El Santo Padre ha continuado su catequesis sobre la Santa Misa durante la Audiencia general de hoy
Queridos hermanos y hermanas:
La serie de catequesis sobre la Santa Misa nos lleva a reflexionar en la celebración de la Eucaristía como un único acto compuesto de dos partes: la liturgia de la Palabra y la liturgia eucarística. Hoy, deseo detenerme en los ritos introductorios que preceden a esos dos grandes momentos.
El sacerdote, al inicio de la celebración, se dirige al presbiterio mientras se entona el canto de ingreso, al llegar se inclina ante el altar en signo de veneración, lo besa y lo inciensa. A continuación, el sacerdote que preside traza sobre su pecho el signo de la cruz, y junto con él lo hacen también todos los presentes. Este signo nos recuerda que todo acto litúrgico se cumple «en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo». Después, quien preside se dirige a la asamblea con un saludo como éste: «el Señor esté con ustedes», al que el Pueblo responde: «y con tu espíritu».
Este saludo y esta respuesta manifiestan el misterio de la Iglesia reunida, que confiesa una misma fe y desea estar unida con su Señor.
Posteriormente, el sacerdote invita al acto penitencial, que no es sólo pensar en los pecados cometidos, sino confesarnos pecadores ante Dios y ante los hermanos, para que podamos resurgir a una vida nueva con Cristo.
Queridos hermanos y hermanas, buenos días. Hoy quisiera entrar de lleno en la celebración eucarística. La Misa está compuesta por dos partes, que son la Liturgia de la Palabra y la Liturgia eucarística, tan estrechamente unidas entre sí que forman un único acto de culto (cfr. Sacrosanctum Concilium, 56; Ordenación General del Misal Romano, 28). Introducida por algunos ritos preparatorios y concluida por otros, la celebración es un único cuerpo y no se puede separar, pero para una mejor comprensión intentaré explicar sus varios momentos, cada uno de los cuales es capaz de tocar e implicar una dimensión de nuestra humanidad. Es necesario conocer estos santos signos para vivir plenamente la Misa y saborear toda su belleza.
Cuando el pueblo está reunido, la celebración se abre con los ritos introductorios, que incluyen la entrada de los celebrantes o del celebrante, el saludo −“El Señor esté con vosotros”, “La paz esté con vosotros”−, el acto penitencial −“Yo confieso”, donde pedimos perdón de nuestros pecados−, el Kyrie eleison, el himno del Gloria y la oración colecta: se llama “oración colecta” no porque ahí se haga colecta de las ofrendas: es la colecta de las intenciones de oración de todos los pueblos; y esa colecta de la intención de los pueblos sube al cielo como oración. Su fin −de estos ritos introductorios− es lograr «que los fieles, reunidos juntos, formen una comunidad, y se dispongan a escuchar con fe la palabra de Dios y a celebrar dignamente la Eucaristía» (Ordenación General del Misal Romano, 46). No es buena costumbre mirar el reloj y decir: “Voy bien, llego después del sermón y con eso cumplo el precepto”. La Misa comienza con la señal de la Cruz, con estos ritos introductorios, porque ahí comenzamos a adorar a Dios como comunidad. Y por eso es importante prever no llegar tarde, sino con antelación, para preparar el corazón a este rito, a esta celebración de la comunidad.
Mientras normalmente se realiza el canto de entrada, el sacerdote con los demás ministros llega procesionalmente al presbiterio, y saluda el altar con una inclinación y, en señal de veneración, lo besa y, cuando hay incienso, lo inciensa. ¿Por qué? Porque el altar es Cristo: es figura de Cristo. Cuando vemos el altar, vemos precisamente donde está Cristo. El altar es Cristo. Estos gestos, que corren el riesgo de pasar inadvertidos, son muy significativos, porque expresan desde el inicio que la Misa es un encuentro de amor con Cristo, el cual «con la inmolación de su cuerpo en la cruz […] se manifestó, a la vez, como sacerdote, altar y víctima» (prefacio pascual V). El altar, en cuanto signo de Cristo, «es el centro de la acción de gracias que se cumple con la Eucaristía» (Ordenación General del Misal Romano, 296), y toda la comunidad en torno al altar, que es Cristo; no para mirarse a la cara, sino para mirar a Cristo, porque Cristo está en el centro de la comunidad, no está lejos de ella.
