El Santo Padre visitó ayer, domingo 15 de abril, la parroquia San Pablo de la Cruz, situada en Corviale, uno de los barrios con mayores dificultades de la capital italiana
Corviale es identificado tristemente como el “monstruo" de hormigón armado a lo largo de un kilómetro: un complejo residencial formado por dos torres conectadas por puentes en un único edificio de unos diez pisos, que cuenta con 1.200 apartamentos. Construido a principios de los años ochenta, alberga a unas siete mil personas, de las cuales un gran porcentaje son ancianos.
El Papa se encontró primero con los niños de la catequesis, y luego a los ancianos, enfermos y pobres. Tras un coloquio con algunos detenidos de permiso y después de haber confesado a algunos parroquianos, celebró la Santa Misa. Finalmente, el Santo Padre, entes de regresar al Vaticano, se despidió de la parroquia.
El Obispo de Roma dialoga con los niños de la catequesis, respondiendo algunas preguntas.
Leonardo: ¡Hola Papa Francisco! Quería saber una cosa: ¿cuál es tu trozo del Evangelio preferido? ¿Y por qué?
Papa: ¿Cómo te llamas tú? −Leonardo. Bien Leonardo. El Evangelio está lleno de pasajes hermosos, bellísimos. Pero tú me has preguntado cuál es el preferido. Yo responderé con tal de que vosotros, cuando volváis a casa, busquéis en el Evangelio el texto y lo leáis. ¿Prometido?
Niños: ¡Sí!
Papa: ¿Todos?
Niños: ¡Sí!
Papa: Un texto que me gusta mucho es el del Evangelio de Mateo, cuando Jesús encuentra a aquel negociante, aquel traidor a la patria que se llamaba Mateo. Esta-ba precisamente en la puerta de la ciudad, apegado al dinero, y él cobraba las tasas a los turistas. ¿Vosotros habéis pagado las tasas para entrar aquí?
Niños: ¡No!
Papa: ¡No! Pero se ve que no hay ningún Mateo aquí, ¡gracias a Dios! No os hacen pagar la entrada. Está bien. Y aquel hombre era un traidor a la patria porque cobraba las tasas y las daba al ejército que ocupaba Palestina en aquel tiempo, que era el ejército romano; las daba a los romanos. Y eso es un pecado feo, ¿no? ¡Qué feo! ¡Una persona apegada al dinero es una mala persona! Y este más, porque había olvidado su pertenencia a la patria; vendía la patria cada vez que hacía pagar las tasas a cada uno. Y Jesús pasa −esa gente era despreciada por todos−, Jesús pasa, lo mira y le dice: “Levántate, ven”. Y ese hombre no lo podía creer. Un hombre despreciado, traidor, pecador… Y aquel hombre se levantó y siguió a Jesús.
¿Y por qué me gusta? −la segunda pregunta− porque ahí se ve la fuerza que tiene Jesús para cambiar un corazón. Este era de los peores, pero Jesús logró cambiarlo. Quizá vosotros conocéis gente que dice: “Ah, yo nunca podré ser bueno, porque tengo tantas cosas a mis espaldas, nunca podré cambiar…”. Y Jesús es capaz de cambiar al más malo y hacer de él un evangelista, un apóstol y un santo. Por eso me gusta tanto ese pasaje del Evangelio, porque se ve la fuerza de Jesús para cambiar nuestros corazones, para hacerlos buenos. No olvidéis la promesa: ¿cuál era la promesa?
Niños: ¡Leer el Evangelio!
Papa: ¡Pero no todo entero! Leer ese pasaje. Lo buscas. Ese de Mateo, se llamó Mateo, pero se llamaba Leví en aquel momento. Leví, Mateo. Buscadlo, leedlo en casa y decid: “Mira este, mira este…”. Es bonito. Gracias Leonardo, gracias.
Carlotta: ¡Hola Papa Francisco! Nosotros cuando recibimos el Bautismo nos volvemos hijos de Dios y las personas que no están bautizadas, ¿no son hijos de Dios?
