En unos días en que recordamos algunas efemérides histórico-políticas que han dejado una huella muy profunda en nuestro mundo actual, asistimos también a una separación alarmante de política y realidad
“En los últimos años, la política parece retroceder frente a la agresión y la omnipresencia de otras formas de poder, como la financiera y la mediática. Es necesario relanzar los derechos de la buena política, su independencia, su capacidad específica de servir al bien público, de actuar de tal manera que disminuya las desigualdades, promueva el bienestar de las familias con medidas concretas, de proporcionar un marco sólido de derechos y deberes −equilibrar unos y otros− y de hacerlos eficaces para todos”.
Son palabras muy recientes del obispo de San Cristóbal de las Casas (Chiapas, México), monseñor Felipe Arizmendi, que me han llamado la atención por poner el dedo en la llaga. En estos últimos años, asistimos a una desvirtualización de la política que nos está perjudicando enormemente, puesto que no hay otro modo de vivir en democracia.
¿Qué significa política? Dice el DLE que es el “arte, doctrina u opinión referente al gobierno de los Estados” y la “actividad de quienes rigen o aspiran a regir los asuntos públicos (…) y la del ciudadano cuando interviene en los asuntos públicos con su opinión, con su voto, o de cualquier otro modo”.
En unos días en que recordamos algunas efemérides histórico-políticas que han dejado una huella muy profunda en nuestro mundo actual, especialmente los 100 años de la Revolución de Octubre en Rusia, asistimos también a una separación alarmante de política y realidad. Hoy hay toda clase de teorías que nos alejan de la realidad, porque esa misma realidad ha sido observada y presentada a través del tamiz de cada una de esas teorías. Por eso hoy vivimos inmersos en un mundo ideologizado donde el relativismo de “mi verdad” subyace frecuentemente en decisiones políticas de diferente nivel (desde ayuntamientos locales a organismos europeos o mundiales).
En este sentido, me gustaría reflexionar con vosotros de la mano de Hannah Arendt (por cierto, os recomiendo la película del mismo nombre). La imprescindible filósofa alemana (1906-1975), tan conocida por sus escritos sobre la banalidad del mal, se refirió con frecuencia a la realidad y a la política. Se dio cuenta de lo fácil que sería perder el contacto con lo que ocurre en el mundo real, especialmente cuando nos refugiamos en teorías. Meditó ampliamente sobre política y verdad. Escribe en un ensayo titulado “Verdad y política”, recogido en su libro Verdad y mentira en la política:
“Nadie ha dudado jamás con respecto al hecho de que la verdad y la política no se llevan demasiado bien, y nadie, que yo sepa, ha colocado la veracidad entre las virtudes políticas. La mentira siempre ha sido vista como una herramienta necesaria y justificable para la actividad no sólo de los políticos y los demagogos sino también del hombre de Estado.
La historia del conflicto entre la verdad y la política es antigua y compleja, y nada se ganará mediante la simplificación o la denuncia moral. A lo largo de la historia, quienes han buscado y dicho la verdad han sido conscientes de los riesgos de su empresa; aquellos que no interferían en el curso del mundo se veían cubiertos por el ridículo, pero corría peligro de muerte quien obligaba a sus conciudadanos a tomarlo en serio cuando intentaba liberarlos de la falsedad y la ilusión, porque, como dice Platón en la última frase de su alegoría de la caverna, «lo matarían… si pudiesen tenerlo en sus manos»”.
Además, como señala la psicóloga y doctora en Ciencias Sociales por la Universidad Gregoriana de Roma y cofundadora del Innovation Center for Collaborative Intelligence, Leticia Soberón, muchas veces “se demoniza al otro y se hacen pasar las ideologías por delante de las personas. (…) El riesgo que siempre podemos correr es el de «enamorarnos» de esas ideas y convertirlas en el único criterio al que todo el mundo debería aspirar. Podemos llegar a estar tan convencidos de que todo debería ser como pensamos, que padezcamos una disconformidad creciente con la realidad propia y la de los demás” (“Las ideologías como perfección obligatoria”, leer más).
Os invito a reflexionar con esta frase lapidaria de monseñor Arizmendi: La política, “ni sierva ni patrona, sino amiga y colaboradora”. Y también os animo a ver, si os interesa y tenéis tiempo, el vídeo de una conocida entrevista que le hicieron a Hannah Arendt, donde reflexiona sobre estas y otras cuestiones, que resultan de sorprendente actualidad. Aunque un poco largo, ¡disfrutadlo!