En su tercera catequesis sobre la Eucaristía, el Santo Padre explicó que con ella se revive el sacrificio de Cristo en la cruz
Queridos hermanos y hermanas:
Continuando con la catequesis sobre la Santa Misa, podemos decir que es el memorial del Misterio Pascual de Cristo, que Él llevó a cumplimiento con su pasión, muerte, resurrección y ascensión al cielo, y que nos hace partícipes de su victoria sobre el pecado y la muerte. Así, la Eucaristía hace presente el sacrificio que Cristo ofreció, una vez para siempre, en la cruz y que permanece perennemente actual, realizando la obra de nuestra redención.
En la Misa, el Señor Jesús, haciéndose 'pan partido' por amor a nosotros, se nos da y nos comunica toda su misericordia y su amor, renovando nuestro corazón, nuestra vida y nuestras relaciones con Él y con los hermanos. A través de la celebración eucarística, la acción del Espíritu Santo nos hace partícipes de la misma vida de Dios, que transforma todo nuestro ser mortal y nos llena de su eternidad.
Con la Eucaristía, Jesús nos libra de la muerte física y del miedo a morir, como también de la muerte espiritual, que es el mal y el pecado. La participación en este sacramento, que nos llena de la plenitud de su vida, nos hace decir con san Pablo: “vivo, pero no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí” (Ga 2,20). Por ello, para el cristiano es vital participar en la Eucaristía, especialmente el domingo, puesto que nos permite unirnos a Cristo, tomando parte de su victoria sobre la muerte y gozar de los bienes de la resurrección.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! Prosiguiendo con las Catequesis sobre la Misa, podemos preguntarnos: ¿qué es esencialmente la Misa? La Misa es el memorial del Misterio pascual de Cristo. Nos hace partícipes de su victoria sobre el pecado y la muerte, y da significado pleno a nuestra vida.
Por eso, para comprender el valor de la Misa debemos ante todo entender el significado bíblico de “memorial”. Que «no es solamente el recuerdo de los acontecimientos del pasado, sino […que] se hacen, en cierta forma, presentes y actuales. De esta manera Israel entiende su liberación de Egipto: cada vez que es celebrada la pascua, los acontecimientos del Éxodo se hacen presentes a la memoria de los creyentes a fin de que conformen su vida a estos acontecimientos» (Catecismo de la Iglesia Católica, 1363). Jesucristo, con su pasión, muerte, resurrección y ascensión al cielo llevó a cumplimiento la Pascua. Y la Misa es el memorial de su Pascua, de su “éxodo”, que realizó por nosotros, para hacernos salir de la esclavitud e introducirnos en la tierra prometida de la vida eterna. No es solo un recuerdo, no, es más: es hacer presente lo que pasó hace veinte siglos.
La Eucaristía nos lleva siempre al vértice de la acción de salvación de Dios: el Señor Jesús, haciéndose pan partido para nosotros, derrama sobre nosotros toda su misericordia y su amor, como hizo en la cruz, para renovar nuestro corazón, nuestra existencia y nuestro modo de relacionarnos con Él y con los hermanos. Dice el Concilio Vaticano II: «La obra de nuestra redención se efectúa cuantas veces se celebra en el altar el sacrificio de la cruz, por medio del cual “Cristo nuestra Pascua ha sido inmolado” (1 Co 5,7)» (Const. dogm. Lumen gentium, 3).
Cada celebración de la Eucaristía es un rayo de ese sol sin ocaso que es Jesús resucitado. Participar en la Misa, en particular el domingo, significa entrar en la victoria del Resucitado, ser iluminados por su luz, calentados por su calor. A través de la celebración eucarística el Espíritu Santo nos hace partícipes de la vida divina que es capaz de transfigurar todo nuestro ser mortal. Y en su paso de la muerte a la vida, del tiempo a la eternidad, el Señor Jesús nos arrastra también a nosotros con Él a hacer Pascua. En la Misa se hace Pascua. Nosotros, en la Misa, estamos con Jesús, muerto y resucitado y Él nos lleva adelante, a la vida eterna. En la Misa nos unimos a Él. Es más, Cristo vive en nosotros y nosotros vivimos en Él. «Con Cristo estoy crucificado: vivo, pero ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí. Y la vida que vivo ahora en la carne la vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó a sí mismo por mí» (Gal 2,19-20). Así pensaba Pablo.
Su sangre, en efecto, nos libera de la muerte y del miedo a la muerte. Nos libera no solo del dominio de la muerte física, sino de la muerte espiritual que es el mal, el pecado, que nos llega cada vez que caemos víctimas del pecado propio o ajeno. Y entonces nuestra vida queda contaminada, pierde belleza, pierde significado, se marchita.
En cambio, Cristo nos devuelve la vida; Cristo es la plenitud de la vida, y cuando afrontó la muerte la aniquiló para siempre: «Resucitando, destruyó la muerte y nos dio nueva vida» (Plegaria eucarística IV). La Pascua de Cristo es la victoria definitiva sobre la muerte, porque Él transformó su muerte en supremo acto de amor. ¡Murió por amor! Y en la Eucaristía, quiso comunicarnos su amor pascual, victorioso. Si lo recibimos con fe, también nosotros podemos amar verdaderamente a Dios y al prójimo, podemos amar como Él nos amó, dando la vida.
