“Es esencial, vital, descubrir la verdad sobre el amor y estoy convencido de que en este sentido la contribución de ‘Humanae Vitae’ es decisiva”, afirma el autor
Si tú me dices “ven”, lo dejo todo. Eso dice la canción, y eso sigue repitiendo el corazón humano, cada vez que se enamora: promete dejarlo todo, para siempre, y ser fiel en la salud y en la enfermedad... “hasta que la muerte nos separe”
En el año 2018 se cumple el 50 aniversario de la publicación de la encíclica Humanae Vitae. El Papa Francisco ha invitado en varias ocasiones a redescubrir el mensaje de ese documento (cfr. Amoris Laetitia, nn. 88 y 222) y ha anunciado que, también en 2018, Pablo VI será declarado Santo.
El libro de Stéphane Seminckx Si tú me dices “ven”. Una visión cristiana del amor (2018) se adentra en ese documento de Pablo VI con un análisis directo y breve −de 128 páginas− para hablarnos de ese gran amor, profundo y estable, que sigue presentándose como un ideal atrayente: el de formar una familia y mantener oxigenada la vida matrimonial. El libro empieza con una profunda reflexión sobre la noción de amor, después analiza las propuestas de la encíclica de Pablo VI y las enseñanzas de los últimos papas −Juan Pablo II, Benedicto XVI y del mismo Francisco− y, finalmente ofrece una visión moderna, optimista y realista del proyecto familiar cristiano, del matrimonio y de la procreación.
En 1968, la encíclica de Pablo VI suscitó mucha polémica. ¿Qué sentido tiene “desenterrar” un documento tan controvertido?
Hay diferentes motivos: si este documento suscitó tantos debates, fue porque lo que estaba en juego es y será siempre fundamental. Se trata de nuestra visión de la persona y del amor humano, y por tanto también de la cuestión de la felicidad. Todos aspiramos a vivir un gran amor, un amor verdadero, profundo y duradero. Por eso es esencial, vital, descubrir la verdad sobre el amor y estoy convencido de que en este sentido la contribución de Humanae Vitae es decisiva.
Además, en Amoris Laetitia, el papa Francisco nos invita, en dos ocasiones, a «redescubrir el mensaje de Humanae Vitae».
Pero, después de tantos años, ¿aún podemos descubrir algo nuevo?
Desde el año de la publicación de Humanae Vitae han cambiado muchas cosas. Para empezar, Occidente ha experimentado la llamada “liberación sexual”, que hoy en día suscita muchas cuestiones. Después, como muestran las publicaciones científicas, la contracepción hormonal parece presentar cada día más problemas para la salud de la mujer; también afecta a la armonía de la pareja. Y el número de mujeres que abandonan la píldora crece de día en día. Esta reacción está emparejada con el brote de una cierta “ecología” de la sexualidad y una toma de conciencia cada vez más aguda de la grave crisis demográfica en la que está sumido el Occidente.
Por otro lado, los últimos pontífices han profundizado mucho en el documento del beato Pablo VI: san Juan Pablo II, de forma especial con su teología del cuerpo, que expuso a lo largo de 129 audiencias de los miércoles; Benedicto XVI con su profundo análisis del amor conyugal en Deus Caritas est y el papa Francisco con Amoris Laetitia. Al mismo tiempo, la filosofía y la teología moral, bajo el impulso del Concilio Vaticano II, han desarrollado una visión más profunda del comportamiento humano. La encíclica Veritatis Splendor, por ejemplo, ha contribuido mucho en este sentido. Se ha comenzado a hablar de Humanae Vitae como un documento profético.
¿Por qué ha resultado tan problemática la recepción de Humanae Vitae?
Pienso que han intervenido factores circunstanciales y otros de carácter más fundamental.
Entre los factores circunstanciales se encuentra el hecho de que la Iglesia se encontraba entonces al comienzo de aquel periodo llamado “postconciliar”, particularmente turbulento. La sociedad civil se enfrentaba a las revueltas de mayo del 68, y el mundo padecía la psicosis de la superpoblación.
