Es de puro sentido común que solo podemos educar desde ella, desde nuestras limitaciones como personas
Sabes que intento escribirte, más o menos, cada semana. No siempre es fácil.
Ayer estaba dándole vueltas a eso. Pensaba en lo bien que había ido el último post sobre Inteligencia emocional y social. En que el listón estaba alto… y el calendario −y ya casi el cronómetro− apremiaban. Que no podía dilatarme más, vamos. Porque, como bien decía Séneca −aludía a cuestiones más relevantes que este humilde blog−, mientras estamos posponiendo las cosas, la vida se da prisa.
Y en estas, va y me encuentro con un paisano, filósofo y educador: maestro. Lo veo en Internet. Sin salir de casa: Gregorio Luri, de Azagra (Navarra).
Y pienso: ¡Ya sé de qué va a ir la próxima entrada de Dame tres minutos! Con Gregorio, uno podría hablar de ‘Educar desde el sentido común’, pero he preferido ponerle otro título al post: ‘Educar desde la imperfección’. Porque es de puro sentido común que solo podemos educar desde ella. Desde nuestras limitaciones como personas.
Hay que intentar hacer las cosas bien, cuidando los detalles. Pero mal haremos si caemos en un perfeccionismo enfermizo. Perfecto, solo Dios.
Pensaba esto al leer a Luri contar la curiosa historia zen de un monje que se ocupaba, cada día, de mantener impecable su jardín.
Pero no es eso lo que me llamó la atención: Lo que me hizo meditar fue que, tan pronto como había concluido su faena, el monje colocaba sobre el jardín, en todo su verdor, una hoja seca. ¿Y por qué? Si el césped no evidenciara alguna imperfección no podría ni parecer siquiera una obra humana…
Al común de los mortales no nos hace falta buscar una hoja seca. ¡Se nos caen a montones!
Somos imperfectos: todos. Seamos educadores y/o educandos.
Y es, precisamente, gracias a la educación, que podemos pulir −o cincelar− nuestros defectos. Ya lo subrayaba Joseph Addison: La educación es para el alma humana lo que la escultura para un bloque de mármol.
Nuestros hijos y alumnos saben de nuestras limitaciones. Y no es algo horrible: es algo humano. A ellos también les pasa. Aunque sea bueno que unos y otros trabajemos en la mejora continua… Mas ya advertía Goethe: Pensar es fácil. Actuar es un poco más difícil. Pero actuar como pensamos es mucho más difícil.
Sea como fuere, si los educadores exigimos lo que no damos nos costará encontrar lo que esperamos.
Todas las personas crecemos si, en primer lugar, detectamos dónde están nuestras fortalezas y dónde nuestras debilidades.
A veces, para ello, es muy útil lo que algunos llaman el feedback. O sea, que −con sinceridad y delicadeza− alguien, desde fuera, te señale aquellas. Porque uno está tan próximo a sí mismo que se puede percibir muy distorsionado. La crítica −leal− puede ayudarnos. Y mucho.
También una actitud de humildad ante nuestras propias miserias.
Y un saber tomarse a uno mismo no demasiado en serio: No sé por qué, me acuerdo de aquel pequeño taller de reparaciones y mantenimiento que, en su puerta de entrada, advertía: “Podemos reparar cualquier cosa (toque fuerte en la puerta, el timbre no funciona)”.
Saber que somos falibles (y que lo sepan los nuestros) nos ayuda -a nosotros- en la pelea por crecer.
Y a esto otro que afirma Luri con respecto a la educación de nuestros hijos, de nuestros alumnos:
“Señalarles las faltas es decirles que los consideras personas responsables de sus actos y no unos insensatos que no saben lo que hacen: así podrán reflexionar y extraer alguna conclusión”.
Responsables: capaces de responder. Extraerán conclusiones y consecuencias. Más pronto o más tarde… Ya sabes aquello de que “cuando un hombre comprende que su padre tenía razón ya tiene un hijo que piensa que su padre está equivocado”.
Somos falibles. Somos humanos.
Pero no es esto lo que captó toda mi atención. Gregorio añadía dosis de sentido común:
¡Sopla!
Y añadía: Siendo plenamente conscientes de que la persona que quieren es imperfecta… tienen que hacer manifiesto, con el ejemplo, en casa, que se quieren. No estoy pidiendo, añadía, ¡por favor! un mundo poblado de sentimentaloides emotivos… Estoy hablando de que se note la capacidad que tiene el amor para sanar heridas puntuales…
A vuestro hijo le estáis transmitiendo otra lección que no se aprende en ningún otro sitio que no sea en casa: que seguro que hay alguien, ahí fuera, que le va a querer a él a pesar de sus imperfecciones. Esto es muy fundamental en el ABCD de las lecciones de la familia…
Una familia normal −concluía− es un chollo, porque es el lugar donde te quieren por el mero hecho de haber llegado.
¡Qué importante −digo yo− en un mundo tan materialista!
Eso (lo de que te quieran por ti mismo y no por lo que ‘aportes’) no debe hacernos perder tensión: ni a los educadores ni a los educandos.
Decía un entrenador de Osasuna, el equipo de fútbol de Pamplona, que “cuando nos confiamos somos muy malos”. Y ya nos advertía Natalia; y hasta L. Pasteur: “No les evitéis a vuestros hijos las dificultades de la vida. Enseñadles, más bien, a superarlas”.
Y todo ello, precisamente porque les queremos. ¡No podemos bajar los brazos! Recuerda que fallas el 100% de los tiros que no intentas…
Y, si te has empeñado y no acaba de cuajar, o el chaval tiene sus altibajos, ten presente a Zig Ziglar: La gente suele decir que la motivación no dura. Tampoco el baño. Por ello recomendamos hacerlo a diario.
Concluyo con una reflexión de Toni Nadal: El carácter es lo fundamental, porque, al final, pasar una pelota por encima de la red es poco importante en la vida. Pero dominar la voluntad, dominar el esfuerzo, tener perseverancia en lo que haces, sí que tiene valor.
Acabo ya. Y, como colofón, te regalo un enlace a un post de un amigo, Enrique Sánchez Rivas: Aprender de los fracasos. Cuando sea mayor, quiero escribir como él.
¿Crees interesante que alguien conozca lo que has leído?
¡Difúndelo! Harás bien.
José Iribas, en dametresminutos.wordpress.com.
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