Durante la Audiencia general de hoy el Santo Padre recordó que la esperanza y la confianza son características esenciales de la relación con Cristo
Queridos hermanos y hermanas:
El Evangelio que hemos escuchado nos invita a vivir en esperanza vigilante, es decir, estar siempre preparados para recibir al Señor, con la total confianza de que ya hemos sido salvados por él y de que estamos esperando la plena manifestación de su gloria. Esto exige que vivamos con responsabilidad nuestra fe, y que acojamos con agradecimiento y asombro cada día de nuestra vida como un regalo de Dios.
La esperanza vigilante y la paciencia son dos características que definen a quienes se han encontrado con Jesús, estructurando su vida desde la confianza y la espera, consciente de que el futuro no es sólo obra de nuestras manos, sino de la preocupación providente de un Dios que es todo misericordia.
Este convencimiento lleva al cristiano a amar la vida, a no maldecirla nunca, pues todos los momentos, por muy dolorosos, oscuros y opacos que sean, son iluminados con el dulce y poderoso recuerdo de Cristo. Gracias a él estamos convencidos de que nada es inútil, ni vacío, ni fruto de la vana casualidad, sino que cada día esconde un gran misterio de gracia y de que en nuestro mundo no necesitamos otra cosa que no sea una caricia de Cristo.
Queridos hermanos y hermanas, buenos días. Hoy quisiera detenerme en esa dimensión de la esperanza que es la espera vigilante. El tema de la vigilancia es uno de los hilos conductores del Nuevo Testamento. Jesús predica a sus discípulos: «Tened ceñidos vuestros lomos y vuestras lámparas encendidas, semejantes a los hombres que aguardan a que su señor regrese de las bodas, para que cuando llegue y llame, le abran en seguida» (Lc 12,35-36). En este tiempo que sigue a la resurrección de Jesús, donde se alternan momentos serenos y otros angustiosos, los cristianos nunca se rinden. El Evangelio recomienda ser como los siervos que nunca se van a dormir, hasta que su dueño regrese. Este mundo exige nuestra responsabilidad, y nosotros la asumimos toda y con amor. Jesús quiere que nuestra existencia sea laboriosa, que nunca bajemos la guardia, para acoger con gratitud y asombro cada nuevo día que Dios nos da. Cada mañana es una página blanca que el cristiano comienza a escribir con las obras de bien. Nosotros ya hemos sido salvados por la redención de Jesús, pero ahora esperamos la plena manifestación de su señorío: cuando finalmente Dios sea todo en todos (cfr. 1Cor 15,28). Nada es más cierto, en la fe de los cristianos, que esta “cita”, esa cita con el Señor, cuando él venga. Y cuando ese día llegue, los cristianos queremos ser como esos siervos que han pasado la noche con los lomos ceñidos las lámparas encendidas: hay que estar dispuestos para la salvación que llega, prontos al encuentro. ¿Habéis pensado, vosotros, cómo será aquel encuentro con Jesús, cuando Él venga? Pues será un abrazo, una alegría enorme, una gran alegría. ¡Debemos vivir en espera de ese encuentro!
El cristiano no está hecho para el aburrimiento; si acaso para la paciencia. Sabe que hasta en la monotonía de ciertos días siempre iguales se esconde un misterio de gracia. Hay personas que, con la perseverancia de su amor, se vuelven como pozos que riegan el desierto. Nada sucede en vano, y ninguna situación en que un cristiano se encuentre inmerso es completamente refractaria al amor. Ninguna noche es tan larga como para olvidar la alegría de la aurora. Y cuanto más oscura es la noche, más cerca está la aurora. Si permanecemos unidos a Jesús, el frío de los momentos difíciles no nos paraliza; y aunque el mundo entero predicase contra la esperanza y dijese que el futuro solo traerá nubes oscuras, el cristiano sabe que en ese mismo futuro está el regreso de Cristo. Cuándo pasará nadie lo sabe, pero el pensamiento de que al final de nuestra historia está Jesús Misericordioso, basta para tener confianza y no maldecir la vida. Todo será salvado. Todo. Sufriremos, habrá momentos que susciten rabia e indignación, pero la dulce y poderosa memoria de Cristo rechazará la tentación de pensar que esa vida está equivocada.