Como una causa más de fondo, observo la dificultad real de explicar una cuestión aguda que toca el corazón, el núcleo, de la persona humana. En la Iglesia, la contracepción ha sido reprobada desde los primeros siglos del cristianismo (la encíclica Casti Connubii [1930], de Pío XI, habla de «una doctrina cristiana transmitida desde el principio sin interrupción»). Sin embargo, hasta el final de los años 1950, se había visto identificada −de forma más o menos confusa− con el onanismo (coïtus interruptus) o con los medios mecánicos que obstaculizan el desarrollo normal del acto sexual (preservativo, diafragma, etc.). Pero la píldora, descubierta en 1956, hace infecunda a la mujer sin interferir −al menos en apariencia− en el desarrollo del acto sexual. Visto desde el exterior, un acto sexual realizado con o sin la “píldora” es exactamente el mismo.
La cuestión concreta que se planteaba, pues, en 1968, era la siguiente: ¿puede incluirse la píldora en la denominada “contracepción”? Para ciertos teólogos, la respuesta era negativa, por la razón de que la píldora no perturba el acto conyugal en su desarrollo “natural”. Aún más, veían en la contracepción hormonal una confirmación de la dignidad humana, llamada a sacar partido de las leyes de la “naturaleza” por medio de su inteligencia. Sin embargo, podemos preguntarnos si entendieron bien la noción de “naturaleza humana”.
Y luego, yendo más a fondo, podemos preguntarnos si hemos entendido bien lo que es el amor. En dos momentos, en el Evangelio, cuando Jesús revela la grandeza del amor, las muchedumbres −incluso algunos discípulos− protestan y hasta le abandonan. Cuando habla de la indisolubilidad del matrimonio, su entorno reacciona con dureza: «Si esa es la situación del hombre con la mujer, no trae cuenta casarse» (Mt 19, 10). Después del discurso sobre la Eucaristía, san Juan señala que «muchos de sus discípulos (…) dijeron: “Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?”» (Jn 6, 60) y que «desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él» (Jn 6, 66). De hecho, en la Iglesia, a partir de 1968, muchos cristianos «se echaron atrás y no volvieron a ir con él».
En estos dos pasajes del Evangelio, Jesús habla del matrimonio indisoluble y del don de su Cuerpo en la Iglesia; en Humanae Vitae, se trata de la integralidad del don en la alianza conyugal. Los tres temas corresponden a rasgos fundamentales del amor de alianza que Dios nos revela.
Y esta revelación nos desconcierta; nos supera; nos hiere incluso porque, más allá de las exigencias, nuestra miopía nos impide advertir los dones de Dios.
¿Los dones de Dios?
Pienso que el malentendido nace de que no nos empeñamos suficientemente en redescubrir los dones inmensos que Dios nos hace. En el terreno del amor, el ser humano sufre frecuentemente la tentación de pensar que es un experto. Y entonces se apodera de la iniciativa, del protagonismo; quiere mostrar que sabe amar y olvida que, antes que nada, debe dejarse amar.
Benedicto XVI ha recordado con fuerza, en el primer capítulo de Deus Caritas est, que Dios nos ha amado primero, que Él nos pide amar porque nos ha dado antes el amor con el que nosotros mismos somos llamados a amar. El papa Francisco dice lo mismo cuando indica que Dios nos “primerea” siempre. En otras palabras, Dios no pide lo imposible. Para aprender a amar, debemos ir a la fuente, a nuestro Dios que es Amor, un Amor que no juzga, que no condena, que comprende y perdona, que no establece condiciones, salvo aquella de ser acogido en el fondo del corazón. Es la clave de la conversión.
El sacramento del matrimonio, antes de exigir cualquier cosa, ofrece la gracia, el don de amar como Cristo ama la Iglesia, por medio de una alianza fiel, indisoluble, abierta a la vida, alianza que es don recíproco, total, exclusivo y definitivo, consumado y celebrado en cada acto conyugal. Muchos jóvenes se enfrentan a la tentación de no plantearse el sacramento del matrimonio, porque lo consideran demasiado exigente. Se puede comprender esta reacción, pero hace falta hacerles ver que precisamente este sacramento −y con éste, los demás sacramentos y toda la vida cristiana− les capacita para amar de verdad.
¿A quién se dirige este libro?
Este libro está dirigido a toda persona que se prepara para el matrimonio o que ya está casada. Interesará a todas las parejas católicas que desean profundizar en el sentido de su vocación conyugal, y también a toda persona que se interroga a propósito del amor humano. Los sacerdotes y los seminaristas, así como los profesores de religión, podrán sacar partido de esta obra para su trabajo pastoral y su enseñanza.
Stéphane Seminckx es sacerdote, doctor en Medicina y en Teología moral. Nacido en Bruselas, ejerce su labor pastoral en esa ciudad, en especial entre jóvenes.
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