El Santo Padre se encontró con los niños y jóvenes, con los ancianos, los enfermos, los operadores sanitarios y los pobres durante su visita a la parroquia de San Gelasio I, Papa
En la tarde del pasado 25 de febrero, segundo domingo de Cuaresma, durante su visita pastoral a la Parroquia de san Gelasio I Papa, el Santo Padre se encontró con los niños y jóvenes, con los ancianos, los enfermos, los operadores sanitarios y los pobres. A continuación, celebró la Santa Misa, reflexionando sobre el episodio de la Transfiguración del Señor, propuesto, como todos los años, en este período litúrgico.
Niño: Papa Francisco, estos son regalos para ti. Son cartas, un sobrero que lleva escrito: “Te esperábamos con alegría. Los niños de la parroquia de San Gelasio I, Papa”.
¡Ven!... Dice que me esperabais con alegría. ¡No es verdad! ¡Me esperabais con lluvia! [ríe y se ríen].
Amelia: Hola, Papa Francisco. Yo soy Amelia y formo parte del grupo de catequesis del tercer año, que este año hace la Primera Comunión. Cada domingo animamos la Misa de 10 con los niños que asisten, leyendo la oración de los fieles, llevando las ofrendas y a veces también cantando en el coro. Te estábamos esperando con alegría y estamos contentísimos de que estés aquí. Las personas que ves en este campo son los catequistas, los niños de la catequesis, las familias, los animadores y los chicos del coro. Nosotros tenemos la catequesis para aprender a conocer mejor a Jesús y aprender de su ejemplo.
Gracias, gracias. Has sido muy buena.
Luca: Hola, Papa Francisco. Me llamo Luca, formo parte del segundo año de catequesis de Primera Comunión. En este parque donde estamos está el club de la parroquia: aquí nos divertimos muchísimo haciendo torneos y un montón de juegos organizados por la iglesia. También participamos en la Misa, en centros de verano, en las fiestas de carnaval, que la última fue la más divertida de todas, en la que cantamos, bailamos y tocamos música, con todos los disfraces que eran preciosos.
Ah, ¡qué bonito!
Luca: Estamos llegando a ser como una grandísima familia y nos queremos mucho.
Gracias, gracias, ¡bravo!
Giorgia: Hola, Papa Francisco. Yo soy Giorgia. Como han dicho los niños, estamos contentísimos de tenerle aquí. Yo formo parte de los “ayudantes de catecismo”. En lo que podemos, hacemos nuestro servicio para ayudar a la iglesia porque −como ha dicho Usted− los jóvenes somos la primavera; y nos gustaría serlo de verdad, siempre en lo que está en nuestra mano, ayudando con la animación de la Misa para los más pequeños y luego con el catecismo, las fiestas… un poco de todo. Querríamos dejar un signo, como otras personas hicieron con nosotros. Le dejo la palabra a Usted.
Gracias.
Matteo: Hola, Papa Francisco. Soy Mateo, un chico del barrio de Rebibbia. Me gusta mucho jugar al fútbol y lo hago en muchos campos; pero cuando juego en este campo, me siento en casa. En esta parroquia me siento querido: me han propuesto ser monitor del club para entrenar a los chicos más pequeños. Estoy contento con la propuesta y me esforzaré por hacerlo. Sabemos que también a Usted le gusta mucho el fútbol y me gustaría pedirle si me puede firmar el balón.
