Visité un colegio grande −no necesariamente te estoy hablando de tamaño−, un colegio en un barrio muy complicado; un oasis en medio de un desierto brutal
El Principito:
−“He aquí mi secreto, que no puede ser más simple: solo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible para los ojos”.
Eso dice. Sin embargo, mis propios ojos, esos que se ha de comer la tierra, vieron −no hace tanto− algo esencial.
¿O serían mis ojos, mis oídos… mi corazón los que lo pudieron constatar? Sí, eso fue. Lo cierto es que vi, escuché, sentí. Y se me quedó marcado a fuego.
Hoy −vamos a rizar el rizo− quiero compartir contigo esa experiencia inenarrable, inefable. ¡Hala, vete al diccionario y dime cómo se hace eso! Imposible, por definición.
Por eso quiero que, ante lo que no se puede explicar con palabras, arrimes tu corazón: para entenderlo; al menos medianamente.
Grande. Y no necesariamente te estoy hablando de tamaño. Un colegio en un barrio muy complicado. Un oasis en medio de un desierto brutal.
Y, cuidando de ese oasis, un equipo directivo, un claustro, ejemplar. Rebosante de compromiso; pleno de coraje; pletórico de ilusión. Digno de admiración.
Los niños y niñas que acuden a él desayunan, comen y cenan…
Quizás alguien dirá: ¡pues vaya novedad! ¿Y dónde no?
Déjame finalizar la frase, amigo: desayunan, comen y cenan −con toda garantía− gracias a su escolarización.
Llegan al colegio: y, allí, se encargan de todo. Con el apoyo de la Administración, sí. Pero con mucho más que eso.
En el cole, los maestros se han puesto de acuerdo con todo tipo de “ingenieros del bien común”.
Así, unas entidades aportan alimentos. Otra, se encarga de revisar la vista de los chavalines (y han llegado a detectar y a abordar incluso algún tumor ocular). Otros profesionales batallan contra las caries; que incluso el colegio a veces pilla, cuando algún crío se queja de dolor en un diente o una muela: a base de guantes de látex y un espejo bucal ha encontrado más de una caverna… Otros profesionales −abogados− aportan formación jurídica elemental (luego verás que esto no es anecdótico); aquí no se da puntada sin hilo. Con sus togas, les explican qué sanción te imponen si pintas en el interior de un edificio público, cuál si el destrozo es exterior; les hablan de los riesgos de delinquir. Complementan la labor educativa del colegio; que es enorme.
Me viene a la mente lo de “ni está, ni se le espera”; pero no sería exacto, ni en todo caso justo; creo que debo explicarlo bien. La madre, el padre, la abuela, no siempre entran al oasis… en el que el equipo docente tiene la esperanza y el empeño de integrarlos.
No pocos niños son hijos de madres que, embarazadas, entraron en prisión. Los hay de delincuentes conocidos y hasta confesos. De −te meto el presuntos para no liarla− presuntos traficantes de droga.
Y los peques viven sus miedos infantiles (a veces, arrebatada la inocencia; esa que también se puede robar). Miedos… a que les quiten la casa (por denominar de algún modo a eso que ‘okupa’ un buen número de sus familias; a que los desalojen, vaya). A padecer la violencia (ahí sí que están especialísimamente atentos los profes, al mínimo atisbo, y bien coordinados con la Administración). Miedo a perder a mamá; o papá. A veces, desaparece uno de ellos de su vista durante mucho tiempo… ¿por qué?
Los hay que apenas reciben afecto en el hogar: huérfanos de caricias, de besos, de una mano que, cariñosa, les atuse el pelo; de nadie que les muestre otro interés verbal que un grito con un: −¿dónde estás, c…?
Hay hijos de analfabetos funcionales. Hijos que leen a su madre o a su abuela la nota que el colegio hace llegar a su familia. Que, a veces, ni se aclara. La última ocasión en que hubieron de castigar dos días sin patio −recreo− a una alumna, se extrañaron de su ausencia. No fue a la escuela. En casa creían… que la habían expulsado…
Muchos niños jamás han salido de su barrio. Ese del que dicen algunos que es su país. No han visto otro lugar. Hasta que el colegio se ocupa de ello: y los saca de excursión; de visita cultural… ¡el enorme regalo de todo lo que otros vemos de ordinario y, a veces, apenas miramos!
En el cole, hay mucha actividad, mucho juego, y música, y pintura, y lectura, y deportes. En el cole atienden a las familias, que no saben hacer algunas gestiones de lo más básicas.