Tras haber conocido a Jesús, no podemos hacer otra cosa que escrutar la historia con confianza y esperanza. Jesús es como una casa, y nosotros estamos dentro, y desde las ventanas de esa casa vemos el mundo. Por eso no nos encerramos en nosotros mismos, no nos lamentamos con melancolía de un pasado que se presume dorado, sino que miramos siempre adelante, a un futuro que no es solo obra de nuestras manos, sino que ante todo es una preocupación constante de la providencia de Dios. Todo lo que es opaco, un día se volverá luz.
Y pensemos que Dios no se niega a sí mismo. Jamás. Dios nunca defrauda. Su voluntad para nosotros no es nebulosa, sino un proyecto de salvación bien delineado: «Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad» (1Tm 2,4). Por lo que no nos abandonamos al fluir de los eventos con pesimismo, como si la historia fuese un tren del que se ha perdido el control. La resignación no es una virtud cristiana. Como no es de cristianos alzar los hombros o bajar la cabeza ante un destino que nos parece inevitable.
Quien da esperanza al mundo nunca es una persona sumisa. Jesús nos recomienda esperarlo sin estar mano sobre mano: «Bienaventurados aquellos siervos a los cuales su señor, cuando venga, halle en vela» (Lc 12,37). No hay constructor de paz que a fin de cuentas no haya comprometido su paz personal, asumiendo los problemas de los demás. La persona sumisa no es un constructor de paz sino un perezoso, uno que quiere estar cómodo. Mientras que el cristiano es constructor de paz cuando se arriesga, cuando tiene el valor de arriesgarse para llevar el bien, el bien que Jesús nos ha dado, nos dio como un tesoro.
Cada día de nuestra vida repitamos esa invocación que los primeros discípulos, en su lengua aramea, expresaban con las palabras Marana tha, y que encontramos en el último versículo de la Biblia: «¡Ven, Señor Jesús!» (Ap 22,20). Es el estribillo de toda existencia cristiana: en nuestro mundo no necesitamos otra cosa que una caricia de Cristo. ¡Qué gracia si, en la oración, en los días difíciles de esta vida, sentimos su voz que responde y nos asegura: «¡He aquí, vengo pronto!» (Ap 22,7)!
Saludos
Me alegra saludar a los peregrinos de lengua francesa venidos de Francia, Suiza, Canadá y República Centroafricana. Que el recuerdo dulce y poderoso de Cristo nos ayude a permanecer vigilantes en la esperanza y atentos a su palabra. ¡Dios os bendiga!
Saludo a los peregrinos de lengua inglesa presentes en la Audiencia de hoy, especialmente a los provenientes de Inglaterra, Escocia, Dinamarca, Australia, India, Indonesia, Japón, Filipinas, Canadá y Estados Unidos de América. En particular saludo a los que celebrarán mañana la Jornada Mundial de la Vista, asegurando a los no videntes y a los hipovidentes mi cercanía y mis oraciones. Sobre vosotros y sobre vuestras familias invoco la gracia del Señor Jesús para que seáis constantes en la esperanza y os encomendéis a la providencia de Dios en vuestra vida. ¡Dios os bendiga a todos!
Dirijo un cordial saludo a los peregrinos de lengua alemana, en particular a los numerosos jóvenes y a los participantes en la semana de información de la Guardia Suiza Pontificia. Jesús sigue llamando a la puerta de nuestro corazón. Acojámoslo con prontitud, poniéndonos al servicio de los demás, especialmente de los pobres, de los enfermos y de los prófugos. Que el Espíritu Santo os guíe en vuestro camino.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en especial a la comunidad del Pontificio Colegio Mexicano de Roma, que acompañados por los cardenales José Francisco Robles Ortega y Alberto Suárez Inda, así como por algunos obispos mexicanos, celebran el 50 aniversario de su fundación. Animo a todos a que, siguiendo el ejemplo de nuestra Madre la Virgen María, vivan con una esperanza vigilante, y sean para cuantos los rodean portadores de la luz y de la caricia del Dios de la Misericordia. Que Dios los bendiga.
