El Papa reza el Ángelus del primer día del año nuevo en la Solemnidad litúrgica de Santa María Madre de Dios
“En la primera página del calendario del nuevo año que el Señor nos da, la Iglesia pone, como una estupenda miniatura, la solemnidad litúrgica de Santa María de Dios”. Con estas palabras el Papa Francisco ha comenzado su alocución antes de rezar el Ángelus. Y ha añadido que “en este primer día del año solar, fijamos la mirada en Ella, para retomar, bajo su maternal protección, el camino a lo largo de los senderos del tiempo”.
No faltaron unas palabras del Papa sobre la intercesión de María por las necesidades de los hombres, especialmente los más débiles y desfavorecidos: “precisamente a esas personas se dedica el tema de la Jornada Mundial de la Paz que hoy celebramos: “Emigrantes y refugiados: hombres y mujeres en busca de paz”, así es el lema de esta Jornada”.
Queridos hermanos y hermanas, buenos días. En la primera página del calendario del nuevo año que el Señor nos da, la Iglesia pone, como una estupenda miniatura, la solemnidad litúrgica de María Santísima Madre de Dios. En este primer día del año solar, fijemos la mirada en Ella, para retomar, bajo su materna protección, el camino a lo largo de los senderos del tiempo.
El Evangelio de hoy (cfr. Lc 2,16-21) nos devuelve al establo de Belén. Los pastores llegan a prisa y encuentran a María, José y el Niño; y cuentan el anuncio que les dieron los ángeles, o sea, que aquel Neonato es el Salvador. Todos se asombran, mientras «María, por su parte, conservaba todas esas cosas, meditándolas en su corazón» (v. 19). La Virgen nos hace comprender cómo debe acogerse el acontecimiento de la Navidad: no superficialmente sino en el corazón. Nos indica el verdadero modo de recibir el don de Dios: conservarlo en el corazón y meditarlo. Es una invitación dirigida a cada uno de nosotros para rezar contemplando y gustando ese don que es Jesús mismo.
Mediante María el Hijo de Dios asume la corporeidad. Pero la maternidad de María no se reduce a eso: gracias a su fe, Ella es también la primera discípula de Jesús y esto “dilata” su maternidad. Será la fe de María la que provoque en Caná el primer “signo” milagroso, que contribuye a suscitar la fe de los discípulos. Con la misma fe, María está presente al pie de la cruz y recibe como hijo al apóstol Juan; y finalmente, después de la Resurrección, se convierte en madre orante de la Iglesia sobre la que desciende con poderío el Espíritu Santo el día de Pentecostés.
Como madre, María realiza una función muy especial: se pone entre su Hijo Jesús y los hombres en la realidad de sus privaciones, en la realidad de sus indigencias y sufrimientos. María intercede, como en Caná, consciente de que en cuanto madre puede, es más, debe hacer presente al Hijo las necesidades de los hombres, especialmente los más débiles y desfavorecidos. Y precisamente a esas personas se dedica el tema de la Jornada Mundial de la Paz que hoy celebramos: “Emigrantes y refugiados: hombres y mujeres en busca de paz”, así es el lema de esta Jornada. Deseo, una vez más, hacerme portavoz de esos hermanos y hermanas nuestros que invocan para su futuro un horizonte de paz. Por esa paz, que es derecho de todos, muchos de ellos están dispuestos a arriesgar la vida en un viaje que en gran parte de los casos es largo y peligroso; están dispuestos a afrontar esfuerzos y sufrimientos (cfr. Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2018, 1).
Por favor, no apaguemos la esperanza en su corazón; ¡no ahoguemos sus expectativas de paz! Es importante que, por parte de todos, instituciones civiles, realidades educativas, asistenciales y eclesiales, haya el compromiso por asegurar a los refugiados, a los emigrantes, a todos un porvenir de paz. Que el Señor nos conceda trabajar en este nuevo año con generosidad, con generosidad, para realizar un mundo más solidario y acogedor. Os invito a rezar por esto, mientras junto a vosotros encomiendo a María, Madre de Dios y Madre nuestra, el 2018 recién iniciado. Los viejos monjes rusos, místicos, decían que en tiempo de turbulencias espirituales era necesario recogerse bajo el manto de la Santa Madre de Dios. Pensando en tantas turbulencias de hoy, y sobre todo en los emigrantes y refugiados, recemos come ellos nos enseñaron a rezar: «Bajo tu protección nos acogemos, Santa Madre de Dios: no desoigas las súplicas que te dirigimos en nuestras necesidades, antes bien líbranos siempre de todo peligro, Virgen gloriosa y bendita».
Queridos hermanos y hermanas, en el umbral del 2018, dirijo mi cordial deseo de todo bien para el nuevo año a todos vosotros.
Deseo agradecer al Presidente de la República Italiana la felicitación que me dirigió anoche en su Mensaje de fin de año, al que correspondo de corazón, deseando para el pueblo italiano un año de serenidad y de paz, iluminado por la constante bendición de Dios.
Expreso mi aprecio por las muchas iniciativas de oración y de acción por la paz, organizadas en todas partes del mundo con ocasión de la Jornada Mundial de la Paz de hoy. Pienso, en particular, en la Marcha nacional que se realizó anoche en Sotto il Monte, promovida por la Conferencia Episcopal Italiana, Caritas Italiana, Pax Christi y Acción Católica. Y saludo a los participantes en la manifestación “Paz en todas las tierras”, promovida en Roma y en muchos Países por la Comunidad de San Egidio. Queridos amigos, os animo a llevar adelante con alegría vuestro compromiso de solidaridad, especialmente en las periferias de las ciudades, para favorecer la convivencia pacífica.
Dirijo mi saludo a vosotros, queridos peregrinos aquí presentes, en particular a los de Nueva York, a la banda musical de California y al grupo de la “Pro Loco” de Massalengo.
Renuevo para todos el deseo de un año de paz en la gracia del Señor y con la protección materna de María, la Santa Madre de Dios. Feliz año, buen provecho, y no os olvidéis de rezar por mí. ¡Hasta pronto!
Fuente: vatican.va / romereports.com.
Traducción de Luis Montoya.
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