El Santo Padre ha explicado, durante la Audiencia general de este miércoles, el significado del rito de la presentación del pan y el vino en la Misa
Queridos hermanos y hermanas:
En la liturgia eucarística la Iglesia, obediente al mandato de Jesús, hace presente el sacrificio de la nueva alianza sellada por Él en el altar de la Cruz. Para ello, usa los mismos signos y gestos que realizó Jesús la víspera de su pasión.
El primero es la preparación de los dones, momento en el que se traen al altar el pan y el vino, los mismos elementos que Jesús tomó en sus manos. En esta ofrenda espiritual de toda la Iglesia, se recoge la vida, los sufrimientos, las oraciones y los trabajos de todos los fieles, que se unen a los de Cristo en una única ofrenda. Por eso es muy bueno que sean los fieles quienes presenten al sacerdote el pan y el vino para que él los deposite sobre el altar. Nos puede parecer poco lo que nosotros ofrecemos, pero ese poco es lo que necesita Jesús para transformarlo en el don eucarístico, capaz de alimentar a todos y de hermanar a todos en su Cuerpo que es la Iglesia.
Con la oración sobre las ofrendas, el sacerdote pide a Dios que acepte nuestra pobre ofrenda y que la transforme con el poder del Espíritu Santo en el sacrificio de Cristo que, como el incienso, sube al Padre, que lo recibe con agrado.
Este momento de la Misa está impregnado de una profunda espiritualidad de la donación de uno mismo, que ilumina toda nuestra vida y nuestras relaciones con los demás, ayudándonos a construir la ciudad terrena a la luz del Evangelio.
Continuamos con la catequesis sobre la Santa Misa. A la Liturgia de la Palabra −en la que me detuve en las pasadas catequesis− sigue la otra parte constitutiva de la Misa, que es la Liturgia eucarística. En ella, a través de santos signos, la Iglesia hace continuamente presente el Sacrificio de la nueva alianza sellada por Jesús en el altar de la Cruz (cfr. Sacrosanctum Concilium, 47). Fue el primer altar cristiano, el de la Cruz, y cuando nos acercamos al altar para celebrar la Misa, nuestra memoria va al altar de la Cruz, donde se hizo el primer sacrificio. El sacerdote, que en la Misa representa a Cristo, cumple lo que el Señor mismo hizo y confió a los discípulos en la Última Cena: tomó el pan y el cáliz, dio gracias, lo pasó a sus discípulos, diciendo: «Tomad, comed… bebed: este es mi cuerpo… este es el cáliz de mi sangre. Haced esto en conmemoración mía».
Obediente al mandato de Jesús, la Iglesia ha dispuesto la Liturgia eucarística en momentos que corresponden a las palabras y a los gestos realizados por Él la vigilia de su Pasión. Así, en la preparación de los dones son llevados al altar el pan y el vino, o sea los elementos que Cristo tomó en sus manos. En la Plegaria eucarística damos gracias a Dios por la obra de la redención y las ofrendas se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo. Siguen la fracción del Pan y la Comunión, mediante la cual revivimos la experiencia de los Apóstoles que recibieron los dones eucarísticos de manos de Cristo mismo (cfr. Ordenación General del Misal Romano, 72).
