El Papa ha continuado su serie de catequesis y ha explicado esos dos importantes momentos, durante la Audiencia general
Queridos hermanos:
Dedicamos la catequesis de hoy al canto del gloria y a la oración colecta que forman parte de los ritos introductorios de la Santa Misa.
El canto del gloria comienza con las palabras de los ángeles en el nacimiento de Jesús en Belén y continúa con aclamaciones de alabanza y agradecimiento a Dios, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Representa, en cierto modo, un abrirse de la tierra al cielo en respuesta al inclinarse del cielo sobre la tierra.
Después del Gloria viene la oración llamada colecta. Con la expresión “oremos”, el sacerdote invita al pueblo a recogerse un momento en silencio, para que cada uno tome conciencia de estar en la presencia de Dios y formular en su espíritu sus deseos. Hacer silencio significa disponerse para escuchar la voz de nuestro corazón y sobre todo la del Espíritu Santo.
La oración colecta está compuesta, primero, de una invocación del nombre de Dios, y en la que se hace memoria de lo que Él ha hecho por nosotros, y en segundo lugar, de una súplica para que intervenga. El sacerdote recita esta oración con los brazos abiertos imitando a Cristo sobre el madero de la cruz. En Cristo crucificado reconocemos al sacerdote que ofrece a Dios el culto agradable, es decir, el de la obediencia filial.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en modo particular a los grupos provenientes de España y América Latina. Pidamos a la Virgen María que interceda por nosotros para que la Santa Misa sea de verdad una auténtica escuela de oración, en la que aprendamos a dirigirnos a Dios en cualquier momento de nuestra vida. Que el Señor los bendiga. Muchas gracias.
Queridos hermanos y hermanas, buenos días. En el recorrido de catequesis sobre la celebración eucarística, vimos que el Acto penitencial nos ayuda a despojarnos de nuestras presunciones y a presentarnos ante Dios como somos realmente, conscientes de ser pecadores, con la esperanza de ser perdonados.
Precisamente del encuentro entre la miseria humana y la misericordia divina toma vida la gratitud expresada en el “Gloria”, «un himno antiquísimo y venerable con el que la Iglesia, reunida en el Espíritu Santo, glorifica y suplica a Dios Padre y al Cordero» (Ordenación General del Misal Romano, 53).
El comienzo de este himno −“Gloria a Dios en el cielo”− retoma el canto de los Ángeles en el nacimiento de Jesús en Belén, gozoso anuncio del abrazo entre cielo y tierra. Este canto nos envuelve también a nosotros reunidos en oración: «Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad».
Después del “Gloria” o, cuando no lo hay, inmediatamente tras el Acto penitencial, la oración toma forma particular en la oración denominada “colecta”, por medio de la cual se expresa el carácter propio de la celebración, variable según los días y los tiempos del año (cfr. ibíd., 54). Con la invitación «oremos», el sacerdote exhorta al pueblo a recogerse con él en un momento de silencio, con el fin de tomar conciencia de estar en la presencia de Dios y hacer surgir, cada uno en su corazón, las personales intenciones con las que participa en la Misa (cfr. ibíd., 54). El sacerdote dice «oremos»; y luego viene un momento de silencio, y cada uno piensa en las cosas que necesita, por las que quiere pedir en la oración.
El silencio no se reduce a la ausencia de palabras, sino a disponerse para escuchar otras voces: la de nuestro corazón y, sobre todo, la voz del Espíritu Santo. En la liturgia, la naturaleza del sagrado silencio depende del momento en que tiene lugar: «Durante el acto penitencial y tras la invitación a la oración, ayuda al recogimiento; después la lectura o la homilía, es un reclamo a meditar brevemente lo que se ha escuchado; después de la Comunión, favorece la oración interior de alabanza y de súplica» (ibíd., 45). Así pues, antes de la oración inicial, el silencio ayuda a recogernos y a pensar por qué estamos allí. Es la importancia de escuchar nuestra alma para abrirla luego al Señor. Quizá venimos de días de cansancio, de alegría, de dolor, y queremos decírselo al Señor, invocar su ayuda, pedirle que esté cerca; tenemos familiares y amigos enfermos o que pasan momentos difíciles; deseamos confiar a Dios el destino de la Iglesia y del mundo. Y para eso hace falta el breve silencio antes de que el sacerdote, recogiendo las intenciones de cada uno, exprese en voz alta a Dios, en nombre de todos, la común oración que concluye los ritos de introducción, rezando precisamente la “colecta” de las intenciones particulares. Recomiendo vivamente a los sacerdotes que cuiden ese momento de silencio y no tengan prisa: «oremos», y que se haga el silencio. Lo recomiendo a los sacerdotes. Sin ese silencio, corremos el riesgo de descuidar el recogimiento del alma.