Papa: Quédate ahí. ¿Cómo te llamas? −Carlotta. Pues dime Carlotta, te pregunto a ti: ¿qué piensas tú? ¿La gente que no está bautizada, es hija de Dios o no es hija de Dios? ¿Qué te dice tu corazón?
Carlotta: Sí.
Papa: Sí. Ahora lo explico. ¡Ha respondido bien, tiene olfato cristiano, esta! Todos somos hijos de Dios. Todos, todos. ¿También los no bautizados? Sí. ¿Y los que creen en otras religiones, alejados, que tienen ídolos? Sí, son hijos de Dios. ¿También los mafiosos son hijos de Dios?... No estáis seguros… Sí, hasta los mafiosos son hijos de Dios. Prefieren comportarse como hijos del diablo, pero son hijos de Dios. Todos, todos son hijos de Dios, todos. ¿Y cuál es la diferencia? Dios creó a todos, amó a todos y puso en el corazón de todos la conciencia para reconocer el bien y distinguirlo del mal. Todos los hombres tienen eso. Saben, perciben lo que es bueno y lo que es sano; hasta las personas que no conocen a Jesús, que no conocen el cristianismo, todos tienen eso en el alma, porque eso lo sembró Dios. Pero cuando tú fuiste bautizada, en esa conciencia entró el Espíritu Santo y reforzó tu pertenencia a Dios y en ese sentido tú te volviste más hija de Dios, porque eres hija de Dios como todos, pero también con la fuerza del Espíritu Santo que entró dentro. ¿Has entendido, Carlotta? Pregunto −responded todos−: ¿todos los hombres son hijos de Dios?
Niños: ¡Sí!
Papa: ¿Las personas buenas son hijas de Dios?
Niños: ¡Sí!
Papa: ¿Las personas malas son hijas de Dios?
Niños: ¡Sí!
Papa: Sí. ¿Las personas que no conocen a Jesús y tienen otras religiones lejanas, tienen ídolos, son hijas de Dios?
Niños: ¡Sí!
Papa: ¿Los mafiosos son hijos de Dios?
Niños: ¡Sí!
Papa: ¡Y debemos rezar para que vuelvan y reconozcan a Dios de verdad! Que ninguna responda ahora, pero que responda en su corazón: ¿quién de vosotros reza por los mafiosos, para que se conviertan? Que cada uno responda en su corazón. Además, cuando somos bautizados, ¿Quién entra en nuestro corazón? ¡Más fuerte!
Niños: ¡El Espíritu Santo!
Papa: ¡Bravo! ¡Eres bueno tú! ¿Cómo te llamas? −Lorenzo. ¡Bravo Lorenzo! Entra el Espíritu Santo, y ese Espíritu Santo nos hace más hijos de Dios, nos da más fuerza para comportarnos como hijos de Dios. Por eso, san Pablo tiene una frase que yo querría que la digáis como yo. Dice: “No entristezcáis al Espíritu Santo que está en vosotros”. ¿Por qué dice esa frase? Porque un cristiano, un bautizado que se comporta mal, entristece al Espíritu Santo que está en nosotros. La frase es esta: “No entristezcáis al Espíritu Santo que está en vosotros”. “No entristezcáis al Espíritu Santo que está en vosotros”. ¿La decimos?
Papa y niños: ¡“No entristezcáis al Espíritu Santo que está en vosotros”!
Papa: ¡Otra vez!
Papa y niños: ¡“No entristezcáis al Espíritu Santo que está en vosotros”!
Papa: Y nosotros, hijos de Dios, que con el Bautismo tenemos al Espíritu Santo dentro, cuando nos comportamos mal, cuando hacemos un pecado, entristecemos al Espíritu Santo que está en nosotros. Gracias Carlotta.
Edoardo: Querido Papa Francisco, ¿cómo te sentiste cuando te eligieron Papa?
