “pequeños agricultores” venidos a Italia desde varios países, con agradecimiento por su contribución a la nutrición de todos en nuestro mundo. Con la alegría de Cristo Resucitado, invoco sobre vosotros y vuestras familias el amor misericordioso de Dios nuestro Padre. ¡El Señor os bendiga!
Me alegra recibir a los peregrinos de lengua alemana. Saludo en particular a los Caballeros del Santo Sepulcro de la Sección Santa Hildegarda y a las Hermanas del Divino Redentor que celebran 25 años de profesión religiosa. Como bautizados hemos sido regenerados a una vida nueva en Cristo y llamados a continuar su misión, llevando su amor y su Evangelio a nuestros vecinos. De corazón os bendigo a todos.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española venidos de España y Latinoamérica. En este tiempo pascual, los invito a considerar la grandeza de la vocación cristiana que recibimos en el bautismo, y vivirla unidos a Cristo en la Iglesia, de modo que pueda dar frutos abundantes en una vida de fe y de caridad, al servicio de los hermanos. Muchas gracias.
Queridísimos peregrinos de lengua portuguesa, bienvenidos. Saludo cordialmente a los varios grupos parroquiales, a los Misioneros Redentoristas y la Familia Franciscana de Brasil, así como a los miembros del «Instituto para o Desenvolvimento Social», de Lisboa. Que esta peregrinación pueda reforzar en vuestros corazones el sentir y el vivir con la Iglesia, perseverando en el rezo diario del Rosario. Así podréis encontraros cada día con la Virgen Madre, Aprendiendo de Ella a cooperar plenamente en los planes de salvación que Dios tiene para cada uno. ¡El Señor os bendiga a vosotros y a vuestros seres queridos!
Dirijo una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua árabe, en particular a los provenientes del Medio Oriente. Queridos hermanos y hermanas, el mes de mayo está dedicado a la Virgen; os invito a cultivar la devoción a la Madre de Dios con el rezo diario del Rosario, rezando en concreto por la paz en Siria y en el mundo entero. ¡El Señor os bendiga!
Saludo cordialmente a los peregrinos polacos. Queridos hermanos y hermanas, ayer la Iglesia en Polonia celebró la solemnidad de vuestro patrono San Estanislao Obispo y Mártir. Él dio su vida como defensor del Evangelio, de los valores morales y de la dignidad de cada hombre. Su heroico ejemplo sea para todos vosotros guía en vuestra vida diaria, en la vida personal, familiar y social. Que su intercesión os sostenga en el camino por las sendas de la verdad y del amor. ¡Dios os bendiga!
Doy una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua italiana. Me alegra recibir a los participantes en los Capítulos Generales de las Hermanas de Nuestra Señora de la Merced; de las Misioneras Hijas del Calvario; de las Hermanas Franciscanas Misioneras del Niño Jesús y de las Hermanas Franciscanas Siervas de María. Animo a todas a ser fieles a Cristo para que, siguiendo el ejemplo de María Santísima, podáis hacer brillar la alegría del Evangelio. Saludo a la Comunidad de Borgo Ragazzi Don Bosco de Roma, a las parroquias, en concreto a las de Salerno y de Preturo de Montoro; a la Asociación Laicos Amor misericordioso; a los jóvenes de Civitanova Marche y a los grupos de estudiantes, particularmente a los de Florencia y de Gioia del Colle.
Un pensamiento especial dirijo a los jóvenes, a los ancianos, a los enfermos y a los recién casados. Estamos en el mes de mayo, tiempo dedicado a la Virgen María. Cultivad la devoción a la Virgen, con el rezo diario del Rosario para que, como la Madre de Dios, acogiendo los misterios de Cristo en vuestra vida, podáis ser cada vez más un don de amor para todos.
Fuente: vatican.va / romereports.com.
Traducción de Luis Montoya.
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