El sacerdote reza esta súplica, esta oración colecta, con los brazos extendidos es la actitud del orante, tomado por los cristianos desde los primeros siglos −como manifiestan los frescos de las catacumbas romanas− para imitar a Cristo con los brazos abiertos en el leño de la cruz. ¡Y ahí, Cristo es el Orante y es a la vez la oración! En el Crucificado reconocemos al Sacerdote que ofrece a Dios el culto agradable a Él, o sea, la obediencia filial.
En el Rito Romano las oraciones son breves pero llenas de significado: se pueden hacer tantas bonitas meditaciones sobre esas oraciones. ¡Tan hermosas! Volver a meditar los textos, también fuera de la Misa, puede ayudarnos a aprender cómo dirigirnos a Dios, qué pedir, qué palabras usar. Que la liturgia pueda convertirse para todos nosotros en una verdadera escuela de oración.
Me alegra saludar a los peregrinos provenientes de Francia y de varios países francófonos, en particular a los estudiantes de las escuelas medias y superiores de París, y a los miembros de la Asociación franco-peruana. Que la liturgia sea para nosotros, con la ayuda del Espíritu Santo, una auténtica escuela de oración. ¡Dios os bendiga!
Saludo a los peregrinos de lengua inglesa presentes en la Audiencia de hoy, especialmente a los provenientes de Noruega, Nueva Zelanda y Estados Unidos de América. Dirijo un saludo particular a los numerosos seminaristas y estudiantes universitarios aquí presentes. Sobre todos vosotros y sobre vuestras familias invoco la alegría y la paz de nuestro Señor Jesucristo. ¡Dios os bendiga!
Con afecto saludo a los peregrinos de lengua alemana presentes en esta Audiencia. La Santa Misa nos ofrece oraciones y textos ricos de significado que pueden animar la oración personal, ayudándonos a aprender cómo dirigirnos a Dios. Procuremos que la liturgia de la Iglesia sea para nosotros una verdadera escuela de oración. Que Dios os bendiga a vosotros y a vuestros seres queridos.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en modo particular a los grupos provenientes de España y América Latina. Pidamos a la Virgen María que interceda por nosotros para que la Santa Misa sea de verdad una auténtica escuela de oración, en la que aprendamos a dirigirnos a Dios en cualquier momento de nuestra vida. Que el Señor los bendiga. Muchas gracias.
Con gran cariño saludo a los peregrinos de lengua portuguesa, en particular a los fieles venidos de Luziânia y Arcozelo, deseando a todos que encontréis en la liturgia una verdadera escuela de oración. Que la Virgen María vele sobre vuestro camino y os ayude a ser signo de confianza y de esperanza entre vuestros hermanos. Que sobre vosotros y sobre vuestras familias descienda la Bendición de Dios.
Dirijo una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua árabe, en particular a los provenientes de Oriente Medio. Queridos hermanos y hermanas, volver a meditar los textos de las oraciones, incluso fuera de la Misa, puede ayudarnos a aprender cómo dirigirnos a Dios, qué pedir, qué palabras usar. Que la liturgia pueda ser para todos una verdadera escuela de oración. ¡Que el Señor os bendiga!
Saludo cordialmente a los peregrinos polacos. Queridos hermanos y hermanas, estando aún a comienzos de año, lo confiamos al Señor y pedimos que sea un tiempo de gracia, de paz y de esperanza para nosotros, para nuestras familias y para el mundo entero. Os bendigo de corazón a vosotros y a vuestros seres queridos.
Queridos peregrinos de lengua italiana: ¡bienvenidos! Me alegra recibir a los Diáconos permanentes de la diócesis de Biella y a las Madres Ursulinas Misioneras del Sagrado Corazón. A cada uno os deseo que este encuentro reavive la comunión con el ministerio universal del Sucesor de Pedro. Saludo a los grupos parroquiales, en particular a los de Gesualdo y de Canosa di Puglia; a las Escuelas de Infancia Paritaria de Basilicata y a los Institutos Escolares: Caetani di Cisterna de Latina y Zona Leda de Aprilia. Saludo a los dirigentes y alumnos de la Escuela Inspectores y Superintendentes de la Guardia de Financia de Aquila-Coppito; a la Asociación de Voluntariado socio-sanitario de Bronte (CT) y a la Fundación Instituto nacional de tumores de Milán.
Un pensamiento especial dirijo a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Queridos jóvenes, sed portadores del amor de Cristo entre vuestros coetáneos; queridos enfermos, hallad en la ternura de Dios el apoyo en el dolor; y vosotros, queridos recién casados, sed testigos de la belleza del Sacramento del Matrimonio mediante vuestro amor fiel.
Fuente: vatican.va / romereports.com.
Traducción de Luis Montoya.
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