“Yo sigo pensando que para muchos esto no es noticia. Qué pena. Para mí tal vez tampoco sea noticia a secas. Es un verdadero golpe noticioso”
Fue casi simultáneo. A eso de las seis de la tarde sintonicé un noticiario radial: un periodista, de esos connotados (hago la aclaración, ya que no se trataba de un locutor), se refirió con un dejo de desdén al desprestigio creciente de la Iglesia católica. A su caída en declive.
Apenas unas horas después, digamos a la mañana siguiente, me dirigí a la parroquia San Francisco de Sales, invitada a la primera Misa solemne de un sacerdote de 33 años (“la edad de Jesús”, me advirtió él en una breve conversación).
He ido a otras primeras Misas solemnes de sacerdotes recién ordenados. Es una antigua tradición de la Iglesia y suelen no ser noticia, pero esta era la primera Misa solemne de un sacerdote chino que viajó a su patria hace siete meses para ordenarse en la Iglesia clandestina y, por motivos más que obvios, la ceremonia tuvo que ser a las cuatro y media de la mañana. No pudo asistir su familia; solo algunos sacerdotes y seminaristas. Luego celebraría una Misa en la que fue su casa, en el pueblecito de donde procede, varios kilómetros al sur de Beijing. Tampoco pudo ser solemne.
Décadas en el ejercicio del periodismo, me permiten confirmar que esto es noticia. Una gran noticia, aunque por angas o por mangas, más bien por mangas, pareciera que hoy las buenas noticias de la Iglesia no lo son.
Más encima, si a ello le sumo el presuntuoso comentario del periodista radial, no puedo dejar de recordar que siempre en la historia de la humanidad −y de la Iglesia− no han faltado los agoreros. En tiempos de la Ilustración fue Voltaire quien espetó: «Por fin se ha acabado esta antigua Iglesia; vive la humanidad». ¿Qué ocurrió? La Iglesia se renovó.
Hitler no se quedó atrás. En pleno siglo pasado llegó a decir: «La Providencia me ha llamado a mí, un católico, para acabar con el catolicismo. Solo un católico puede destruir el catolicismo». Y en esa misma época surgieron grandes santos.
No me voy a extender. Basta leer solamente algunas páginas de historia de la Iglesia para comprobar que paganos contemporáneos de san Agustín (siglo IV al V) ya vaticinaban: «La Iglesia va a perecer; los cristianos ya han terminado». La respuesta del santo era categórica: «Sin embargo, yo os veo morir cada día y la Iglesia permanece siempre en pie, anunciando el poder de Dios a las sucesivas generaciones».
Retomando esas palabras, pienso y creo que uno de quienes han venido a anunciar el poder de Dios a las sucesivas generaciones es este sacerdote chino recién ordenado. Oí su nombre pero no lo retuve. O no quise retenerlo. Mejor, mucho mejor, porque recordemos que se ordenó en la Iglesia clandestina. En todo caso en Occidente −tanto en España, donde estudió seis años, como en Roma donde es alumno de la Universidad de la Santa Cruz− se lo llama Santiago. Hoy, es el Padre Santiago.
Y si vino a Chile me imagino que es porque algunos chilenos, no quise tampoco confirmarlo, son quienes le han ayudado a financiar sus estudios… como requieren tantos seminaristas en el mundo.
Le oí, antes de comenzar su primera Misa solemne, destacar la importancia de la familia, de lo que los padres pueden trasmitirle a los hijos, de la trascendencia del bautismo.
«El Señor siempre nos guía en este camino de la fe. Cuando pequeño aprendí a rezar. La oración es un alimento muy necesario. Mi abuelo tuvo que vivir durante treinta años sin sacramentos: solo la oración lo sostuvo. Mis padres también vivían de la fe: rezaban una hora dos veces cada día», explica.
Y detalla que en el pequeño pueblo de donde proviene, desde los cinco o seis años los niños se unen a sus padres para rezar de rodillas, también en los inviernos con temperaturas bajo cero.
«Cuando llovía rezábamos dentro de la casa, como una Iglesia doméstica», prosigue.
«Los domingos es el día del Señor. Se deja el trabajo en el campo. Yo me iba caminando cinco, seis, nueve kilómetros para asistir a Misa. Allá no contamos con misas diarias, pues un sacerdote tiene a su cargo unos sesenta pueblos. Para mí siempre ha sido natural ir a Misa y puedo decir que no he faltado ni una sola vez a Misa en domingo», comenta. Y agrega: «El domingo está dedicado al Señor mañana, tarde y noche. Vale la pena rezar para poder conocer mejor nuestra fe».
Y en un perfecto castellano, relata con naturalidad: «A los quince años sentí la llamada del Señor. Estuve ocho años en el seminario y solo tengo recuerdos de alegría y agradecimiento. Los seminaristas vivíamos en una casa de tres habitaciones: una para el Señor (una especie de capillita, me imagino); otra para el sacerdote, y la tercera para nosotros, que éramos dieciséis. Nos hacíamos la comida, limpiábamos, lavábamos, y todo con gran alegría».
Cuenta que un obispo lo invitó a ir a España… y luego de unos años se fue a Roma, a la Universidad de la Santa Cruz, donde estudian 1.600 alumnos procedentes de 75 países «lo que constituye una gran riqueza para vivir la fe».
Él pertenece a una familia de seis hermanos, pero como la República Popular China durante años obligó por ley a tener un solo hijo por familia, sus padres muchas veces debieron vivir separados de ellos, escondidos de la policía. Dice que debían vivir solos, amparados por la fe.
Hace solo unos días, junto a un hermano sacerdote, debió acompañar a su padre en los últimos momentos de su vida. Le rezaron, le impartieron los sacramentos, le celebraron misas…
«Me sorprendió conversar con una sobrina de trece años. Cuando mi padre ya había muerto, le pregunté si estaba triste por el abuelo. Me respondió: “No, porque hemos rezado tanto por él que, como buenos cristianos, sabemos que ahora lo más seguro es que esté en el Cielo. Debemos estar alegres”».
El Padre Santiago enfatiza: «Esa es la fe que se debe trasmitir de generación en generación. Es una tradición santa».
En tanto yo sigo pensando que para muchos esto no es noticia. Qué pena. Para mí tal vez tampoco sea noticia a secas. Es un verdadero golpe noticioso.
Lillian Calm. Periodista
Fuente: temas.cl.
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