Papa: ¿Cómo te llamas? −Edoardo. Edoardo, bien. Sentí solo que Dios quería eso, me levanté y fui adelante. No sentí nada de espectacular, quizá parezca un poco aburrida esta respuesta, pero no sentí miedo, no sentí una alegría especial. Sentí que el Señor quería aquello, y adelante, Edoardo. El Señor tantas veces llama. Yo he saludado a uno de vosotros que está en búsqueda vocacional porque siente que el Señor le dice algo dentro. Pero cuando el Señor llama y te dice: “Ahora tú vas por aquella parte”, te da la paz. Es lo que se siente cuando hay una verdadera llamada del Señor: paz. Yo sentí paz. Gracias, Edoardo.
Emanuele: ¡No voy a poder!...
Papa: Ven, ven aquí Emanuele. Ven aquí y dímelo al oído. Démelo al oído. Ven, ven, ven aquí. [Emanuele va al Papa, llora y le dice algo al oído]. Ojalá todos pudiésemos llorar como Emanuele cuando tengamos un dolor como lo tiene él en el corazón. Él lloraba por su padre y ha tenido el valor de hacerlo delante de nosotros, porque en su corazón hay amor por su padre. Yo le he pedido permiso a Emanuele para decir en público la pregunta, y él me ha dicho que sí. Por eso la diré: “Hace poco tiempo falleció mi papá. Él era ateo, pero hizo bautizar a los cuatro hijos. Era un buen hombre. ¿Es en el Cielo mi papá?” Qué bonito que un hijo diga de su padre: “Era bueno”. Bonito testimonio que ese hombre dio a sus hijos, para que sus hijos puedan decir: “Era un buen hombre”. Es un bonito testimonio del hijo que ha heredado la fuerza del padre y, también ha tenido el valor de llorar delante de todos nosotros. Si aquel hombre fue capaz de criar a sus hijos así, es verdad, era un buen hombre. Era un buen hombre. Aquel hombre no tenía el don de la fe, no era creyente, pero bautizó a sus hijos. Tenía el corazón bueno. Y él tiene la duda de que su padre, por no ser creyente, no esté en el Cielo. Quien dice quién va al Cielo es Dios. Pero, ¿cómo es el corazón de Dios ante un papá así? ¿Cómo es? ¿Qué os parece a vosotros?... ¡Un corazón de papá! Dios tiene un corazón de padre. Y ante un papá, no creyente, que fue capaz de bautizar a sus hijos y de darles esa bondad a los hijos, ¿pensáis que Dios sería capaz de dejarlo lejos de sí? Pensadlo... Fuerte, con valentía…
Todos: ¡No!
Papa: ¿Dios abandona a sus hijos?
Todos: ¡No!
Papa: ¿Dios abandona a sus hijos cuando son buenos?
Todos: ¡No!
Papa: Bien, Emanuele, esa es la respuesta. Dios seguramente estaba orgulloso de tu papá, porque es más fácil siendo creyente, bautizar a los hijos, que bautizarlos siendo no creyente. Seguramente eso a Dios le gustó mucho. Habla con tu papá, reza a tu padre. Gracias Emanuele por tu valentía. Bueno, hemos hablado del papá y nuestro papá es Dios. Recemos todos a nuestro papá Dios: Padrenuestro… Y ahora os daré la bendición. Que cada uno piense en las personas que ama, en las personas a las que quiere, en las personas que os quieren, y también a los que no queremos tanto o que son un poco enemigos. Recemos también por ellos, para que el Señor los bendiga también. Que bendiga a todos nosotros e ilumine el corazón. Bendición.
A los ancianos, enfermos y pobres, el Papa les recuerda que las personas más necesitadas «están en el centro del Evangelio».
Párroco: Santidad, nos encontramos −parafraseando a San Lorenzo− con el tesoro de San Pablo de la Cruz, de nuestra parroquia: los pobres y los ancianos. Tenemos 100 familias a las que cada mes ayudamos con el paquete mensual, gracias también a la ayuda de los Caballeros de Malta, que se encargan de ayudar a las más pobres; las ayudamos, cuando es posible, de todas las formas materiales, bonos y cosas del género, pero también en las inmateriales, por ejemplo: necesidad desde un punto de vista también psicológico, cuando es el caso, o simplemente una charla, porque uno de los problemas principales de esta parroquia es también la soledad de las personas ancianas. Y siendo un barrio que se está volviendo viejo, pues son la gran mayoría. Naturalmente, hemos tenido que traer solo una representación: estos son solo 100. A Usted la palabra, Santidad.