Al primer gesto de Jesús: «tomó el pan y el cáliz del vino», corresponde pues la preparación de los dones. Es la primera parte de la Liturgia eucarística. Es bueno que sean los fieles quienes presenten al sacerdote el pan y el vino, porque significan la ofrenda espiritual de la Iglesia allí reunida para la Eucaristía. Es bonito que sean precisamente los fieles los que lleven al altar el pan y el vino. Aunque hoy «los fieles ya no lleven, como antes, su propio pan y vino destinados a la Liturgia, sin embargo el rito de la presentación de esos dones conserva su valor y significado espiritual» (ibíd., 73). Y al respecto es significativo que, al ordenar a un nuevo presbítero, el Obispo, cuando le entrega el pan y el vino, dice: «Recibe las ofrendas del pueblo santo para el sacrificio eucarístico» (Pontifical Romano - Ordenación de obispos, de presbíteros y de diáconos). ¡El pueblo de Dios que lleva la ofrenda, el pan y el vino, la gran ofrenda para la Misa! Así pues, en los signos del pan y del vino el pueblo fiel pone su propia ofrenda en manos del sacerdote, quien la deposita en el altar o mesa del Señor, «que es el centro de toda la Liturgia eucarística» (OGMR, 73). Es decir, el centro de la Misa es el altar, y el altar es Cristo; siempre hay que mirar al altar que es el centro de la Misa. En el «fruto de la tierra y del trabajo del hombre», viene por tanto ofrecido el compromiso de los fieles a hacer de sí mismos, obedientes a la divina Palabra, un «sacrificio agradable a Dios Padre todopoderoso», «para el bien de toda su santa Iglesia». Así «la vida de los fieles, su sufrimiento, su oración, su trabajo, están unidos a los de Cristo y a su ofrenda total, y de ese modo adquieren un valor nuevo» (Catecismo de la Iglesia Católica, 1368).
Ciertamente, es poca cosa nuestra ofrenda, pero Cristo necesita ese poco. Nos pide poco, el Señor, y nos da tanto. Nos pide poco. Nos pide, en la vita ordinaria, buena voluntad; nos pide corazón abierto; nos pide ganas de ser mejores para acogerle a Él que se ofrece a sí mismo a nosotros en la Eucaristía; nos pide esas ofrendas simbólicas que luego se convertirán en su cuerpo y su sangre. Una imagen de este movimiento oblativo de oración la representa el incienso que, quemado en el fuego, libera un humo perfumado que sube a lo alto: incensar las ofrendas, como se hace en los días de fiesta, incensar la cruz, el altar, el sacerdote y el pueblo sacerdotal manifiesta visiblemente el vínculo oblativo que une todas esas realidades al sacrificio de Cristo (cfr. OGMR, 75). Y no olvidar: está el altar que es Cristo, pero siempre en referencia al primer altar que es la Cruz, y en al altar que es Cristo llevamos lo poco de nuestros dones, el pan y el vino que luego serán lo mucho: Jesús mismo que se da a nosotros.
Y todo esto es lo que expresa también la oración sobre las ofrendas. En ella el sacerdote pide a Dios que acepte los dones que la Iglesia le ofrece, invocando el fruto del admirable intercambio entre nuestra pobreza y su riqueza. En el pan y en el vino le presentamos la ofrenda de nuestra vida, para que sea transformada por el Espíritu Santo en el sacrificio de Cristo y sea con Él una sola ofrenda espiritual agradable al Padre. Mientras concluye así la preparación de los dones, nos disponemos a la Plegaria eucarística (cfr. ibíd., 77).
Que la espiritualidad del don de sí, que ese momento de la Misa nos enseña, pueda iluminar nuestras jornadas, las relaciones con los demás, las cosas que hacemos, los sufrimientos que encontramos, ayudándonos a construir la ciudad terrena a la luz del Evangelio.
Saludo cordialmente a los peregrinos francófonos, en particular a los jóvenes provenientes de las diversas regiones de Francia. Os invito a acrecentar en lo ordinario de vuestra vida esta espiritualidad de entrega que está plenamente expresada en el ofertorio de la Misa y que nos lleva a ofrecer al Señor nuestras actividades, nuestros sufrimientos y nuestras relaciones con los demás. Dios os bendiga.
Saludo a los peregrinos de lengua inglesa presentes en la audiencia de hoy, especialmente a los provenientes de Inglaterra, Dinamarca, Noruega, Suecia, Eslovaquia y Estados Unidos de América. Con fervientes deseos de que esta Cuaresma sea para vosotros y para vuestras familias un tiempo de gracia y de renovación espiritual, invoco sobre todos vosotros la alegría y la paz del Señor Jesús. Dios os bendiga.