Sí, tráelo… Pero yo tengo una pregunta que haceros: ¿a qué hora habéis llegado aquí? ¿Desde qué hora estáis esperando aquí? [responden: dos horas, desde las dos…] ¿Desde las dos? ¡Y son las cuatro! ¡Y os habéis mojado todos! Gracias, gracias por la paciencia. ¡Sois valientes! Un aplauso para todos. Gracias. Y oíd esto: la vida se parece un poco a esta tarde, porque a veces sale el sol, y a veces vienen las nubes, viene la lluvia y viene el mal tiempo. Sabed que en la vida hay tiempos buenos y tiempos malos. ¿Qué debe hacer un cristiano? Ir adelante con valentía, en los tiempos buenos y en los tiempos malos. ¿De acuerdo? Habrá tempestades en la vida… ¡Adelante! Jesús nos guía. Habrá jornadas luminosas… ¡Adelante! Jesús nos guía. Así que, ¿cómo debe hacer un cristiano? Ir… [responden: “Adelante”]. No se oye… [gritan: “Adelante”]. Adelante. ¿En los tiempos…? Primero los malos: en tiempos… [responden: “malos”] y en tiempos… [responden: “buenos”]. Ahora lo decimos todos juntos: ir adelante en los tiempos malos y en los tiempos buenos. Vosotros solos, venga: [“ir adelante en los tiempos malos y en los tiempos buenos”]. Gracias. ¿Y quién nos acompaña? [responden: “Jesús”]. ¿Quién? [responden: “Jesús”]. Pero Jesús solo en los tiempos buenos… [responden: “No”]. ¿También en los tiempos malos está Jesús? [responden: “Sí”]. ¿Seguro? [responden: “Sí”]. ¿Y qué debemos hacer nosotros, en los tiempos malos, esos que nos hacen sufrir, a quién debemos tomar de la mano? La mano de… [responden: “de Jesús”], para que Jesús nos lleve de la mano adelante. Que cada uno piense −pero que no diga nada, no digáis nada−: “¿Yo me dejo llevar de la mano por Jesús?”. Que cada uno responda en su corazón. “¿Yo me dejo llevar de la mano por Jesús?”. “Eh, a veces no, Padre, porque hago cosas no tan buenas o me aburro…”. Pero siempre Jesús está con nosotros. Y si cometo un error en la vida, ¿Jesús se va? [responden: “No”]. No oigo… [gritan: “No”]. ¿Se queda? [responden: “Sí”]. ¿Y se queda contento? [responden: “Sí… no…”]. Si cometo un error, ¿se queda contento? [responden: “No”]. ¡No! Se pone triste, pero no se va. Nos acompaña siempre. Recordad esto: en los momentos más feos, incluso, en los momentos en que hacemos las cosas más feas, Jesús se queda ahí porque nos quiere mucho. ¿Habéis comprendido? [responden: “Sí”]. ¿Quién está junto a nosotros en las cosas bonitas? [responden: “Jesús”]. ¿Y en las cosas feas? [responden: “Jesús”]. Y no se va… [responden: “Nunca”]. ¿No se aburre? [responden: “No”]. Somos nosotros los que nos aburrimos, ¿verdad? Gracias. Que el Señor os bendiga. Gracias. Y rezad por mí. Gracias.
Quisiera agradeceros lo que hacéis por el mundo y por lo que hacéis por la Iglesia. Quizá a alguno de vosotros le venga a la mente preguntarse: “Pero, ¿qué hago yo por el mundo? Yo no voy a las Naciones Unidas, no voy a las reuniones… estoy aquí, en casa… ¿Qué hago por la Iglesia? La Iglesia, ella es la que hace por mí…”. Quizá penséis así. No. Este testimonio, cada uno con la fe, con querer a la gente, deseando el bien a los demás, es como conservar el fuego. Vosotros sois las brasas, las brasas del mundo bajo las cenizas: bajo las dificultades, bajo las guerras están esas brasas, brasas de fe, brasas de esperanza, brasas de alegría escondida. Por favor, conservad las brasas, las que tenéis en el corazón, con vuestro buen ejemplo. Haya los problemas que sean, sean los problemas que vengan, pero ser conscientes de que yo tengo una misión, en el mundo y en la Iglesia: llevar adelante ese fuego escondido, el fuego de una vida. Porque vuestra vida no ha sido inútil: ha sido fuego, fuego, ha dado calor, ha hecho tantas cosas. Pero el fuego al final se apaga y quedan las brasas. No os olvidéis de esto: vosotros sois las brasas del mundo, las brasas de la Iglesia para mantener encendido el fuego. Y hablad con los jóvenes, por favor: escuchad a los jóvenes. ¡Lo necesitan! No regañéis a los jóvenes, no, no. Dejadlos hablar, preguntadles tantas cosas que se os vengan a la cabeza, porque no es fácil comprender a los jóvenes. Pues hablad con ellos. Necesitan vuestra experiencia, necesitan ese fuego escondido que está en vuestras brasas. ¿De acuerdo? No lo olvidéis: yo soy brasas de Jesús, brasas de la historia, brasas del mundo, brasas de la Iglesia. Sois las brasas, bajo las cenizas. Muchas gracias, y rezad por mí, que lo necesito. Ahora os daré la bendición: Que el Señor Jesús os bendiga tanto, que el Padre os bendiga y que el Espíritu venga a vuestro corazón para mantener esas brasas. Y no olvidéis tres cosas: vosotros sois brasas; segundo: hablad con los jóvenes; y rezad por el Papa. Las tres cosas. Gracias. Hasta luego. [Mientras sale] ¿Cuáles eran las tres cosas? Primera… [responden: “Las brasas”]. Segunda… [responden: “Hablar con los jóvenes”]. ¿Y la tercera? [responden: “Rezar por el Papa... ¡si el Papa reza por nosotros!”]. Pero rezar… ¿a favor o en contra del Papa? [se ríe y se ríen]… [responden: “A favor”]. Lo que decís es verdad: ¡el Papa rezará por vosotros!