Si el amor de Cristo está en mí, puedo darme plenamente al otro, con la certeza interior de que si también el otro tuviese que herirme yo no moriría; al revés, tendría que defenderme. Los mártires dieron su vida precisamente por esa certeza de la victoria de Cristo sobre la muerte. Solo si experimentamos ese poder de Cristo, el poder de su amor, seremos verdaderamente libres para darnos sin miedo. Esto es la Misa: entrar en esa pasión, muerte, resurrección, ascensión de Jesús; cuando vamos a Misa es como si fuésemos al calvario, lo mismo. Pero pensad: si en el momento de la Misa vamos al calvario −pensemos con la imaginación− y si sabemos que ese hombre de ahí es Jesús, ¿nos permitiríamos charlar, hacer fotografías, hacer un poco de espectáculo? ¡No! ¡Porque es Jesús! Seguro que estaríamos en silencio, o llorando, y también con la alegría de ser salvados. Cuando entramos en la iglesia para celebrar la Misa, pensemos esto: entro en el calvario, donde Jesús da su vida por mí. Y así desaparece el espectáculo, desaparecen los chismes, los comentarios y esas cosas que nos alejan de algo tan hermoso como es la Misa: el triunfo de Jesús.
Pienso que ahora está más claro cómo la Pascua se hace presente y operativa cada vez que celebramos la Misa, o sea, el sentido del memorial. La participación en la Eucaristía nos hace entrar en el misterio pascual de Cristo, llevándonos a pasar con Él de la muerte a la vida, es decir, ahí al calvario. La Misa es volver al calvario, no es un espectáculo.
Me alegra dar la bienvenida a los peregrinos francófonos provenientes de Francia y de otros países. Queridos amigos, os invito a dar un puesto importante en vuestra vida a la participación en la Santa Misa, especialmente el domingo. El Señor viene a encontraros para daros su amor, para que también vosotros podáis compartirlo con vuestros hermanos y hermanas. ¡Dios os bendiga!
Saludo a los peregrinos de lengua inglesa presentes en esta Audiencia, especialmente a los provenientes de Inglaterra, Países Bajos, Polonia, Australia, China, Indonesia, Singapur y Estados Unidos de América. Dirijo un saludo particular a los Hermanos Maristas y Marianistas participantes en un programa de renovación espiritual, y a la fraternidad sacerdotal Compañeros de Cristo. Sobre todos vosotros y vuestras familias invoco la alegría y la paz de nuestro Señor Jesucristo.
Una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua alemana. La Santa Misa es el don más grande que el Señor nos hace. Es verdaderamente el encuentro con Jesús que nos da a sí mismo. Os deseo que experimentéis a menudo esta cercanía del Señor. Dios os bendiga a todos.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los provenientes de España y Latinoamérica. El Señor Jesús nos quiere comunicar en la Eucaristía su amor pascual para que podamos amar a Dios y a nuestro prójimo como él nos ha amado, entregando su propia vida. Que la Virgen Santa interceda ante su Hijo por todos nosotros, y nos alcance la gracia de ser hombres y mujeres que encuentren en el sacrificio eucarístico el centro de la propia existencia y la fuerza para vivir en el amor.
Queridos peregrinos de lengua portuguesa, cordiales saludos a todos, en particular al grupo de Nova Suíça, Belo Horizonte: os invito a mirar con confianza vuestro futuro en Dios, llevando el fuego de su amor al mundo. Es la gracia de la Pascua que fructifica en la Eucaristía y que deseo abundante en vuestras vidas, familias y comunidades. ¡Con gusto os bendigo a vosotros y a vuestros seres queridos!
Dirijo una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua árabe, en particular a los que vienen del Medio Oriente. Queridos hermanos y hermanas, la participación en la Eucaristía nos hace entrar en el misterio pascual de Cristo, llevándonos a pasar con Él de la muerte a la vida. ¡Que el Señor os bendiga!
Doy mi cordial bienvenida a los peregrinos polacos. La catequesis de hoy nos hace presente que Cristo permanece con nosotros en el misterio de la Eucaristía. Es nuestro alimento y nuestra bebida de salvación. Recibámoslo a menudo en la sagrada Comunión, adorémoslo en los sagrarios y en nuestros corazones. Sirvámoslo en nuestros hermanos, para construir junto a ellos una nueva comunidad humana, más justa y fraterna. Sea alabado Jesucristo.
Dirijo una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua italiana. Saludo a los participantes en el Encuentro de la Unión mundial de las Organizaciones femeninas católicas; a las Capitulares de las Hermanas de Nuestra Señora de la Consolación; a los participantes en el Curso de formación para Misioneros en la Universidad Pontificia Salesiana y a los miembros del Centro de Estudios Benedicto XIII de Gravina en Apulia, acompañados por el Arzobispo Giovanni Ricchiuti. Saludo a la Familia franciscana Santuario Virgen del Pozo de Capurso; a los grupos parroquiales, en particular a los fieles de Santa Teresa de la Cruz en Lissone; a la Asociación de Voluntarios Italianos de Donantes Sangre en el 90° aniversario de su fundación, y al Grupo de la Unitalsi[1] de Emilia-Romaña. Saludo a los representantes de la Fundación Banco de Alimentos, y deseo todo bien para la colecta de alimentos que tendrá lugar el sábado próximo en constante continuidad con la Jornada Mundial de los Pobres que hemos celebrado el domingo pasado.
Un pensamiento final para los jóvenes, los enfermos y los recién casados. Hoy celebramos la memoria de Santa Cecilia. Queridos jóvenes, con su ejemplo, creced en la fe y en la entrega al prójimo; queridos enfermos, que en el sufrimiento experimentad el apoyo de Cristo que está siempre junto a quien está pasándolo mal; y vosotros, queridos recién casados, tened la misma mirada de amor puro que Santa Cecilia tenía, para aprender a amar incondicionadamente. Y recemos todos a Santa Cecilia: que nos enseñe a cantar con el corazón, que nos enseñe el júbilo de ser salvados.
Fuente: vatican.va / romereports.com.
Traducción de Luis Montoya.
[1] Unión Nacional Italiana de Transporte de Enfermos a Lourdes y Santuarios Internacionales (ndt).
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