“Hay algo que creía aprendido y aún sigo aprendiendo cada día: nunca será demasiado el empeño con el que se defienda una vida humana…”
Hace poco me preguntaron, casi con gesto compasivo, por todas esas cosas a las que he renunciado desde que nació mi hija cuando yo tenía 17 años. Lo extraño es que no sabía responder… porque, si me paro a pensar, no creo que haya perdido nada. Esas ensoñaciones, planes, proyectos… no existían, ella en cambio sí. Ella era y es mi presente, el más precioso que podía tener.
Pero una lógica aplastante nos echa en cara todas las cargas que supone un hijo. Una demanda constante. No es todo arcoiris y mariposas. Un hijo viene a tu vida y cambia todos los planes. Dicen que va minando tus fuerzas y exigiendo tu tiempo. Miro a mi Lucía colorear enfrascada en sus dibujos y solo puedo dejar de pensar que ella no me ha quitado nada. Ella me ha dado vida nueva.
Y sí, lo sostengo convencida desde mi experiencia más radical: Un hijo enriquece, embellece, aumenta y da profundidad a la vida. Un hijo hace todo nuevo. Con ella estoy viviendo otra vez. Son nuevos el sonido de los pájaros y las cosquillas, el olor de las flores, los colores del cielo… Cumplo años dos veces y soplo las velas por dos, entro en una juguetería y salto de emoción al encontrar el juguete de reyes. Descubro por segunda vez cada letra del abecedario. Son nuevos los abrazos, y los besos, los cuentos de toda la vida… Con Lucía son nuevas todas las maravillas de este mundo.
Tampoco sería justo callarse que desde el principio hay un nuevo cansancio físico, nuevas angustias, nuevos miedos, nueva impaciencia, nuevos nervios, nuevo trabajo… todas las madres sabemos eso. Sabemos que nos hemos gastado una parte de nuestras vidas, de nuestro tiempo, de nuestras fuerzas, de nuestro propio cuerpo en este hijo. Pero no nos engañemos, se nos da una sola vida y no existe la opción de conservarla. Estamos obligados a gastarla y somos libres para elegir en qué.
Desde que Lucía llegó, yo la elijo cada día. Su vida vino a mis manos de improvisto, como un regalo inesperado. ¿Quién se queja de que un regalo llegó en el momento inoportuno? Aprendí a ser madre siéndolo, porque el amor se aprende amando. Por eso ella me ayuda cada día a aprender mi verdad, la verdad más importante y más bonita que tengo: Que solo el amor me hace feliz. Ella es mi escuela de vida. Ahora cuando acabo el día derrotada y creo que ya no puedo más, me quedo embobada mirándola dormir. Ahí es donde están mis fuerzas, donde está una parte de mi vida y donde está mi felicidad.
Quizá no son estos los patrones de una vida de “exitosa”. Quizá nos han metido en la cabeza que si careces de ciertas cosas tu vida no tiene sentido. Nos han convencido de que si no tienes todas las posibilidades abiertas y nada que te limite, no eres libre. Nos han hecho creer que si yo no veo el sentido a una vida, esta carece de sentido. Que hay vidas que no valen la pena ser vividas, que el sufrimiento y la felicidad están enemistados…
Aprendí a ser madre siéndolo
Quizá estamos un poco confundidos en este mundo de locos si pensamos poder medir el valor de una vida. Creo que fue por estas, o parecidas razones, que hace unos meses me llamaron para preguntarme si quería ser portavoz de la Marcha del ¡Sí a la vida!Al principio me asusté un poco. Qué tontería, ¿verdad? Pero sí, lo cierto es que los medios, los grandes eventos, las responsabilidades sociales… me asustan. Lo siguiente que pensé fue “¿Quién soy yo para ser portavoz de todo esto?”
En los meses que han seguido mi perspectiva ha cambiado mucho, especialmente en las últimas semanas. Es para mí un auténtico e inmerecido honor poner voz al trabajo de cientos de personas por esta gran causa. Al tiempo y las fuerzas dedicados a una batalla que parece olvidada y que algunos dan por perdida. Ha sido precioso observar cómo tantos jóvenes se han implicado, dejando a un lado muchas otras cosas, para poder sacar adelante la marcha del ¡Sí a la vida! Pero no solo ellos, en el backstage de todo esto el trabajo incansable de los encargados de comunicación, de logística, las distintas asociaciones…
Puede ser que el domingo no salgan al escenario y quizá nunca reciban el aplauso que merecen esas miles de personas que han dado su vida por defender muchas otras vidas indefensas. Quizá se quede oculto todo ese trabajo de cada día por sacar adelante a aquellos que otros han olvidado y cómo han gastado cada minuto de su tiempo en algo tan grande, sin perder la esperanza de que dé fruto… ¡Y vaya si da fruto! En estas semanas también he podido escuchar historias que levantan el corazón. Historias de madres luchadoras que subirán al escenario el domingo para contar a todos que se puede salir adelante, que el amor de una madre supera todos los obstáculos, que la vida se abre paso y que merece la pena. Historias de hijos que han cuidado hasta el último minuto la preciosa vida de sus padres, que han sufrido junto a ellos y han crecido en el camino.
No soy quién para ponerle voz a estas historias, ellos lo harán mejor. Pero hay algo que creía aprendido y aún sigo aprendiendo cada día: nunca será demasiado el empeño con el que se defienda una vida humana.
El domingo marcharemos por la calle, con música, con globos, con bailes… celebrando este regalo que se nos da a cada instante: vida nueva. Una fiesta para niños, para jóvenes, para adultos, para ancianos… Pero también para que nos escuchen, que toda la sociedad despierte y se de cuenta de que no llegaremos a un mundo con verdadera paz, verdadera justicia y verdadera libertad hasta que no haya nada, nada, por encima de la vida de cada ser humano.