Muchas gracias por haber venido
Responden: ¡Gracias a ti!
Y tantos niños, tantos chicos: esto es hermoso. Es bonito encontrar la vida nueva que viene, y ayudarla a crecer. Eso es un trabajo que hacemos todos juntos: ayudar a crecer, la vida nueva que es el futuro, nuestro futuro, y cuidarla bien. Cuidar la vida. Esta palabra debemos aprenderla bien. La vida hay que cuidarla, no puede descartarse. “Eh, Usted sabe que yo tengo una tía, un tío que está muy enfermo, está ahí…, pues que se apañe solo…”. No, eso no se hace, eso es descartar. La vida no se descarta, nunca, nunca, nunca. Debe cuidarse. Y lo que todos vosotros hacéis es cuidar la vida: la vida pequeña, la vida grande, la vida de mediana edad… cuidar la vida. Me atrevo también a decir una palabra: acariciar la vida. Es tan bonito acariciar la vida, porque la vida es siempre un don de Dios, siempre, siempre. Y cuando se descuida el respeto de la vida, y cuando se descuida la atención de la vida, esa civilización decae lentamente… Y hoy vemos cuántos pueblos no cuidan la vida, descuidan la vida… “Pero los niños estorban, mejor que no vengan, los echamos fuera… Y los ancianos estorban: a esos los dejamos de lado y que se apañen como puedan”. No, eso no. Porque el futuro de un país, el futuro de una cultura, el futuro de una familia está en la vida. “Oh, Padre, nosotros tenemos otro futuro, tenemos tanto dinero y tenemos cuentas en el banco…”. Pero eso no sirve para nada. Si tú no cuidas la vida, ese dinero no sirven para nada. Yo he conocido a un señor que era avaro, muy avaro, y no tenía hijos. La mujer era una víctima de él… Pero era avaro hasta el punto de que el médico le había dicho −tenía a su madre enferma− que le diera a su madre un yogurt a cierta hora; ¡y él le daba la mitad para ahorrar la otra mitad! Y tenía mucho dinero, mucho dinero… ¿Qué dejó aquel hombre? La burla de la gente. ¿Por qué? Porque tras su funeral, ¿sabéis cuál era el comentario de la gente? “Sí, ha sido un bonito funeral, pero el problema fue cuando quisieron cerrar la caja” −“¿Por qué?” −“Porque no podían cerrarla” −“¿Por qué?” −“¡Porque quería llevárselo todo con él!”. ¡No se lleva nada! Aquel hombre no cuidaba la vida: solo tenía interés en el dinero, en sus negocios… No, cuidar la vida, acariciar la vida. Hay ricos, hay gente menos rica, hay pobres, hay personas que pasan necesidad, hay gente que necesita medicinas… Pero siempre hay que cuidar la vida. La vida es lo principal, porque es algo que no se puede hacer en el laboratorio: la da Dios, la conserva Dios. Sí, los laboratorios nos ayudarán con las medicinas a conservar la vida, pero la vida es un don de Dios. Y gracias, porque lo que vosotros hacéis es conservar la vida, hacer crecer la vida. Cuidar la vida. Gracias por esto, muchas gracias. Y rezad por mí. Y ahora, cada uno en silencio, pida al Señor lo que más necesite, para sí y para las personas que están con él o con ella, aquí dentro. Y rezad también por mí. Y que el Señor os bendiga a todos. Gracias.