Papa Francisco: He estado con los jóvenes: estaban inquietos, haciendo preguntas. Ahora estoy con vosotros, que estáis más tranquilos… Seguid adelante lentamente, porque la vida os ha enseñado, tenéis experiencia. Alguno dice que los jóvenes corren, pero los ancianos saben, conocen el camino. Y vosotros conocéis los caminos de la vida: tantos caminos buenos, otros no tan buenos, y también los sufrimientos, e incluso las privaciones… El Señor os quiere mucho, y lo que la parroquia hace con vosotros, es un deber, es un deber. Porque los que tienen más necesidad están en el centro de la parroquia y en el centro del Evangelio. Y por eso me gusta lo que ha dicho el párroco, del trabajo que hace con vosotros. Yo sé que cada uno de vosotros tiene tantos problemas, o enfermedades, o dolores, o problemas espirituales, de familia, tantas cosas que todos sabemos. Cada uno tiene su propio dolor, cada uno tiene su propia llaga, todos. Pero que eso no os quite la esperanza y no os quite la alegría, porque Jesús vino a “pagar” nuestras llagas con sus llagas. Y esa es la alegría: Jesús ha pagado por nosotros, está cerca de nosotros, nos quiere mucho y cuando estamos con nuestro dolor, con nuestros problemas pensemos en los problemas y en los dolores de Jesús, con los que quiso pagar por todos nosotros; y sigamos adelante. Y hagamos también el bien a los demás: todos podemos hacer el bien, todos. Comenzando con la oración por los demás, y también hacer el bien a los demás. Todos. Y esto hagámoslo con alegría, la alegría de ser cristianos. Gracias por haber venido a la parroquia. El párroco ha dicho que sois el tesoro de la parroquia. ¡Adelante!
Recemos a la Virgen para que proteja este tesoro: Dios te salve, María… Bendición ¡Y rezad por mí, por favor! ¡Pero rezad a favor, no en contra! [se ríe y se ríen].
Durante la celebración de la Santa Misa, en la homilía, el Papa invitó a estar alegres y aceptar la verdad de la Resurrección de Cristo en el corazón.
Los discípulos sabían que Jesús había resucitado, porque se lo había dicho María Magdalena por la mañana. Luego Pedro lo había visto, y después los discípulos que habían vuelto de Emaús y habían contado su encuentro con Jesús resucitado. Sabían que había resucitado, que vive. Pero esa verdad no había entrado en el corazón; aquella verdad, sí la sabían, pero dudaban, y preferían tener esa verdad en la mente, porque quizá es menos peligroso tener una verdad en la mente que tenerla en el corazón. ¡Es menos peligroso!
Estaban todos reunidos y se les apareció el Señor. Y ellos, al principio, se asusta-ron, y creían que era un fantasma, pero el mismo Jesús les dice: “No, mirad, tocadme, palpadme. Veis las llagas, y un fantasma no tiene cuerpo. Miradme, ¡soy yo!
¿Y por qué no creían? ¿Por qué dudaban? Hay una palabra en el Evangelio que nos da la explicación: “Y como no acababan de creer por la alegría, y seguían atónitos…”. ¡Por la alegría no podía creer! Porque era tanta aquella alegría… Si esto es verdad, esta alegría inmensa, no me lo creo, no puedo… No podía creer que hubiera tanta alegría. La alegría que trae Cristo. Y nos pasa a nosotros cuando nos dan una buena noticia, antes de recibirla en el corazón decimos: ¿Pero es verdad? ¿Cómo lo sabes? ¿Dónde lo has oído? Y lo hacemos para asegurarnos, porque si eso es verdad es una gran alegría. Pues eso que nos pasa a nosotros en las cosas pequeñas, imaginaos a los discípulos. Era tanta la alegría que era mejor decir: “no, yo no me lo creo…”. Y estaba allí, pero no podían aceptar, no ya aceptar, sino que no podían dejar pasar esa verdad que veían al corazón.
