¿Quién más que un Dios que es Amor, y que vive con nosotros cada sufrimiento y cansancio, puede ayudarnos a encontrar de nuevo el entusiasmo, la fuerza, la alegría de dar la vida?
Toda madre, también la más cariñosa y dedicada a sus hijos, atraviesa períodos oscuros, en los que siente el peso de su condición. Vive estados de ánimos que quizá le avergüenzan y se siente derrotada por pensamientos que no quisiera tener.
En ocasiones sucede que no logre apreciar su vida de madre.
Quizá fue fuerte el deseo de tener niños a los que cuidar: ¿Cuántas veces nos hemos imaginado jugando con ellos, enseñando la diferencia entre bien y mal, explicando por qué es bonito decir gracias y pedir perdón… hacernos cargo de sus miedos y sus fracasos, para después animarles a proseguir en su camino?
Pero desde cuando el sueño se ha realizado, probablemente no han faltado los días −seguramente no− en los que uno cree haber llegado al límite en poder gastarse por la familia.
El desaliento, el cansancio, las distracciones externas a menudo nos secan y nos impiden apreciar al gran don que se nos ha dado.
¿Quién más que un Dios que es Amor, y que vive con nosotros cada sufrimiento y cansancio, puede ayudarnos a encontrar de nuevo el entusiasmo, la fuerza, la alegría de dar la vida?
Él puede cambiar nuestros ojos cuando no podemos más y hacernos mirar con amor la familia.
Él puede darnos la fuerza para comenzar de nuevo este difícil recorrido después de cada caída.
Él puede hacer resurgir el amor por la vida de mujer y de madre que hemos aceptado recorrer.
Quisiera compartir entonces con todas las madres una carta escrita a Dios, una oración de súplica y de agradecimiento, escrita para ayudarme a reencontrar la alegría de servir a mis niños, cuando estoy cansada y quisiera escapar de mi vida.
Señor,
Tú me ves y me conoces.
Tú sabes cuáles son los puntos fuertes y los puntos débiles de mi carácter.
Tú sabes cuáles son mis tentaciones.
Tú sabes qué me impide ser una buena madre.
Conoces mis ansiedades y mis miedos.
Te pido a ti, que eres amor infinito, que me ayudes a amar a mis hijos con todo mi ser.
Cuando les veo como un peso, ayúdame a verles como estupendos regalos.
Cuando me aburro con ellos, ayúdame a encontrar nuevos estímulos para pasar tiempo de calidad en su compañía.
Cuando estoy perdiendo la paciencia, dóname la calma necesaria para hacer lo que es adecuado.
Cuando no sé apreciar sus metas, sus sonrisas, la dulzura, dame luz para mirarles como tú les miras.
Si echo de menos la libertad, muéstrame que ellos merecen cualquier sacrificio.
Si me siento sola, recuérdame que es un honor pasar tiempo con mis hijos.
Si estoy tentada de creer que hay otras prioridades respecto a ser madre, muéstrame el gran privilegio y la enorme responsabilidad que tengo en el ocuparme de vidas humanas.
Si prevalece el cansancio, dóname vigor.
Si me vienen ganas de escapar, dame la alegría de permanecer.
Si tengo ganas solo de gritar, concédeme la paz interior.
Si no puedo esperar a que el tiempo pase y que ellos crezcan, otórgame la capacidad de disfrutar cada momento.
Si me siento incapaz e inadecuada para ser madre, hazme tú la mejor madre que yo pueda ser para mis hijos.
Si paso más tiempo quejándome que dando gracias, conviérteme.
Si me derrumbo y no me esfuerzo ya por alegrar la vida de mis hijos, dóname una nueva alegría, que pueda florecer en mi rostro y en mis gestos también cuando estoy desmotivada.
Si mi corazón alberga angustia y tristeza, dame la capacidad de ofrecerte a ti esos estados de ánimo, para que tú los cambies en esperanza y serenidad.
Si mis hijos requieren más energías de las que tengo, sé tú la fuerza que me falta.
Si mis límites personales me impiden desarrollar mejor mi tarea de madre, colma tú el vacío que dejo en ellos por mis faltas.
Si no sé motivar, estimular, educar a mis hijos como merecen, corrígeme.
Si no sé apreciar el don de la familia, abre mi corazón para que se llene de gratitud.
Si no sé hacer equipo con mi marido, recuérdame que en el matrimonio nos hemos convertido en aliados.
Si la complicidad entre nosotros se apaga y nuestros gestos se convierten en mecánicos, ayúdanos a redescubrir nuestra vocación de padre y de madre.
Si no sabemos afrontar las dificultades como pareja, renueva en nosotros la fuerza del sacramento del matrimonio que nos ha hecho convertirnos en una sola cosa.
Y después te digo gracias Señor, porque con la maternidad me has hecho partícipe de la Creación.
Gracias porque me has dado confianza y has puesto entre mis manos preciosas vidas humanas.
Gracias porque me das la capacidad de ver mis errores y de empezar de nuevo.
Gracias por mi familia y por tu presencia entre nosotros.
Cecilia Galatolo, en familyandmedia.eu.
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