Sobre una frase que siempre me gustó y que he recordado a menudo a lo largo de la vida
El diablo es de natural ruin y desagradecido. Peor aun, devuelve mal por bien. Por eso mi madre, cuando mis hermanos y yo la desesperábamos o no queríamos valorar sus cuidados, nos decía a veces: «Así fai o demo a quen o serve». Ahora ya casi no lo dice, o lo reserva para cuando le gastamos alguna broma. Siempre me gustó esa frase y la he recordado a menudo a lo largo de la vida.
En la universidad topé con una variante, menos popular y salerosa, mucho menos teológica y más prosaica: «Nadie te perdona que le hagas un favor». Desde luego, no lo perdonan si, además, se trata de un favor oculto, gratuito, hecho porque sí. El agraciado, en cuanto sabe de él, tiende a machacar al autor, más que nada porque creía haber conseguido algo solo y, de pronto, se encuentra con que casi nunca se consigue algo sin muchas ayudas. Pero si no se trata de un favor delicado y clandestino, sino de uno solicitado expresamente, la cosa puede empeorar mucho.
Por lo visto, la reacción más grave consiste en deshacerse cuanto antes de quien te echó una mano, no vayan a quedar testigos de semejante debilidad. Otros se empeñan en negarse y en negar que el favor haya sido tal: quizá admitan que se pidió, pero desde luego, no se cumplió o no tuvo los efectos deseados.
Por fin, los menos malos, pretenden devolver el favor cuanto antes, de cualquier modo, pero dejando muy claro que el favor está pagado y no queda gratitud en el saldo. Yo tengo mejor suerte y quiero compartirla. Acabo de recibir carta de una niña que conocí este verano. Se llama Sofía. Me envía desde Madrid su cuaderno de historias: «Para que lo revises y me des consejos para enseñarme a escribir como enseñaste a mis padres».