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Mirando atrás, a la historia de la Iglesia, encontramos cómo ante graves crisis culturales y momentos de fuertes cambios fue en el seno de la Iglesia donde valores primordiales de la cultura fueron preservados y luego transmitidos a las posteriores generaciones
Vemos con preocupación manifestarse en nuestro tiempo una creciente confusión antropológica que presenta múltiples y preocupantes síntomas. Por mencionar solo algunos, podemos anotar la confusión entre orientación e identidad sexual, la creciente pretensión de reclamar el aborto como derecho y conquista, la presentación del ser varón o mujer como materia de opción personal, la reducción de la sexualidad a mero instrumento de gozo y placer, los intentos de redefinir el matrimonio… la lista podria prolongarse…
Esta confusión reclama orientaciones y luces para el camino. La Iglesia, experta en humanidad[1], sabe que debe prestar al mundo la diakonía de la verdad sobre el ser humano, varón y mujer, anunciándola y proponiéndola con métodos claros, nuevos y creativos. En el contexto confuso de la actualidad, la Iglesia parece tener cada vez más una tarea particular como baluarte donde preservar el orden de la naturaleza en ámbito humano.
En este contexto, el Santo Padre Benedicto XVI ha hablado en diversas ocasiones de la necesidad de defender la creación, consciente de que este tema resuena en la sensibilidad de los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Sin embargo, es interesante notar cómo el Papa subraya que una parte fundamental de esta defensa de la naturaleza debe tener lugar protegiendo al hombre contra la destrucción de sí mismo, promoviendo una “ecología humana”.
¿A qué se refiere Benedicto XVI cuando habla de una ecología humana? Leyendo sus intervenciones[2] es interesante notar cómo el Papa no tiene en mente solamente un compromiso por la defensa de lo creado que tenga en cuenta también al ser humano. Su idea de “ecología humana” va más allá. Se refiere a recordar que el hombre mismo es parte de la naturaleza y a apreciar y acoger su lenguaje propio, lenguaje que encuentra inscrito en su ser; se refiere a respetar el orden de la naturaleza en la vida misma del ser humano, por el cual existe siempre y solo como varón y como mujer. El Papa nota con preocupación cómo cuando el hombre ignora este hecho y desprecia el orden de la creación, se va encaminando a la destrucción de sí mismo, creando la ilusión de una falsa libertad y una falsa igualdad. Nos ha alertado además ante la ilusión por la cual el hombre cree ser pura libertad que se crea a sí mismo, prescindiendo o creyendo poder prescindir, del dato de la naturaleza, que en cambio es condición de posibilidad de la libertad misma. Ha mencionado en sus reflexiones el término gender como promotor de este problemático intento de emancipación de la creación y del Creador.
En la Encíclica Caritas in Veritate decía: «Si no se respeta el derecho a la vida y a la muerte natural, si se hace artificial la concepción, la gestación y el nacimiento del hombre, si se sacrifican embriones humanos a la investigación, la conciencia común acaba perdiendo el concepto de ecología humana y con ello de la ecología ambiental. Es una contradicción pedir a las nuevas generaciones el respeto al ambiente natural, cuando la educación y las leyes no las ayudan a respetarse a sí mismas»[3].
Como el Papa nota, hay una especie de esquizofrenia en nuestra cultura, por la cual se promueve, justamente, el respeto por la naturaleza en todos los ámbitos; pero este respeto no parece referirse en los mismos términos al ámbito humano. En la vida humana, en cambio, parece abrirse campo cada vez más lo artificial y se presenta como un deseable “control”, como “libertad”, como “posibilidad de opción”, “progreso” o “conquista”.
El problema decisivo de la salvaguarda de la naturaleza, nos dice el Papa, «es la capacidad moral global de la sociedad. (…) Los deberes que tenemos con el ambiente están relacionados con los que tenemos para con la persona considerada en sí misma y en su relación con los otros. No se pueden exigir unos y conculcar otros. Es una grave antinomia de la mentalidad y de la praxis actual, que envilece a la persona, trastorna el ambiente y daña a la sociedad»[4].
Mirando atrás, a la historia de la Iglesia, encontramos cómo ante graves crisis culturales y momentos de fuertes cambios fue en el seno de la Iglesia donde valores primordiales de la cultura fueron preservados y luego transmitidos a las posteriores generaciones. Por eso es que ante las problemáticas que constatamos en nuestro tiempo, ante el hombre que ha perdido cada vez más el sentido de su propia identidad y dignidad, parece acrecentarse el llamado a la Iglesia a ser aquel baluarte donde se “salvaguarde” lo humano, entendiendo esta salvaguarda no como un encerrarse en sí mismos, aislándose, sino como una preservación de la verdad, de la libertad, de la dignidad y vocación humanas tal y como han sido queridas por el Creador, para transmitirlas con fidelidad a las generaciones venideras.
Ana Cristina Villa Betancourt
Notas
[1] Cfr. Pablo VI, Carta Encíclica Populorum Progressio sobre la necesidad de promover el desarrollo de los pueblos, 13; Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta a los Obispos de la Iglesia Católica sobre la colaboración del hombre y la mujer en la Iglesia y en el mundo, Vaticano, 31 mayo 2004, 1.
[2] Cfr. por ejemplo: Benedicto XVI, Discurso a la curia romana con ocasión del intercambio de felicitaciones por la Navidad, 22 de diciembre de 2008; Discurso en la visita al Parlamento Federal, Reichstag – Berlín, 22 de septiembre de 2011.
[3] Benedicto XVI, Carta Encíclica Caritas in Veritate, 51.
[4] Ibidem.
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