Una frase falsa o un sambenito, atribuidos con mala intención a una persona, pueden arruinar injustamente su reputación, difícilmente reparable como se comprueba día a día
Como suele suceder en los documentos pontificios, sobre todo sin breves, lo mejor es acudir al texto original. Pero quienes escribimos habitualmente no solemos resistir la tentación de citar y comentar un mensaje, que lleva en su título el conocido pasaje de san Juan "La verdad os hará libres" (Jn 8, 32), con una glosa inicial relativa a las fake news y a un periodismo de paz.
Responde a un problema cada vez más inquietante, derivado del predominio de las redes sociales en la configuración de la opinión pública internacional. La facilidad de escritura y difusión es una maravilla: por ejemplo, hablando del papa, hemos podido asistir on line a su último viaje pastoral por tierras de América. Pero, por desgracia −rasgo también humano desde el Génesis−, es cauce de la expansión de mentiras y soporte de las nuevas inquisiciones que ahogan el pensamiento y la crítica: una frase falsa o un sambenito, atribuidos con mala intención a una persona, pueden arruinar injustamente su reputación, difícilmente reparable como se comprueba día a día.
Es lógico que el papa vuelva a dedicar a la verdad su mensaje anual para la jornada de la comunicación, como hicieron sus predecesores en otras ocasiones. Al cabo, en las escuelas de periodismo se enseña la redundancia de la expresión "información veraz": tan común y poco meditada, que se emplea literalmente en el artículo 20, 1 de la vigente Constitución española…
Una "noticia falsa" no es noticia, sino tergiversación, manipulación, engaño: como dice el papa, se refiere a "informaciones infundadas, basadas en datos inexistentes o distorsionados, que tienen como finalidad engañar o incluso manipular al lector para alcanzar determinados objetivos, influenciar las decisiones políticas u obtener ganancias económicas".
Un mínimo de retórica las hace aparecer como verosímiles, tal vez porque se apoyan en "estereotipos y prejuicios extendidos dentro de un tejido social", y "en emociones fáciles de suscitar, como el ansia, el desprecio, la rabia y la frustración". No faltan estos últimos años análisis más o menos científicos sobre el uso de la "indignación" para atraer una atención de los lectores que puede desdibujarse entre miles de informaciones de actualidad. Resulta demasiado habitual la utilización del "odio" por parte de quienes tipifican como tal cualquier duda o ponderación sobre sus posturas. La cultura del "todo vale", ya antigua a pesar de su postmodernidad, incluye una radical excepción: excepto lo que contraría una opinión políticamente impuesta (no digamos cuando pasa de la palabra a la norma jurídica coactiva).
El papa elogia las iniciativas educativas, tecnológicas o institucionales −también de los propios medios de comunicación− para hacer frente a las falsedades…, tan antiguas en su estrategia como la del "padre de la mentira" que recuerda de la mano narrativa del pecado original de Eva y Adán. No se puede olvidar, en la difusión de la malicia, la colaboración que presta el propio destinatario, con prejuicios o intereses como los tantas veces descritos en la picaresca española a propósito de los timadores callejeros.
Por eso, afirma Francisco: "El antídoto más eficaz contra el virus de la falsedad es dejarse purificar por la verdad. En la visión cristiana, la verdad no es sólo una realidad conceptual que se refiere al juicio sobre las cosas, definiéndolas como verdaderas o falsas. La verdad no es solamente el sacar a la luz cosas oscuras, ‘desvelar la realidad’, como lleva a pensar el antiguo término griego que la designa, aletheia (de a-lethès, no escondido). La verdad tiene que ver con la vida entera. En la Biblia tiene el significado de apoyo, solidez, confianza, como da a entender la raíz ‘aman, de la cual procede también el Amén litúrgico. La verdad es aquello sobre lo que uno se puede apoyar para no caer. En este sentido relacional, el único verdaderamente fiable y digno de confianza, sobre el que se puede contar siempre, es decir, ‘verdadero’, es el Dios vivo".
En definitiva, el mejor antídoto contra las falsedades son las "personas que, libres de la codicia, están dispuestas a escuchar, y permiten que la verdad emerja a través de la fatiga de un diálogo sincero; personas que, atraídas por el bien, se responsabilizan en el uso del lenguaje". Obviamente, esa responsabilidad corresponde en gran medida al periodista, en cuanto "custodio de las noticias".
En este contexto, el papa querría "promover un periodismo de paz, sin entender con esta expresión un periodismo ‘buenista’ que niegue la existencia de problemas graves y asuma tonos empalagosos. Me refiero, por el contrario, a un periodismo sin fingimientos, hostil a las falsedades, a eslóganes efectistas y a declaraciones altisonantes; un periodismo hecho por personas para personas, y que se comprende como servicio a todos, especialmente a aquellos −y son la mayoría en el mundo− que no tienen voz; un periodismo que no queme las noticias, sino que se esfuerce en buscar las causas reales de los conflictos, para favorecer la comprensión de sus raíces y su superación a través de la puesta en marcha de procesos virtuosos; un periodismo empeñado en indicar soluciones alternativas a la escalada del clamor y de la violencia verbal".
En última instancia, se impone el recuerdo de la sentencia socrática: más vale soportar la injusticia que cometerla.