Me gustaría señalar 9 retos que pueden encontrarse unos recién casados en sus primeros meses/años de aventura matrimonial
“Lo mejor está por venir” fue uno de nuestros lemas del noviazgo, y sigue siéndolo, ahora ya casados. Para algunos puede resultar simplemente una frase bonita, pero un matrimonio cristiano tiene la confianza de que, si lucha cada día por quererse más, contando con la ayuda de Dios, esa frase se convierte en una realidad. Cuando éramos novios esta idea tenía además el añadido de saber que el noviazgo solo era una etapa, una preparación para lo mejor, que vendría después, y que la boda era el comienzo de la aventura. Poco después de casarnos, el Papa Francisco les decía a las familias que “El mejor de los vinos está en esperanza, está por venir para cada persona que se arriesga al amor”.
Ahora bien: que sea bonito y sea verdad no quiere decir que sea fácil. Casarse, ser esposos, entregarse para siempre, pensar más en la felicidad del otro que en la tuya… suena apasionante, pero se tiene que ir concretando cada día, a menudo en cosas pequeñas. Aunque suene paradójico, si queremos que “lo mejor esté siempre por venir”, hay que “currárselo”. El amor se construye. La buena noticia es que no estamos solos en esto. Y que la entrega de toda una vida que hicisteis al casaros, se da en cada instante, sin agobiarse por mañana o el mes que viene. Como diría Fito: “Lo que te llevará al final serán tus pasos, no el camino”. Y cada paso que damos para amar más y mejor, hace el siguiente paso más ligero y más de amor del bueno.
El Papa hablaba de “arriesgar en el amor”. Así que me gustaría señalar 9 retos que pueden encontrarse unos recién casados en sus primeros meses/años de aventura matrimonial.
En este post, la primera entrega:El fondo de armario del matrimonio.
1. Conocerse sin parar
Si habéis tenido un buen noviazgo, habéis hablado a fondo, habéis sido sinceros… la convivencia no traerá demasiadas sorpresas. Esto es compatible con que nunca acabaréis de conoceros. Las personas solemos cambiar y madurar, por eso dicen los entendidos que el reto consiste en no dejar de admirarse por las cualidades del otro y en crecer juntos. “Volverse experto en su pareja” es una idea que leí en este artículo y que me pareció muy bien explicada. Ser expertos en el otro no es solo que sepamos qué pie calza, los nombres de sus bisabuelos y sus secretos más profundos. Ser expertos es también conocer cómo reacciona ante los sucesos, cómo siente, qué cosas le afectan y cómo… A veces habrá que preguntar, no querer ser adivinos: “¿Esto te ha sentado mal?”, “¿Te encuentras triste por algo?”, “¿Qué puedo hacer para que te sientas mejor?” Y si eres la parte afectada, habrá que comunicarlo, con sencillez, sin pretender que el otro sea un adivino. En vez de recluirte en un mutismo frustrante, puedes decir claramente y con cariño: “Mira, es que yo esperaba esto, y me he encontrado con esto otro, y entonces me ha sentado a cuerno quemado”. Ser expertos en el otro es también saber cuándo es mejor no decir nada y simplemente estar y comprender.
2. Aprender a reírse juntos
“No hay buen amor sin buen humor”, nos dijo una de las ponentes en nuestro curso prematrimonial. Para llegar a esto lo primero es aprender a reírse de uno mismo, y no tomarse demasiado en serio. Si tienes una “lady drama” en tu interior o eres un perfeccionista quisquilloso… relax. Se trata de dar a cada cosa la importancia que tiene, y aprender a afrontar las dificultades y los contratiempos (ya vengan de fuera, o de los defectos del otro, o de uno mismo) con deportividad, sin bajones, sacando lo bueno de la situación, aprendiendo de lo que haya que aprender… y riéndose juntos. Esto es más fácil cuanto más expertos sois el uno del otro. Puede ser muy útil por ejemplo, si ves que ella está a punto de enfadarse (porque la conoces y “la ves venir”), hacer un placaje al enfado con una broma, un gesto cariñoso, o simplemente un: “Estás arrugando la nariz. Se acerca tormenta”. Eso sí: buen humor y amor siempre juntos. Cuidadito con las ironías ingeniosas pero hirientes.
3. Las grandes pequeñas cosas
Un post-it en la mesilla, una nota deslizada en la funda del ordenador para que la vea al llegar al trabajo, unas flores-porque-sí… pero también un “ya lo hago yo”, el esfuerzo por ser un poco más ordenado porque sabes que lo agradecerá −aunque te quiere como eres−, pasar por alto un despiste sin importancia −en vez de montar un drama−, una sonrisa al llegar a casa, aunque estés muy cansada… Todo eso va construyendo el amor. Día a día, minuto a minuto. No hay que bajar la guardia. Y, junto a esto: el agradecimiento. Creo que es una actitud genial para no dejar de admirar al otro. Es comprensible que con la convivencia, la confianza, etc., acabes dando por supuesto ciertas cosas y dejes de apreciarlas y agradecerlas. Total, ya sabemos que él plancha y yo hago los baños, o que me encargo yo siempre de arreglar electrodomésticos porque él es un manazas… Es comprensible, pero me parece importante no dejar de decir “gracias”, porque es una manera de tener presente cuánto te ama: a veces te lo demuestra con una cena romántica, y, más cotidianamente, con algo tan prosaico como bajar la pila de ropa acumulada por planchar. Todo suma.