Está en juego el desarrollo de una comunidad de creyentes que ha seguido creciendo en la clandestinidad, año tras año, bajo una fuerte presión estatal persecutoria que ha creado muchos mártires
La Iglesia en China está pasando por momentos muy difíciles. La Santa Sede está trabajando con las autoridades chinas para encontrar una solución adecuada. En estos mismos instantes, el gobierno chino ha anunciado medidas claras y fuertes de renovada persecución a los fieles católicos no sometidos a la Asociación Patriótica de Católicos Chinos, juguete del gobierno comunista de Pekín.
Un conflicto de ese tipo nos afecta de verdad a todos los católicos del mundo. Está en juego el desarrollo de una comunidad de creyentes que ha seguido creciendo en la clandestinidad, año tras año, bajo una fuerte presión estatal persecutoria de una manera, que ha creado muchos mártires. Esta iglesia en China, con la que está viva en Vietnam, son, con la Iglesia en Filipinas, el futuro de la Iglesia Católica en todo el Sudeste asiático. Con ojos abiertos a la Fe, cualquier observador puede apreciar la acción palpable del Espíritu Santo actuando en la heroica resistencia de obispos y fieles “clandestinos”, unidos en Cristo al Papa.
Crecen los creyentes; se multiplican los sacerdotes; se mantienen firmes los obispos así llamados “clandestinos”, fieles a Roma y nombrados por el Papa; mientras el gobierno chino no ceja en mantener leyes persecutorias de los fieles y tratando de coartar la libertad de la Iglesia fiel a Roma, montando y dirigiendo una así llamada Iglesia “oficial”, que encuentra −como ha ocurrido no pocas veces en la historia− el apoyo de gente que quiere someter la Iglesia al poder político. En casi todos los países bajo régimen comunista han sucedido cosas semejantes.
Para llegar a un acuerdo entre la Santa Sede y el Gobierno chino se habla de la sustitución de dos obispos “clandestinos”, fieles a la Roma, por otros dos obispos “oficiales” −nombrados por el gobierno−, que se dice han solicitado el reconocimiento y el perdón de Roma; uno de ellos está excomulgado.
Los tiempos cambian y las situaciones en los diversos puntos del planeta no son ciertamente iguales. Es sabio, en cualquier caso, aprender del pasado y de lo ocurrido en otros países dirigidos por autoridades comunistas, en momentos más o menos semejantes a los que está pasando China.
La Ostopolitik del card. Cicognani fue un rotundo fracaso, y de nada sirvieron las concesiones al entonces Gobierno comunista de la URSS, hoy sencillamente Rusia. La diplomacia vaticana no ha tenido más éxito con la Venezuela actual, ni con la Cuba de Castro. El lamentable caso del card. Mindszenty, obligado a dimitir y expulsado del país, para dejar el sitio a un obispo de acuerdo con el gobierno comunista de Hungría, ayuda a pensar para no cometer los mismos errores.
Es cierto, y manifiesta un grande y alabable deseo, lo que la diplomacia vaticana intenta en China, siguiendo las palabras de Benedicto XVI, en su Carta a los católicos chinos: “no puede buscarse la solución a los problemas a través de un conflicto permanente con las Autoridades civiles legítima”. Y a la vez, no se pueden olvidar las palabras que siguen a esa afirmación, y que el card. Zen recuerda a la diplomacia vaticana: “al mismo tiempo, sin embargo, no es aceptable una docilidad a las mismas cuando interfieran indebidamente en materias que conciernen a la fe y a la disciplina de la Iglesia”.
La Santa Sede anhela, como es lógico, construir un futuro más sereno y fraterno, con la ayuda de Dios, de todos los católicos chinos; de manera que ya no sea necesario hablar de obispos “legítimos” e “ilegítimos”, “clandestinos” y “oficiales”, y la fraternidad entre todos los fieles dé lugar a una colaboración y comunión que anuncie el amor de Dios, en Cristo Jesús, en toda China.
¿Es posible alcanzar esa situación, mientras permanezca en manos del Estado la Asociación Patriótica de los católicos chinos? ¿Puede “ceder” algo la Santa Sede, mientras obispos fieles al Papa permanezcan en prisión? ¿Se puede llegar a un acuerdo permaneciendo vigentes las leyes persecutorias y penales actualmente en vigor? ¿Es posible algún tipo de acuerdo dejando que el gobierno chino intervenga activamente en el nombramiento de obispos?
Cualquier acto de ceder ante gobiernos semejantes, y en materias semejantes, no serían, ni siquiera, “soluciones pastorales realísticas”. Para la conversión de China, la Fe, la Esperanza y la Caridad de los obispos y fieles unidos con Roma, auténtico semillero de mártires, de confesores y de vocaciones sacerdotales, es la verdadera luz que puede iluminar a la diplomacia vaticana para ser firme y encontrar la verdadera paz, y unidad, de los católicos chinos.
Y para que sean realidad esa Paz y esa Unidad, unimos nuestras oraciones a Dios todos los católicos del mundo.