Una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua alemana, en particular al grupo de Latzfons del Alto Adige. La preparación del pan y del vino en la celebración de la Eucaristía nos enseña la espiritualidad del don de sí. Pidamos al Señor que la Misa nos refuerce en la entrega a Dios y a nuestro prójimo en todas sus necesidades. Dios os bendiga a todos.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España y Latinoamérica. En este tiempo de Cuaresma los animo a vivir profundamente la espiritualidad de la entrega que la Eucaristía nos enseña, de modo que la oración, el ayuno y la limosna de estos días, den frutos concretos de auténtica conversión del corazón. Muchas gracias.
Dirijo un cordial saludo a todos los peregrinos de lengua portuguesa, en particular a los fieles de Portugal y de Brasil. Os deseo que esta peregrinación refuerce en vosotros la fe en Jesucristo que, en la Santa Misa, nos asocia a su sacrificio en la Cruz, llamando a cada fiel a colaborar en la construcción de un mundo más justo y hermoso. Dios bendiga a cada uno de vosotros.
Dirijo un cordial saludo a las personas de lengua árabe, en particular a las provenientes de Siria, Tierra Santa y Oriente Medio. Pidamos por esta tierra martirizada donde los cristianos son perseguidos y obligados a dejar su tierra. Pidamos por esos hermanos y hermanas nuestros. En la Eucaristía ofrecemos al Señor las cosas que Él mismo nos dio, pidiéndole que Él mismo se nos entregue a cambio. Aprendemos de ese intercambio entre nuestra pobreza y su riqueza que solo al dar nos enriquecemos, solo al abrir nuestros corazones al Señor y a los hermanos permitimos a Dios que nos llene con la abundancia de su gracia. El Señor os bendiga a todos y os proteja del maligno.
Saludo cordialmente a los polacos aquí presentes. Estamos viviendo la Cuaresma: tiempo de reflexión, de conversión y de renovación espiritual. Meditad atentamente los acontecimientos del Vía Crucis, el canto de las Lamentaciones cuaresmales y el contenido de las conferencias de los ejercicios espirituales. Que sea una ayuda para renovar, reforzar o establecer la relación espiritual con Cristo. Tened el corazón abierto al poder de Dios y los ojos dirigidos a las necesidades del prójimo. Sea alabado Jesucristo.
Dirijo una cordial bienvenida a los fieles de lengua italiana. Me alegra recibir a las participantes en el Capítulo General de las Salesianas Misioneras de María Inmaculada; a los Hermanos de las Escuelas Cristianas y a los “Voluntarios de Dios” del Movimiento de los Focolares. Saludo a los fieles de Pavullo en el Frignano, acompañados por su Obispo Mons. Germano Bernardini; a los jóvenes alojados en el Centro de Acogida de L’Aquila; a los Institutos escolares, especialmente a los de Civitavecchia y de las Hermanas Palotinas de Roma; a los miembros de la Orden de Malta de Lombardía e del Véneto y a los asociados FAIPA: “Las Llaves de Oro”. Espero que todos podáis vivir la fe como servicio a Dios y a los hermanos.
Saludo finalmente a los jóvenes, a los ancianos, a los enfermos y a los recién casados. La Cuaresma es un tiempo favorable para intensificar la vida espiritual: que la práctica del ayuno os sirva de ayuda, queridos jóvenes, para adquirir mayor dominio de vosotros mismos; que el pensamiento del futuro os ayude a vosotros, queridos ancianos, a dar esperanza a los jóvenes: hablad con ellos; que la oración sea para vosotros, queridos enfermos, el medio para ofrecer a Dios vuestros sufrimientos y sentirlo siempre cerca; que las obras de misericordia, en fin, os ayuden a vosotros, queridos recién casados, a vivir vuestra vida conyugal siempre orientada a las necesidades de los hermanos.
Gracias. Muchas gracias por la paciencia de esperar hasta ahora. Que el Señor os bendiga, bendiga vuestra paciencia. Pero creo que era mejor estar aquí que al frío, ¿no? ¿De vedad? ¿Sí? Muy bien. Ahora os daré la bendición, pero antes recemos a la Virgen: Dios te salve, María…
Fuente: vatican.va / romereports.com.
Traducción de Luis Montoya.
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