En ese colegio hay mucho amor. Siembran amor, lo riegan día a día… y van recogiendo amor. A veces, ¡incluso de las familias!
Si el barrio está lleno de pintadas, en el colegio no hay ni una. Los coches de los maestros se respetan. Y hay un cariño, un cariño a veces torpemente expresado en el ‘regreso’, de ida y vuelta.
Mucha labor preventiva: la primera: vida sana, higiene, alimentación y sueño (un chavalín, por cierto, dormía en un momento dado con la cabecita apoyada en su pupitre…). Qué noche habría tenido… Los profes tienen claro lo del ‘primum vivere, deinde philosophari’.
Los chicos son distintos, muy mezclados. Y es importante su convivencia. Primero tienen que aprender a quererse, cada uno a sí mismo; a valorarse; paralelamente, a hacerlo a los demás.
Para eso, la educación (que es mucho más que la instrucción, lo sabes bien) es vital: que reconozcan sus distintas emociones, que las comprendan, que las verbalicen, que sean capaces de expresarlas adecuadamente. A veces, hay que llorar…
Hace bien poco −me explicaba una maestra− tuvimos una clase, surgió un tema y… una alumna lloró y se desahogó por esto; otro, por lo otro; otra más, por ver llorar a su amiga, o por verla pasarlo mal: empatía a granel. Vamos, que acabaron llorando tres cuartas partes de los alumnos. Ahí había algo importante: superior al currículo de… la asignatura que quieras. Había que parar el tiempo. Y ayudar. Y succionar el dolor. Sanar. Poner bálsamo en las heridas…
En el colegio llevan ya tiempo con una mejora académica muy relevante. Y siendo esto destacable, ya ves que lo he puesto al final.
Quiero decir que en ese cole (y ese es un caso, solo uno) he visto mucho amor, mucha entrega, mucha alegría, muchos ojos brillar.
Un día, en el aula trabajaron ‘sus miedos y sus penas’: alguien echaba de menos a su abuelita. Otro temía la muerte. Alguien sufría por su madre o su hermanita… O por su casa… Y hasta hubo una chiquilla que dijo que le apenaban mucho… los pobres. Lo que oyes. O, por mejor decir: lo que lees.
Tampoco lo es, afortunadamente, la situación vivida. Pero existe. Se da. Tenemos las periferias dentro. Y no las vemos. Ni con los ojos ni, a veces, con nuestro torpe corazón.
Quería compartirla contigo.
Te pido que, conmigo, reflexiones. ¡Cuántas veces nos quejamos de vicio! O, al menos, exageradamente. Indebidamente. Sin una mínima reciedumbre.
Hoy quería ponerte ante este espejo, en el que también voy a mirarme yo.
Durante el tiempo que estuve allí (no era en Navarra, de donde yo soy −quiero evitar interpretaciones indebidas, alguien lo entenderá−), no escuché ni percibí ninguna queja −motivos podían no faltar, no lo sé−; ni un reproche: vi con mis ojos y, sobre todo, con mi corazón ese amor del maestro, de la maestra, que te quiere sacar adelante, valga y cueste, que te quiere enseñar a vivir, que te quiere… que te quiere.
Mi homenaje, mi gratitud, mi admiración, mi reconocimiento a todo ese claustro en su labor diaria, sacrificada, discreta, eficaz… tan humana. Empeñados en iluminar tanta penumbra…
Vi ángeles en la tierra. De bien distintas edades. Tenemos motivos por los que luchar y… razones (o mejor, personas, profesionales) para la esperanza.
El director decía: −Yo les repito, y animo a los chavales: ¡salta de tu sombra!
Concluyo: lo hago recordando a una tía mía, que en paz descanse, que decía: −Todos no podemos ir al mismo Cielo.
Sé que no hay dos; pero si los hubiera, en el primero estarían esperando al claustro entero y a todos esos angelitos, a los que vieron mis ojos… y mi corazón.
Este post quiere ser un sencillo homenaje a la labor de tantas personas buenas como hay en esta tierra −en este caso a estos maestros− que son causa y fundamento de nuestra esperanza en un mundo mejor.
Te pido un pequeño esfuerzo: ¡difúndelo!
Y te ofrezco una oportunidad: si crees que puedes ayudar, dímelo. Si ellos lo aceptan, intentaré poneros en contacto.
Estoy seguro de que estáis unidos desde el corazón.
José Iribas, en dametresminutos.wordpress.com.
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