Luego viene la señal de la cruz. El sacerdote que preside lo traza sobre sí y lo mismo hacen todos los miembros de la asamblea, conscientes de que el acto litúrgico se cumple «en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo». Y aquí paso a otro tema pequeñísimo. ¿Habéis visto cómo los niños hacen la señal de la cruz? No saben lo que hacen: a veces hacen un garabato, que no es la señal de la cruz. Por favor: mamá y papá, abuelos, enseñad a los niños, desde el comienzo −desde pequeños− a hacer bien la señal de la cruz. Y explicadles que es tener como protección la cruz de Jesús. Y la Misa empieza con la señal de la cruz. Toda la oración se mueve, por así decir, en el espacio de la Santísima Trinidad −“En el nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo”−, que es espacio de comunión infinita; tiene como origen y como fin el amor de Dios Uno y Trino, manifestado y entregado a nosotros en la Cruz de Cristo. Su misterio pascual es don de la Trinidad, y la Eucaristía mana siempre de su corazón atravesado. Signándonos con la señal de la cruz, pues, no solo hacemos memoria de nuestro Bautismo, sino que afirmamos que la oración litúrgica es el encuentro con Dios en Cristo Jesús, que por nosotros se encarnó, murió en la cruz y resucitó glorioso.
El sacerdote, luego, dirige el saludo litúrgico, con la expresión: «El Señor esté con vosotros» u otra similar −hay varias−; y la asamblea responde: «Y con tu espíritu». Estamos en diálogo; estamos al inicio de la Misa y debemos pensar en el significado de todos estos gestos y palabras. Estamos entrando en una “sinfonía”, en la que resuenan varias tonalidades de voces, incluidos tiempos de silencio, en vista a crear el “acorde” entre todos los participantes, o sea, reconocerse animados por un único Espíritu y por un mismo fin. En efecto, «el saludo sacerdotal y la respuesta del pueblo manifiestan el misterio de la Iglesia reunida» (Ordenación General del Misal Romano, 50). Se expresa así la común fe y el deseo mutuo de estar con el Señor y de vivir la unidad con toda la comunidad.
Y esta es una sinfonía orante, que se está creando y presenta enseguida un momento muy impactante, porque quien preside invita a todos a reconocer sus propios pecados. Todos somos pecadores. No sé, quizá alguno de vosotros no sea pecador… Si alguno no es pecador que levante la mano, por favor, y así lo vemos todos. Pero no hay manos alzadas, bueno: ¡tenéis la fe buena! Todos somos pecadores; y por eso al inicio de la Misa pedimos perdón. Es el acto penitencial. No se trata solamente de pensar en los pecados cometidos, sino mucho más: es la invitación a confesarse pecadores delante de Dios y delante de la comunidad, ante los hermanos, con humildad y sinceridad, como el publicano en el templo. Si verdaderamente la Eucaristía hace presente el misterio pascual, es decir el paso de Cristo de la muerte a la vida, entonces lo primero que debemos hacer es reconocer cuáles son nuestras situaciones de muerte para poder resurgir con Él a una vida nueva. Esto nos hace comprender lo importante que es el acto penitencial. Y por eso, retomaremos el tema la próxima catequesis.
Vayamos paso a paso en la explicación de la Misa. Pero, repito: ¡enseñad bien a los niños a hacer la señal de la cruz, por favor!
Me alegra dar la bienvenida a los peregrinos francófonos. Queridos amigos, en vísperas de las celebraciones de la Navidad del Señor, os invito a abrir vuestros corazones al Niño de Belén para acoger el amor que Dios tiene por cada uno de vosotros y por todos los hombres. Feliz Navidad a todos. ¡Dios os bendiga!