El párroco: Santo Padre, le agradecen de manera particular por las ayudas que reciben de la Limosnería apostólica. Así que gracias. Digámoslo: ¡gracias!
Jesús se deja ver por los Apóstoles como está en el Cielo: glorioso, luminoso, triunfante, vencedor. Y esto lo hace para prepararles a soportar la Pasión, el escándalo de la Cruz, porque ellos no podían comprender que Jesús muriese como un criminal: no podían entenderlo. Ellos pensaban que Jesús era un liberador, pero como son los liberadores terrenos, de esos que vencen en la batalla, de los que siempre triunfan. Y la senda de Jesús es otra: Jesús triunfa a través de la humillación, de la humillación de la Cruz. Pero como eso sería un escándalo para ellos, Jesús les hace ver lo que viene después, qué hay después de la Cruz, qué nos espera a todos nosotros: esa gloria, ese cielo. Y esto es muy bonito, muy hermoso, porque Jesús −oídme bien− siempre nos prepara para la prueba, de un modo o de otro.
Este es el mensaje: Él siempre nos prepara. Nos da la fuerza para ir adelante en los momentos de prueba, y vencerlos con su fuerza. Jesús no nos deja solos en las pruebas de la vida: siempre nos prepara, nos ayuda; igual que preparó a estos con la visión de su gloria. Y así ellos luego recordaron esto, para soportar el peso de la humillación. Esto es lo primero que nos enseña hoy la Iglesia: Jesús nos prepara siempre para las pruebas, y en las pruebas está con nosotros, no nos deja solos nunca.
Lo segundo lo vemos en las palabras de Dios: “Este es mi Hijo, el amado: escuchadlo”. Ese es el mensaje que el Padre da a los apóstoles. Y el mensaje de Jesús es prepararlos haciéndoles ver su gloria. El mensaje del Padre es: “Escuchadlo”. No hay un momento de la vida que no pueda ser vivido plenamente si no escuchando a Jesús. En los momentos bonitos, detenerse y escuchar a Jesús; en los momentos feos, detenerse y escuchar a Jesús. Esa es la senda. Él nos dirá qué debemos hacer. Siempre.
Sigamos adelante en esta Cuaresma con estas dos cosas: en las pruebas, recordar la gloria de Jesús, es decir, lo que nos espera: que Jesús está presente siempre, con esa gloria para darnos fuerza. Y durante toda la vida, escuchar a Jesús, qué nos dice Jesús, en el Evangelio, en la liturgia: siempre nos habla; o en el corazón.
En la vida diaria quizá tenemos problemas o muchas cosas que resolver… Haceos esta pregunta: “¿Qué me dice hoy Jesús?”. Procurad escuchar la voz de Jesús, la inspiración interior. Y así seguimos el consejo del Padre: “Este es mi Hijo, el amado: escuchadlo”.
Será la Virgen la que nos dé el segundo consejo, en Caná de Galilea, cuando el milagro del agua convertida en vino. ¿Qué dice la Virgen? “Haced lo que Él os diga”. Escuchar a Jesús y hacer lo que nos diga. Y esa es la senda segura: seguir adelante con el recuerdo de la gloria de Jesús, y con este consejo: escuchar a Jesús y hacer lo que nos diga.
Estoy pensando una cosa: abrir una parroquia en el Polo Norte, y vosotros que habéis sentido tanto frío, podéis ir allá a hacer la parroquia… ¿Qué decís? ¿Os gustaría? Gracias, gracias por haber estado aquí, al frío. Muchas gracias por haber venido. Gracias por vuestro recibimiento y por vuestra bondad. Que el Señor os bendiga tanto. Y me gustaría daros la bendición ahora. Recemos los unos por los otros, por todas las familias de la parroquia, por los sacerdotes, por todos los que trabajan aquí y por todos los fieles y los no fieles. Y, por favor, os pido que recéis por mí, no os olvidéis. Gracias, gracias.
Fuente: vatican.va / romereports.com.
Traducción de Luis Montoya.
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