El hábito de pensar en los demás es algo que se va fraguando desde la primera infancia: una noticia concluye con el curioso comentario del policía local que protagonizó el rescate de una niña
Un caluroso sábado de julio a las tres de la tarde, una chica inmigrante de quince años acude a un hospital de Granada, acompañada por tres trabajadoras sociales del centro de menores donde reside. Viene para ser atendida de las heridas que ella misma se ha provocado en la muñeca al intentar suicidarse unas horas antes.
Mientras le hacen las curas, en un descuido, la adolescente se escapa y se encarama en lo alto de una escalera auxiliar de la fachada del centro sanitario. A esa misma hora, Gerardo, un policía local de un municipio próximo esperaba pacientemente en la sala de urgencias del mismo hospital, aquejado de un terrible dolor de muelas.
“Al ver el revuelo de gente −contaba Gerardo−, salí a mirar y vi la situación de la niña, que estaba subida en un filo muy estrecho y amenazando con lanzarse al vacío. Ella casi no hablaba español, pero sí se comunicaba en inglés, y como yo también lo hablo algo me encontré al frente de la situación junto a una de las trabajadoras sociales que la acompañaba y que actuó muy bien”.
“Pedí al personal del hospital que bajara a colocar colchones en el suelo para amortiguar el golpe si se producía. La verdad es que los celadores y los guardas de seguridad fueron muy rápidos”.
La chica estaba muy nerviosa y la presencia de personal uniformado la agitaba más, por lo que pedí que se retiraran todos salvo la trabajadora social. “También les pedí que no aparecieran más policías uniformados, ni sirenas, ni luces estridentes. Hacía un calor tremendo. Yo veía a la chica que se quedaba suelta de manos sobre aquel filo tan estrecho”.
“Durante 45 minutos la trabajadora social y yo íbamos hablando con ella, calmándola, diciéndole que la íbamos a ayudar, que si quería regresar a su país, donde viven sus hermanos, sólo harían falta dos horas de vuelo para estar allí. Fue un largo rato de mucha tensión, con un calor sofocante”.
Finalmente, la chica se acercó y pudieron tirar de ella hacia dentro del edificio. “Me contaron que tiene una historia compleja, que le quitaron la custodia a sus padres. Quiero saber cómo está, voy a llamarla. Se quedó allí con la Policía Nacional y con los médicos, que la estaban calmando”.
La noticia concluye con un curioso comentario del policía local que protagonizó el rescate: “Cuando terminó todo, la verdad es que se me había pasado el turno de urgencias… y se me había quitado el dolor de muelas”.
El relato de este agente nos recuerda, entre otras cosas, que cuando la dedicación a los demás absorbe por completo nuestra atención, los problemas personales pasan a un segundo plano, pierden prioridad, nos preocupan menos y, muchas veces, como sucedió con aquel dolor de muelas, se resuelven casi solos.
El hábito de pensar en los demás es algo que se va fraguando desde la primera infancia. Las conversaciones en familia, esos comentarios surgidos sin pensar o cuidadosamente pensados, esos cuentos contados a la hora de dormir, los recuerdos compartidos, esas palabras expresadas casi en susurros pero en el momento oportuno, esos comentarios informales hechos durante una comida, en un rato en el coche o mientras se hace una tarea de la casa, esas afirmaciones comentando una noticia, y la forma en que uno las hace, todo eso se convierte en parte de la experiencia moral de cada persona.
Transmiten una idea de por qué los demás son importantes, de cómo debe uno hablar y estar con los demás, cómo debe uno pensar de ellos y de uno mismo, y por qué. De cómo hablar sin autosuficiencia ni arrogancia, de saber ponerse en el lugar del otro, por grandes que parezcan sus errores. Así se aprende a empatizar, a suscitar confianza, a atreverse a entrar en la vida del otro cuando se percibe que lo está necesitando, aunque no lo diga, y a hacerlo siempre con respeto. Todo eso humaniza las relaciones, desarrolla la amistad y, a veces, puede incluso salvar la vida.