El Santo Padre, creador de puentes, desea cristianos “artesanos de unidad”, que renueven el compromiso de no esperar un mundo ideal, una comunidad ideal. “No se aman las situaciones ni las comunidades ideales, se aman las personas”
Dicen los expertos que si Jorge Bergoglio hubiera escrito una tesis doctoral se habría centrado en analizar “El contraste: ensayo de una filosofía de lo viviente-concreto”, de Romano Guardini, un estudio de las diversas formas en que se puede lograr la unidad sin uniformidad, asumiendo la pluralidad de lo humano y la complejidad de lo real. La intensa experiencia de las facciones y rivalidades ha atravesado su vida y continúa siendo su búsqueda. En su propuesta sobre la “cultura del encuentro” late un convencimiento hondo sobre el logro humano (y sobrenatural) que se cultiva al permanecer juntos siendo diversos.
Entre la polvareda que levantó el viaje del Papa a Chile en enero, no llamó la atención de nadie el discurso a los sacerdotes y seminaristas el día 16. Sin embargo, ofrece una luz fundamental para este “momento de turbulencias”: cómo desarrollar una actitud coherentemente cristiana frente a una cultura poscristiana.
Francisco lo expresa en términos dramáticos: “Están naciendo nuevas y diversas formas culturales que no se ajustan a los márgenes conocidos. Y tenemos que reconocer que, muchas veces, no sabemos cómo insertarnos en estas nuevas circunstancias. […] Y podemos caer en la tentación de recluirnos y aislarnos para defender nuestros planteos que terminan siendo no más que buenos monólogos. Podemos tener la tentación de pensar que todo está mal, y en lugar de profesar una buena nueva, lo único que profesamos es apatía y desilusión”. El polo negativo del aislamiento es la disolución. Frente a la experiencia del propio pecado existe el peligro de claudicar y caer en un “da todo lo mismo”, que “al final termina aguando cualquier compromiso en el más perjudicial relativismo”.
Aislamiento y disolución son posiciones débiles, pero quienes se sienten fuertes, corren el riesgo de ver a los demás desde arriba, sentirse mejores, superhéroes, que “desde la altura, bajan a encontrarse con los mortales”. En cambio, el Papa señala que el cristiano parte desde la experiencia de su pecado y de ser perdonado por Dios. “La conciencia de tener llagas nos libera; sí, nos libera de volvernos autorreferenciales, de creernos superiores”. Francisco traza un camino: “Conocer a Pedro abatido para conocer a Pedro transfigurado es la invitación a pasar de ser una Iglesia de abatidos desolados a una Iglesia servidora de tantos abatidos que conviven a nuestro lado”. Una Iglesia que no mira desde arriba, sino que baja y ayuda a cada uno a subir un escalón, desde donde está, mientras va mostrando el horizonte que se abre ante cada paso, que lo acerca a Jesús.
Juan Pablo Cannata Profesor de Sociología de la Comunicación Universidad Austral (Buenos Aires).