Dirijo mi saludo a todos los peregrinos de Brasil y de otros países de lengua portuguesa, en particular a los diversos grupos de sacerdotes, religiosos y fieles brasileños residentes en Roma, venidos a esta Audiencia para compartir la alegría por el jubileo de los 300 años de Nuestra Señora de Aparecida, cuya fiesta se celebra mañana. La historia de los pescadores que encontraron en el río Paraiba do Sul el cuerpo y luego la cabeza de la estatua de la Virgen, que luego unieron, nos recuerda que en este momento difícil de Brasil, la Virgen María es un signo que empuja a la unidad fundada en la solidaridad y en la justicia. ¡Dios os bendiga!
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua árabe, en particular a los provenientes del Líbano, de Tierra Santa y del Medio Oriente. Nuestra esperanza se basa en la certeza de la vuelta de Cristo y en estar dispuestos a recibirlo. Por eso no nos abandonamos al fluir de los eventos con pesimismo, como si la historia fuese un tren del que se ha perdido el control. La resignación no es una virtud cristiana. ¡Que el Señor os bendiga y os proteja siempre del maligno!
Doy una cordial bienvenida a los peregrinos polacos, en particular a los organizadores de la muestra “In nomine Domini”, dispuesta en la Universidad Urbaniana, dedicada al Cardenal Adam Kozłowiecki. El recuerdo de este gran misionero, arzobispo de Lusaca, que gastó su vida en el humilde servicio al pueblo de Zambia, nos sensibilice a las necesidades espirituales y materiales de las naciones africanas. Pidamos por los misioneros de todo el mundo. ¡Dios os bendiga!
Queridos peregrinos de lengua italiana, bienvenidos. Me alegra recibir al Prefecto de la Congregación para las Iglesias Orientales, el Cardenal Leonardo Sandri y los Miembros del Dicasterio reunidos en Roma para la Sesión Plenaria, en el aniversario del primer centenario de fundación. Encomiendo vuestros trabajos a la intercesión de San Juan XXIII, del que hoy celebramos la memoria litúrgica, para que la Congregación para las Iglesias Orientales continúe con generosa dedicación el servicio al Oriente Católico. Saludo a los Misioneros Verbitas, a las Hijas de María Auxiliadora, a las Hijas e Hijos de Santa Ana, a la comunidad del Seminario Menor San Juan XXIII de Montefiascone y a tantos fieles provenientes de las parroquias y de las Asociaciones italianas. Que la visita a las Tumbas de los Apóstoles favorezca en todos vosotros el sentido de pertenencia a la familia eclesial y estimule un servicio cada vez más generoso y lleno de esperanza.
Doy un saludo especial a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. El mes de octubre es el mes misionero, en que estamos invitados a rezar a la Virgen María, Madre de las Misiones: queridos jóvenes, sed misioneros de Cristo en vuestros ambientes con su misma misericordia y ternura; queridos enfermos, ofreced vuestro sufrimiento por la conversión de los alejados y de los indiferentes; y vosotros, queridos recién casados, sed misioneros en vuestra familia anunciando con el ejemplo el Evangelio de la salvación.
Llamamientos
El viernes próximo, 13 de octubre, se cierra el Centenario de las últimas apariciones marianas de Fátima. Con la mirada dirigida a la Madre del Señor y Reina de las Misiones, invito a todos, especialmente en este mes de octubre, a rezar el Santo Rosario por la intención de la paz en el mundo. Que la oración pueda remover los ánimos más revoltosos para “que aparten de su corazón, de sus palabras y de sus gestos la violencia, y a construir comunidades no violentas, que cuiden de la casa común. Nada es imposible si nos dirigimos a Dios con nuestra oración. Todos podemos ser artesanos de la paz” (Mensaje de la L Jornada Mundial de la Paz, 1-I- 2017).
El mismo día, 13 de octubre, se celebra la Jornada internacional por la reducción de los desastres naturales. Renuevo mi encendido llamamiento por la salvaguarda de la creación mediante una cada vez más atenta tutela y cuidado del ambiente. Animo, por tanto, a las Instituciones y a cuantos tienen responsabilidad pública y social a promover cada vez más una cultura que tenga como objetivo la reducción de la exposición a riesgos y calamidades naturales. Que las acciones concretas, dirigidas al estudio y defensa de la casa común, puedan reducir progresivamente los riesgos para las poblaciones más vulnerables.
Fuente: vatican.va / romereports.com.
Traducción de Luis Montoya.
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