Al final, obviamente, creyeron, pero… Y esta es la renovada juventud que nos trae el Señor. En la oración colecta lo hemos visto: la renovada juventud. Nosotros nos hemos acostumbrado a envejecer con el pecado −el pecado envejece el corazón, siempre, te hace el corazón duro, viejo, cansado: el pecado cansa el corazón−, y perdemos un poco la fe en Cristo resucitado: “no, no lo creo, sería tanta alegría eso… Sí, sí, está vivo, pero en el Cielo, con sus cosas…”. Pero sus cosas soy yo, cada uno de nosotros… Pero esa conexión no somos capaces de hacerla.
El Apóstol Juan, en la segunda lectura, dice: “si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre”. No tengáis miedo, Él perdona, Él nos renueva. El pecado nos envejece, pero Jesús resucitado, vivo, nos renueva. Esa es la fuerza de Jesús resucitado. Cuando nos acercamos al sacramento de la penitencia es para ser renovados, para rejuvenecer, y eso lo hace Jesús resucitado. Y es Jesús resucitado el que hoy está en medio de nosotros −aquí estará en el altar y en la Palabra−, pero en el altar estará así, resucitado, el Cristo que quiere defendernos, el abogado, cuando hemos pecado está ahí para rejuvenecernos.
Hermanos y hermanas, pidamos la gracia de creer que Cristo está vivo, ha resucitado, esta es nuestra fe. Y si creemos esto, las demás cosas son secundarias… Esa es nuestra vida, esa es nuestra verdadera juventud: la victoria de Cristo sobre la muerte, la victoria de Cristo sobre el pecado. Cristo está vivo… “Sí, ahora comulgaré”. Pero cuando tú comulgues, ¿estás seguro de que Cristo está ahí vivo, resucitado? “Bueno, es un poco como un pan bendito…”. ¡No, es Jesús! Cristo está vivo y ha resucitado, y está en medio de nosotros, y si no creemos esto nunca seremos buenos cristianos, no podemos serlo.
“Y como no acababan de creer por la alegría, y seguían atónitos…”. Pidamos al Señor la gracia de que la alegría no nos impida creer, la gracia de tocar a Jesús resucitado, tocarlo en el encuentro con la oración, en el encuentro con los sacramentos, en el encuentro con su perdón que es la renovada juventud de la Iglesia, en el encuentro con los enfermos cuando vamos a verlos, con los encarcelados, con los que están más necesitados, con los niños, con los ancianos… Si sentimos las ganas de hacer algo bueno, es Jesús resucitado el que nos empuja a eso. Y siempre la alegría, la alegría que te hace joven. Pidamos la gracia de ser una comunidad alegre, porque cada uno de nosotros está seguro, tiene fe, ha encontrado a Cristo resucitado.
Finalmente, el Santo Padre, entes de regresar al Vaticano, se despidió de la parroquia.
Muchas gracias por vuestra compañía, por haber estado ahí. Gracias. Muchas gracias por el recibimiento y por las cosas que me habéis hecho ver hoy. Os llevo en el corazón y os prometo que rezaré; y, también os pido a vosotros que recéis por mí. Y sigamos adelante, vayamos adelante. Todos necesitamos los unos de los otros, todos. Juntos, adelante. ¿Pecados? Los tenemos todos. ¿Ganas de servir a Jesús y ser buenos? Las tenemos todos. Adelante. El Señor nos espera siempre con amor, con misericordia para hacernos más jóvenes. Ahora, si queréis, rezamos a la Virgen y luego os doy la bendición: Avemaría… Bendición. ¡Buenas tardes!
Fuente: vatican.va / romereports.com.
Traducción de Luis Montoya.
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