Saludo a los peregrinos de lengua inglesa presentes en esta Audiencia, especialmente a los grupos de jóvenes estudiantes provenientes de Australia y Estados Unidos de América. En la inminencia de la Santa Navidad, invoco sobre vosotros y vuestras familias la alegría y la paz en el Señor Jesús.
Una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua alemana. Dentro de pocos días celebraremos la Natividad del Señor. Deseo que experimentéis la presencia y la cercanía de Dios hecho hombre que nos da alegría y paz. Dios os bendiga a todos.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los venidos de España y Latinoamérica. Ante la proximidad de la Celebración del Nacimiento de Nuestro Señor, los animo a vivir con intensidad estos días, participando en la Santa Misa y experimentando la gracia del encuentro personal con Cristo, que ha querido nacer de una mujer, María, para salvarnos y colmarnos de paz y de alegría. A todos les deseo una Feliz Navidad. Que Dios los bendiga. Muchas gracias.
Queridísimos peregrinos de lengua portuguesa, os saludo a todos, deseándoos un encuentro personal con el Salvador. En estos días, lo vemos puesto en el pesebre, pero es en la Eucaristía donde se deja encontrar en persona. En cada Misa, se prepara no solo la Navidad de Dios al mundo, sino también el nacimiento del ser humano en el seno de Dios. Os deseo una Navidad así a cada uno de vosotros y a vuestras familias, que bendigo de corazón.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua árabe, en particular a los provenientes de Irak, Egipto y Medio Oriente. Santo Tomás de Aquino enseñó que en la sagrada liturgia es necesario “servirse de cosas materiales como de signos, mediante los cuales el alma humana venga excitada a las acciones espirituales que la unen a Dios” (S.Th. II-II, q.81 a.7). Empeñaos en aprender el significado de cada acción litúrgica para vivir plenamente cada celebración eucarística y llenaros así de sus frutos divinos. ¡Que el Señor os bendiga a todos y os proteja del maligno!
Doy mi cordial bienvenida a los polacos venidos a esta Audiencia. Dentro de unos días viviremos el cuarto Domingo de Adviento, la Vigilia y la Navidad del Señor; son los próximos acontecimientos que nos esperan. Como los pastores de Belén de hace tantos años reconocieron al Hijo de Dios nacido en un establo, así también sabedlo reconocer vosotros cuando viene en el misterio de la Eucaristía. La Noche de la Navidad ilumine con la alegría y con la paz la vida de cada uno de vosotros, de vuestras familias, de las personas queridas y, de modo particular, de las personas solas, de las que sufren y de los sin techo. Que Jesús nacido en Belén os bendiga a vosotros y a vuestra Patria. Sea alabado Jesucristo.
Queridos peregrinos de lengua italiana, bienvenidos. Quisiera agradecer al Circo cubano por este hermoso espectáculo. Gracias. Me alegra recibir a los nuevos Sacerdotes de los Legionarios de Cristo, con sus Hermanos y familiares; a los Sacerdotes del Colegio misionero internacional San José de Roma y a las parroquias de Alvito y de Maria Santissima Annunziata di Siano. Os animo a todos a renovar la adhesión a Cristo pobre, humilde y obediente para trasmitir el amor y la misericordia de Dios en el contexto eclesial actual. Saludo a los Institutos escolares, a las familias del personal dependiente del Estado Mayor de la Aeronáutica Militar; a las delegaciones de los ayuntamientos de Bolsena y de Cagnano Amiterno y a los dirigentes y artistas del Circo de Cuba.
Un saludo especial para los jóvenes, enfermos y recién casados. Queridos jóvenes, preparaos al misterio de la Navidad del Señor con la obediencia de la fe y la humildad que tuvo María. Vosotros, queridos enfermos, lograd de Ella esa misma fuerza de amor por Jesús que viene a nosotros. Y vosotros, queridos recién casados, contemplad el ejemplo de la Sagrada Familia en Belén, para practicar las mismas virtudes en vuestro camino de vida familiar. ¡Y después de la bendición, me gustaría oír a ese coro que canta tan bien!
Fuente: vatican.va / romereports.com.
Traducción de Luis Montoya.
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